Dijo una vez Hawking aquello de “mientras haya vida, hay esperanza”. Han pasado unos 120 días desde que el Campamento de Las Raíces, en Tenerife, abriera sus puertas. Y tras estos meses, las ilusiones de los que se han visto obligados a fijar allí su residencia comienzan a flaquear. La creación de este espacio forma parte del Plan Canarias, un programa puesto en marcha por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones a finales del pasado año para gestionar el aumento de llegada de solicitantes de asilo al Archipiélago. Con este proyecto se pretendía dar lugar a seis macrocampamentos que contribuyesen a formar una red de acogida entre las islas de Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura.
El refugio, gestionado por la ONG Accem, tiene una capacidad para albergar a más de 2000 personas. Aunque tras su apertura en enero accedieron a él unos 1200 migrantes, en la actualidad es difícil calcular cuánta gente se encuentra hacinada allí, ya que unos han preferido renunciar a esta opción, intentando buscar una oportunidad mejor en la calle –según la normativa del lugar, tras pasar 72 horas fuera se es expulsado–, y otros acampando por fuera del asentamiento. Algunos, con mejor suerte, han podido continuar con su viaje a la Península.
2020 y todas las consecuencias que arrastró consigo lo han convertido en uno de los años con más llegadas, calificadas como ilegales, por vía marítima: 32.427 individuos arriesgaron su vida para intentar alcanzar España, lo que supone un 45,5% más que el período anterior. El porcentaje de recepciones en Canarias representa la mitad de esa cifra, es decir, un 51,7%, lo que se traduce en que fueron 16.760 los que llegaron a las costas del Archipiélago. Este significativo aumento coloca al último periodo como el de mayor afluencia de pateras desde la crisis de los cayucos de 2006.
Todos estos datos generaron, a principios de año, una escalada de violencia y actitudes xenófobas en las islas. Manifestaciones en contra de la inmigración o ataques directos, como ocurrió en febrero en Gran Canaria, donde algunos de los alojados en el Colegio León, situado en el barrio de El Lasso (Las Palmas de Gran Canaria) fueron atacados con pedradas y palizas. No todos los vecinos de la isla entendían que no hubiese fondos para reabrir la institución escolar, que llevaba sin utilizarse tres años –aunque la formación política Vox intentara hacer creer que había sido cerrado para la atención a los desplazados–, pero sí para dedicarlo a la acogida. Y si a esto se añade la pandemia, la crisis, el auge de discursos políticos extremistas y los bulos difundidos a través de las redes sociales que acusan a quienes arriban en España de cometer delitos y agresiones, no es difícil de entender el preocupante aumento de estos movimientos de rechazo y odio.
Para paliar este conflicto, el Gobierno creó los asentamientos recogidos en el Plan Canarias, a fin de mejorar la estadía de los migrantes y la convivencia con los canarios. Pero, lejos de haber supuesto una solución, la situación solo ha ido a peor. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, llevaba un año remarcando que Canarias sería “el tapón migratorio” que la Unión Europea necesitaba. Y queda claro que con cada una de las decisiones políticas que han venido desde ahí se está consiguiendo, ya que la estrategia para hacer frente a la coyuntura migratoria actual se acerca cada vez más a lo vivido en Lesbos. Desde el comienzo del incremento de llegadas se impuso un bloqueo que imposibilitaba continuar la trayectoria de estas personas hasta la Península por la situación pandémica, viéndose obligados a permanecer encerrados en las islas. Paralelamente a ello, en febrero, se decidió impulsar las devoluciones con los llamados “vuelos de deportación”, líneas con paradas en varios puntos de España que recogen a los exiliados y los regresan a sus países de origen. Sin embargo, el cierre de fronteras de territorios como Marruecos hace escasos días por la pandemia ha hecho que algunos de estos aviones dejen de estar operativos por un tiempo indeterminado.
La realidad del campamento
Desde la inauguración del refugio hace cuatro meses no han parado de sucederse las críticas hacia la manera en la que se vive allí. Una de las organizaciones que se sitúa tras estos reclamos es Amnistía Internacional, que intentó entrar a Las Raíces para estudiar el lugar, pero le fue denegado el acceso por “razones sanitarias” pese a tener autorización para ello. Frente a todo esto, José Luis Escrivá, ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, aprovecha cada vez que tiene ocasión para reafirmarse en que en el hacinamiento tinerfeño “tenemos los mejores estándares de acogida”.
