Hoy, 10 de marzo, se cumplen 109 años de la muerte de Harriet Tubman, una luchadora por la libertad de los afroestadounidenses, pues, tras escapar ella misma del cautiverio, llegó a liberar a más de setenta personas esclavizadas mediante la red del ferrocarril subterráneo.
Fue llamada Moisés por ese deseo férreo de liberar a su pueblo, que la hacía viajar por la noche y en extremo secreto, con la intención de no dejar a nadie atrás.
Originalmente llamada Araminta “Minty” Ross, nació a mediados de 1820 en el Condado de Dorchester, en Maryland, pero no se tienen muchos datos sobre sus primeros años de vida como esclava, más allá de los múltiples golpes a los que fue sometida por sus amos y las durísimas condiciones que sufrió y que la hicieron enfermar en reiteradas ocasiones.
Hija de personas esclavizadas, su abuela materna había llegado a Estados Unidos en un barco de esclavos procedente de África. Desde muy niña, se mostró contrariada por el sistema en el que le había tocado vivir y dispuesta a plantarle cara. Fue realmente significativo para ella un episodio en que el propietario de sus padres Edward Brodess, vendió a tres de sus hermanas, alejándolas para siempre de la familia, e intentó hacer lo mismo con el hijo pequeño, pero su madre lo escondió durante más de un mes para evitarlo.
Además, cuando tenía solo 13 años, en un almacén de telas, encontró a un esclavo intentando de escapar. El dueño le pidió ayuda a Tubman, pero esta hizo caso omiso a su llamada. Por eso él lanzó un peso al cautivo, con la mala suerte de que le cayó a la niña en la cabeza, provocando una herida por la que sufrió diferentes ataques cerebrovasculares y episodios de hipersomnia durante toda su vida. Tras su traumatismo craneal, Tubman comenzó a experimentar visiones y sueños, que, como fiel creyente, consideraba señales de Dios. Esta perspectiva religiosa influyó profundamente en su vida.
En 1844, Harriet se vio obligada a contraer matrimonio con un hombre negro libre llamado John Tubman. Las uniones entre personas esclavas y libres eran comunes en el este de Maryland, donde la mitad de la población negra era libre, pero si tenían un hijo, este heredaría la condición de su madre. Fue entonces cuando cambió su nombre de Araminta a Harriet, como homenaje a su madre.
Pero no aguantó mucho tiempo allí. En 1849, ante la muerte de su propietario y la posibilidad de que los vendieran a otra familia, huyó junto a sus hermanos hacia Filadelfia. Dos semanas después, la viuda publicó un anuncio en Cambridge Democrat ofreciendo cien dólares por cada uno, así que sus hermanos reflexionaron y decidieron volver a Maryland y Harriet regresó con ellos. Poco después, la muchacha volvió a huir, pero esta vez sin sus hermanos. Lo hizo de noche, guiada por la estrella polar, para evitar a los cazadores de esclavos. “Cuando descubrí que había cruzado esa línea, me miré las manos para ver si era la misma persona. Había tanta gloria sobre todo; el sol entraba como oro a través de los árboles y sobre los campos, y me sentí como en el cielo”, contó acerca del momento en que cruzó la frontera de Pennsylvania durante su fuga.
El ferrocarril subterráneo (underground railroad) era una red formada por personas negras libres, blancas abolicionistas y activistas cristianos. Muchos de sus miembros pertenecían a la Sociedad Religiosa de los Amigos y eran conocidos por el nombre de cuáqueros. Los guías del ferrocarril utilizaban diversas instalaciones para esconder a los fugados, como “casas seguras”. Tubman no habló nunca de la ruta que ella empleó en su huida con el fin de que otros esclavos pudieran usarla.
Una vez en Filadelfia, encontró trabajo como ama de llaves, pero no estaba satisfecha con vivir libre por su cuenta; también quería libertad para sus seres queridos y amigos. En diciembre de 1850, supo que su sobrina Kessiah iba ser vendida junto a sus dos hijos. Horrorizada por la posibilidad de que su familia quedara rota, regresó a su tierra para liberarlos. Y este sería el primero de los muchos regresos para ayudar a escapar a otros esclavos.
Durante once años Tubman volvió una y otra vez a Maryland, rescatando alrededor de setenta esclavos, incluyendo a sus hermanos, sus mujeres y algunos de sus hijos y sus padres. Su marido, en cambio, se había vuelto a casar con una mujer libre y permaneció allí. Cuando se aprueba la Ley contra los esclavos fugitivos, la joven ayuda a muchos esclavos a huir hacia Canadá.
A pesar de que era analfabeta, la labor a la que se expuso requería grandes dosis de ingenio. Así, por ejemplo, siempre trabajaba en invierno porque las noches son más largas durante esta estación y se reducen así las posibilidades de ser descubierto. Además, llevaba somníferos para dormir a los bebés, evitando así que llorasen, y solía cargar un revólver, sobre todo por si los huidos se arrepentían y querían regresar. Acostumbraba, asimismo, a disfrazarse y cargaba dos pollos vivos para parecer vendedora ambulante. Pronto ganó mucha fama y se exigió por ella una recompensa de 40.000 dólares.
