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viernes, marzo 29

«Manifesto: sobre cómo no rendirse» de Bernardine Evaristo


Bernardine Evaristo saltó a la fama cuando ganó el Premio Booker en 2019 por su novela «Niña, mujer, otras». Evaristo fue la primera mujer negra en ganar este prestigioso premio. Este tardío reconocimiento no se debió a la falta de esfuerzo, ya que Evaristo es una luchadora sin descanso y lo demuestra con su noveno libro, «Manifesto: sobre cómo no rendirse» (ADN), un evangelio sobre la perseverancia.

En Manifiesto, nos cuenta sobre su herencia birracial. Nacida en 1959 de un padre nigeriano que emigró a Inglaterra 10 años antes y una madre blanca inglesa. Evaristo no escatima nada al condenar la intolerancia persistente que ella y su familia experimentaron, incluido el vandalismo frecuente que sufrían en la casa. Vivió hechos muy crueles en esos años, su infancia siendo la cuarta de ocho hijos de una familia de clase trabajadora en Londres, donde el sistema de clases británico la consideraba «inferior, marginal, insignificante”.

Siempre se declaró feminista y abordó su lucha por el éxito con una estrategia ganadora: la persistencia, pase lo que pase. “Siempre he sentido que tengo una fuerza interior, con lo que quiero decir que no estoy necesitada ni soy pegajosa. No anhelo la aprobación todo el tiempo… un núcleo interno duro ha sido esencial para mi supervivencia creativa”.

En un capítulo titulado “Tres: las mujeres y los hombres que vinieron y se fueron”, Evaristo dedica varias páginas a lo que ella llama su “era lesbiana”, porque siente que el problema no es la atracción hacia personas del mismo sexo sino una sociedad homofóbica que requiere personas queer para justificar su existencia. “Ponlo de esta manera: mi identidad lesbiana era el relleno de un sándwich heterosexual”. En 2005, en un sitio web de citas, conoció a su esposo, a quien describe como “un hombre blanco de clase media”. Ella retrata su matrimonio como un salvavidas que la liberó para continuar con su trabajo más importante: escribir.

Evaristo relata como creció católica, birracial y de piel negra en un área protestante abrumadoramente blanca, soportando los insultos de los vecinos y los comportamientos de los «hombres impíos… los sacerdotes medio borrachos» que la escuchaban en confesión cada semana:



“En mi familia, no teníamos dudas sobre la hipocresía del clero católico, y cuando cumplíamos quince años, después de diez años de asistir a misa dominical, a mis hermanos y a mí se nos dio a elegir si continuar o no. Uno a uno salimos de la iglesia para no volver jamás; como lo hizo mi madre a su debido tiempo”.

Evaristo comenzó su viaje creativo escribiendo poesía; después de la universidad, comenzó a escribir y actuar en el Theatre of Black Women, la primera compañía de este tipo en Gran Bretaña. Para sobrevivir, vivía del paro y de su ingenio:

“Me mudé a propiedades viejas y destartaladas, listas para ser demolidas… Un colchón servía tanto de sofá como de cama. Cajas para guardar la ropa. Los tablones de madera y los ladrillos se convirtieron en una biblioteca… Me enorgullecía de poder meter el resto de mis escasas posesiones (ropa, libros, ropa de cama, utensilios de cocina) en unas cuantas bolsas de basura negras”.

Dejando el teatro a los 30 años, Evaristo concentró sus energías creativas en escribir con Londres como musa, después de haber vivido tantos años en los distintos distritos de la ciudad. Finalmente, a la edad de 55 años, se comprometió con una hipoteca y se instaló en una vida de escribir, escribir y escribir. “Me había vuelto imparable con mi creatividad… escribir se convirtió en mi hogar permanente”.

Ahora con 62 años, Evaristo es implacable con su propio racismo. De niña, se avergonzaba de la piel muy oscura de su padre. “Recuerdo cruzar la calle cuando lo vi caminando hacia mí. Era racismo interiorizado, puro y simple… El negro era malo y el blanco era bueno. De niña hubiera matado por ser blanca, con el pelo largo y rubio”.

También habla de colorismo y nos habla de passing y como algunas personas eligen pasar por blancas porque son lo suficientemente claras como para ser racializadas como blancas, como las estrellas de Hollywood Carol Channing y Merle Oberon.

A lo largo de su vida, Evaristo creyó en sí misma y en su talento, incluso cuando los demás no lo hicieron. “confianza en sí misma… es lo más importante que necesita una escritora, especialmente cuando el aliento que anhelamos de los demás no llega”.

Ya sea drama, poesía o ficción, Evaristo, que ha enseñado escritura creativa durante casi 30 años, no deja dudas de que el trabajo siempre ha sido el valor primordial en su vida, incluso cuando reconoce el alto precio que pagó por ello en algunas de sus relaciones personales. A pesar de todos los sacrificios que ha exigido la determinación, uno siente que incluso si se le ofreciera la oportunidad, no cambiaría nada de eso.

En el breve manifiesto que concluye las memorias, un resumen del credo personal y profesional de Evaristo, insta a los artistas a “ser salvajes, desobedientes y atrevidos con su creatividad, tomar riesgos en lugar de seguir rutas predecibles; aquellos que juegan a lo seguro no hacen avanzar nuestra cultura o civilización”.

Ella ha vivido su vida ferozmente de acuerdo con esos valores.

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