Pero la realidad parece estar a años luz de estas declaraciones. La alimentación es una de las cuestiones que más cola han traído desde la aparición del centro. Diversos medios han recogido las protestas de los que allí residen sobre la escasa cantidad de comida que les ofrecen y el mal estado de esta. Candela Fernández, periodista y miembro de la comisión de ocio que trabaja en el asentamiento, expone que además de que las porciones sean ínfimas “no tienen permitido repetir plato y algunas veces, la cola es tan grande que algunos se quedan sin poder comer”. Pese a que, tal y como comenta la profesional, desde Accem se comprometieron a mejorar la calidad de los alimentos, la situación se ha visto agravada en estas últimas semanas, que coinciden con la celebración del Ramadán: “Están todo el día sin comer y la cena que les ofrecen es tan insuficiente como ha sido meses atrás”.
Respecto a la convivencia entre los hombres de distintos orígenes que convergen en el lugar, no es tan conflictiva como se pretende hacer ver. En palabras de Fernández, en un sitio donde cohabitan más de mil personas bajo unas condiciones nefastas, resulta prácticamente imposible que no haya disputas. Sin embargo, “si les preguntas, muchos dicen que todos son hermanos y están pasando por lo mismo”. Y es que, en muchas ocasiones, es posible verlos actuar como una gran familia: “Emociona ver cómo se ayudan unos a otros y cómo el apoyo de una persona es la otra sin importar sus nacionalidades”.
Estos altercados entre los convivientes serían evitables, según Médicos del Mundo. La ONG expuso durante el pasado mes que las circunstancias de Las Raíces “ponen en riesgo la salud mental de los internos”. De hecho, como cuenta Fernández, “los problemas mentales no son escasos” y no ha visto ningún intento por contribuir a mejorarlos. “Es demoledor ver que permanecen en el limbo del campamento, sin respuesta a cuándo podrán viajar y qué será de su futuro. Es motivo más que suficiente para generar trastornos en cualquier persona”. Sin embargo, la voluntaria no cree que esto sea responsabilidad de Accem, ya que como le han transmitido los migrantes con los que trata, el personal en general es amable con ellos: “No es su culpa no ser suficientes para abarcar las necesidades de tantos, sino de las instituciones y del Estado por permitirlo”.
“Mañana, mañana”, es la respuesta que llevan obteniendo los alojados ante sus preguntas o necesidades sanitarias y legales desde hace cuatro meses. “Comprendo que es difícil dar una correcta atención en un lugar de estas dimensiones, pero en cuestiones de derechos es denigrante tener a tantas personas, cada una con sus sueños, esperanzas y problemas así: sin explicaciones, atención y escasa comida e higiene”, denuncia la periodista.
Todo ello ha hecho que el cambio entre las primeras semanas de estancia y la actualidad haya sido sustancial. La confianza que Fernández ha ido forjando con los migrantes le ha permitido notar cómo se han visto atacadas sus perspectivas: “Al principio aprecié las ganas de viajar, de ayudar a sus familias y de hablar de ilusiones. Ahora, aunque continúan enseñando fotos de sus parientes, sus travesías en patera y comentando a dónde irían, el entusiasmo se ha ido desvaneciendo”.
Obstáculos para continuar el viaje
Hace unos días se creó la primera resolución en contra de la retención de migrantes en Canarias. Un juez de Las Palmas de Gran Canaria dio luz verde a la salida de aquellos que cuenten con el pasaporte en regla o con una solicitud de protección de derecho internacional (asilo), siempre y cuando cumplan con las medidas anticovid. De esta manera se intenta impedir que la policía pueda negar el libre movimiento a quien quiera continuar su rumbo hacia el resto de España.
El perpetuo bloqueo que no ha sido roto hasta ahora ha conseguido hacer mella en muchos de los habitantes de Las Raíces, ya que algunos no solo han estado allí, sino que han pasado también por Gran Canaria –donde malvivieron durante semanas en el muelle de Arguineguín– y otros puntos del Archipiélago. Hubo quienes, hartos de saltar de una isla a otra, intentaron continuar su viaje antes de este dictamen y se toparon con una respuesta negativa. “Nadie me lo ejemplificó mejor que Abdel Alí, un hombre de 46 años marroquí al que no dejaban viajar por la pandemia”. El migrante, le hizo una pregunta a Fernández que la ayudó a comprender lo frustrante de las circunstancias: “¿Cómo es posible que haya restricciones para ir a la Península, pero no para tenernos a tantas personas juntas, sin las condiciones sanitarias adecuadas, en este campamento?”.