Pero, aunque los cazadores de esclavos la seguían de cerca, nunca fue capturada. “Fui guía del ferrocarril subterráneo durante ocho años, y puedo decir algo que no todos los guías pueden hacer, y es que yo no perdí a ningún pasajero”, declaró años más tarde.
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En abril de 1861 estalló la Guerra de Secesión en Estados Unidos y Harriet se implicó activamente a favor de la Unión. Ayudó atendiendo a los soldados heridos y prestando asistencia a los esclavos recién liberados. Además, actuó como espía durante el conflicto, pues, con la apariencia de una mujer pobre y desvalida, cruzaba las líneas enemigas y regresaba con información. El 2 de junio de1863 guio tres barcos de vapor a través de aguas confederadas, en la conocida operación Combahee River, en la que pudieron liberar a más de 700 esclavos.
A los 74 años, Tubman compró una propiedad en Auburn, Nueva York, para convertirla en una residencia para los pobres y los ancianos negros. Con la ayuda de la Iglesia Episcopal Metodista Africana Sion de Auburn, la residencia abrió sus puertas en 1908 y allí pasó Harriet sus últimos años hasta su muerte por neumonía en 1913.
No obstante, durante ese último periodo no se mantuvo inactiva, sino que promovió causas como la del sufragismo femenino. En una ocasión, de hecho, una mujer blanca le preguntó si creía que las mujeres debían poder votar. Ella respondió: “He sufrido lo suficiente como para creerlo”. También formó parte de la flamante Asociación Nacional de Mujeres de Color que después se distanciaría de la corriente principal por marginar a las mujeres negras; y, además, cuando se fundó en 1886 la Federación nacional de mujeres afroestadounidenses, Tubman pronunció el discurso de apertura.
Pese a todo lo que trabajó y su colaboración en la guerra, nunca tuvo solvencia económica. De hecho, estuvo décadas peleando para conseguir una pensión, que le fue concedida en 1899, de apenas 20 dólares, pero eso no le impidió recaudar fondos para los más desfavorecidos y colaborar con la sociedad de su tiempo.
En suma, Harriet Tubman fue una mujer esclavizada y continuamente enferma, que pasó toda su vida dedicada a los demás, a sus cuidados y necesidades, más que a las suyas propias.
Por eso, muchos han sido los homenajes que se han efectuado sobre la activista, como la lápida que le erigió la Federación de Clubes de Mujeres del Empire State en 1937. Su historia ha inspirado a generaciones de afroestadounidenses a luchar por la igualdad y por los derechos civiles, tanto que una encuesta realizada a finales del siglo XX la situaba como una de las personas más famosas del país norteamericano, junto a Betsy Ross y Paul Revere.
En 2016 el Departamento del Tesoro anunció que Tubman sería la primera mujer cuyo rostro aparecería en un billete de dólares estadounidense, en concreto en el de 20 dólares, en sustitución del expresidente Andrew Jackson. Aunque el proyecto se paralizó con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, el actual presidente, Joe Biden, ha expresado su deseo de continuar con este cambio.
En el 2019 se realizó una película en su honor, titulada Harriet, en busca de la libertad, protagonizada por Cynthia Erivo, que fue nominada al Óscar por su papel. Pero ha habido muchas otras composiciones llamativas sobre la vida de esta liberadora de esclavos, como una ópera llamada Harriet, the woman called Moses, de Thea Musgrave, que se estrenó en 1985 en la Ópera de Virginia; las novelas A clouded star de Anne Parrish, publicada en 1948; A woman called Moses de 1976, escrita por Marcy Heidish, o Pequeña y grande Harriet Tubman, de María Isabel Sánchez Vegara y Pili Aguado, de 2018.
Natalia Ruiz-González
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[…] Entre las razones que dan algunos historiadores, como Felipe Arias Escobar, que ha tratado de desmentir la historia catalogándola como “un cuento que solo existe en Facebook”, se encuentran ciertas incoherencias que tienen que ver con la edad a la que murió Casilda, la foto con la que se la ha asociado que, según él, data de 1870 y fue hecha a una persona esclavizada afrobrasileña; el hecho de que se indique su país de nacimiento como Malí, cuando no existía aún como país en el siglo XIX o que el comercio esclavista fuera prohibido en Colombia en 1825. Pero sabemos que la abolición de la trata no supuso el fin efectivo del comercio con personas, solo su prohibición, y haya vivido 120 años u 80 nada resta el valor y el coraje de mujeres que, como Casilda, lucharon por romper las cadenas de la esclavitud, como también hiciera en Estados Unidos Harriet Tubman. […]