Por su parte, los que han podido salir están siendo ubicados en apartamentos u hoteles peninsulares, como también se hizo en Canarias con anterioridad. “La solución a corto plazo podría ser esta, pero no la definitiva”, considera la voluntaria. “Ellos no quieren permanecer en hoteles: desean una vida con trabajo y dignidad”.
Una realidad cada vez más ignorada
Antes y durante el surgimiento de este nuevo lugar de acogida los medios, tanto nacionales como locales, no pararon de hacerse eco sobre la noticia. Pero a medida que ha ido pasando el tiempo, el ahora ha perdido relevancia. Las piezas publicadas han dejado de profundizar en el por qué y el cómo, centrándose mayormente en hechos concretos y descontextualizados como los altercados con la policía o las detenciones, sobre todo, a nivel estatal.
Pese a ello, aún quedan algunos que siguen apostando por contar lo importante. Andrés Gutiérrez, fotoperiodista y miembro del periódico El Día, es uno de ellos. Además de ilustrar las informaciones en el diario, su perfil de Instagram recoge también la odisea de los migrantes. Para él resulta una obviedad que, a nivel general, no se está informando bien sobre este tema: “El ejemplo fácil lo tengo en el periódico en el que trabajo. Muchas cosas que salen lo hacen porque yo estoy en Las Raíces y, de alguna manera, les vendo la historia”.
Natalia Vargas, periodista que se encarga de cubrir el asunto para Canarias Ahora, coincide en que los medios nacionales, salvo algunas excepciones, “vuelven a llegar tarde”: “Sucedió en el muelle de Arguineguín. Fue en agosto cuando decenas de personas comenzaron a pasar noches en el suelo del puerto del sur de Gran Canaria. En ese momento saltaron las primeras alarmas, pero no fue hasta octubre o noviembre cuando la información estatal puso el foco en las condiciones deplorables de las personas que estaban allí”. Ahora, en Las Raíces, está ocurriendo lo mismo, ya que tal y como comenta la profesional, “están pasando desapercibidos intentos de suicidio, huelgas de hambre, migrantes que aseguran ser menores u hombres con problemas de salud” y sin asistencia médica adecuada.
Candela Fernández, quien del mismo modo que Gutiérrez y Vargas da testimonio sobre lo que ocurre a través de Instagram y su página web, no entiende cómo no se está difundiendo mucho más esta cuestión: “Escapa de mi comprensión por qué grandes y pequeños medios no muestran más lo que está pasando, porque me parece un ejemplo idóneo sobre el racismo estructural que se da en nuestra sociedad”.
Pese al intento del Gobierno canario y español de hacer ver que todo va bien, Gutiérrez no estima que haya intereses ocultos en que las informaciones de calidad no lleguen a la audiencia: “Es mucho más sencillo que eso. Hay otros contenidos que tienen mayor pegada que el tema de estos chicos en el bosque. Lo que para mí parece una atrocidad, para una cabecera grande o mediana no interesa”. Por su parte, Vargas achaca esta falta de publicaciones al estigma que planea sobre Canarias, relegada a “un lugar de vacaciones o paraíso de sol y playa” donde no ocurre nada. Esta idea errónea ha originado que “la reactivación de la ruta canaria –la más mortal para acceder a Europa– haya sido detectada tarde, no solo por los medios nacionales sino por el propio Gobierno de España”.
Del mismo modo, considera que otro inconveniente para la difusión de esta cuestión está en lo complejo de comunicar desde la Península: “Ver y sentir lo que sucede te permite hacerte una idea más precisa de la magnitud del asunto”. Por ello, aprovecha para puntualizar que los medios locales “están haciendo una importante labor de información”.
Este intento de ir a contracorriente y transmitir lo que de verdad ocurre no es fácil para ninguno de ellos. Gutiérrez relata que la mejor parte de trabajar en Las Raíces es poder darle visibilidad al problema y contribuir a que “no haya un cerco que impide ver qué pasa” o ayudar a recoger las quejas de los migrantes sobre cuestiones como la alimentación, que hacen que la ONG administradora se plantee intentar mejorar. Aún con esto, para él resulta complicado, a nivel personal, ser consciente de la forma real de las cosas: “Los dramas que escuchas, la confusión general que hay entre ellos, el no saber qué va a pasar en el próximo mes o en los próximos nueve meses… Es duro”. “Pero al final es lo único que queda, intentar ser el altavoz de esta gente”, concluye el fotógrafo.
Para Vargas, lo peor de lo todo lo que rodea al hecho de narrar lo que ocurre en el campamento es la “opacidad para obtener datos oficiales sobre lo que sucede dentro”. Pone el ejemplo de lo ocurrido tras la revuelta que hubo hace semanas, donde las autoridades ofrecieron las cifras de personas detenidas, pero no de las remitidas a centros sanitarios. Por el contrario, lo mejor reside en tener “la posibilidad de escuchar 2000 historias diferentes” o de ver cómo muchos tinerfeños van al asentamiento cada día “para ofrecer comida, ropa o simplemente compañía a los migrantes”.
Mujeres y menores
Este cuadro sobre la afluencia de migrantes a Canarias, además de dejar unas cifras estremecedoras, ha revelado otras sorprendentes. El pasado mes de febrero, Cruz Roja –cuyos voluntarios atienden prácticamente la totalidad de la llegada de pateras– presentó unos datos desconocidos hasta el momento: casi el 15% del porcentaje total de los llegados en 2020 al Archipiélago estaba formado por menores, mientras que el 5% correspondía a mujeres.
Estas mujeres y niños se encuentran acogidas en recursos de atención a vulnerables. Uno de ellos es la antigua prisión Tenerife I, situada en la isla occidental, gestionada por Cruz Roja y donde actualmente conviven 160 personas. Entre ellas encontramos gente de diversas nacionalidades y embarazadas o féminas con niños menores a cargo. Pese a distanciarse de Las Raíces en que estos lugares no son campamentos, sino edificios acondicionados, la tesitura que se vive allí no es mucho más favorable. En una publicación de elDiario.es, varias mujeres que viven en este espacio se han quejado de que “la comida es insuficiente y no es buena”.
De la misma manera, el pasado seis de marzo durante una manifestación realizada en La Laguna en favor del libre tránsito, varias activistas denunciaron la posición en la que se encuentran las exiliadas. Como comentaron, muchas de las que son acogidas en los recursos para individuos con características más débiles son obligadas a hacerse pruebas de ADN para demostrar que los niños que las acompañan son sus hijos. Otras, las que intentan buscarse la vida por su cuenta, quedan relegadas a trabajos como jornaleras o a cargo del cuidado de ancianos, en unas condiciones que “se podrían considerar como esclavitud moderna”.
A través de sus megáfonos las activistas presentes en la marcha actuaron como representantes de sus “compañeras africanas”, quienes quieren que se sepa que “las violencias, las fronteras y los gobiernos” las silencian, pero ellas “caminan por el mundo” y no se van a callar.
“Nos han tenido secuestrados como si Canarias fuera una prisión”
El pasado diez de abril, la Asamblea de Apoyo a Migrantes de Tenerife, una plataforma que trabaja ayudando a que la estancia de los habitantes en Las Raíces sea más llevadera, publicó un comunicado a través de sus redes sociales. Este mensaje pertenecía a algunos de los hombres que se encuentran en el lugar de asilo y estaba dirigido a su “querido pueblo canario”, para que entendiesen la realidad que están viviendo en el campamento. “Desde que llegamos nos han tenido secuestrados como si Canarias fuera una prisión”, acusaban a través del texto. Además de dejar claros sus lazos con la historia de las islas, ya que durante los siglos XVIII y XIXI muchos canarios tuvieron que emigrar a Cuba y Venezuela en busca de una vida mejor, expusieron estar hartos de la falta de respuestas y soluciones por parte de las instituciones: “No vinimos aquí a comer y dormir, queremos continuar nuestro viaje para trabajar, porque hay familias enteras que dependen de nosotros”.
“El deseo de aprender español para poder comunicarse, móviles para hablar con sus familias, ollas para cocinar en las tiendas de campañas que han hecho ellos mismos”. Estas son algunas cuestiones que los ayudarían a pasar por este duro trámite, según explica Fernández, mientras intentan alcanzar su objetivo principal: seguir el camino. “Son personas muy resilientes y con una capacidad adaptativa y de superación admirable”, subraya la voluntaria.
Una capacidad de superación que consigue que, por muy vapuleada que se vea y por más escollos con los que se tope, la esperanza en que exista un futuro mejor continúe perviviendo.
* Si quieres ayudar de alguna forma, contacta con la Asamblea de Apoyo a Migrantes de Tenerife a través de Instagram, Twitter, Facebook o correo electrónico: asambleaapoyomigrantes@gmail.com
Nerea De Ara
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