A nosotras, las negras mujeres, desde que ocurrió lo que llaman “la conquista” junto con todas las imposiciones que vinieron detrás de ella, se nos dijo que la textura natural de nuestro pelo no era bella o presentable, o profesional, o bien vista o aseada o peinada. Es decir, nuestro pelo, su forma, como crece y como vive, nos la han prohibido.
Ese violento proceso de aculturación y pérdida que inicia por el despojo del pelo en las poblaciones africanas esclavizadas en el siglo XVI, marca un antecedente sobre el rechazo infundado en el pensamiento colectivo hacia el cabello afro. No obstante, el afro, tuvo siempre un papel político importante en el surgimiento de movimientos y luchas antirracistas hasta ahora.
Una de las graves consecuencias de ese yugo colonizador ha sido la cadena generacional de inconformidad con el pelo, que resulta en la asimilación de un canon eurocéntrico como única forma de supervivencia cuando habitas un cuerpo negro dentro de esta cultura blanca occidental dominante. Asimilación que exige una jornada de una vez cada tres meses alisarse y pagar al menos, en Panamá, diez dólares semanales con tal de mantener la identidad oculta, escondida, cuidando que no incomode. Pero lo que nadie dice, es de qué esos productos están hechos, qué contienen, qué riesgo representan al hacer contacto con tu sistema.
La respuesta más urgente que encuentro es un estudio publicado en 2017 por la revista estadounidense de obstetricia y ginecología (AJOG), que asocia la placenta y los parabenos, químicos frecuentes en los desrizantes, con la menarquia temprana y la creación de fibromas uterinos en mujeres afroamericanas. Sin embargo, desde los cuatro y ocho años comienza a aplicarse en niñas que recién se enteran, deben solucionar el problema que es la textura natural de su pelo.
Hoy, las que no han querido someterse quizá han sentido miedo. Miedo porque el racismo estructural dicta que “la buena presencia” implica no llevar tu cabello natural. En 2016, una joven panameña fue suspendida de su trabajo tres días por llevar trenzas. Otras, madres y padres, reciben notas del colegio que dicen: por favor peine a su hija.
En la última década, gracias a que el activismo estético vino a impulsar la ola de aceptación que se ha levantado en la vida de miles de mujeres negras, lo que antes no sucedía ahora está pasando. Todas decididas a aprender a cuidar su pelo tal como les nace y a ver como falsos prejuicios racistas que históricamente han propagado sobre el afro, al asumirlo parte de una identidad africana y ancestral.
Joan Collins
Periodista panameña y estudiante de español.
Ha publicado diversos textos en revista Afroféminas (España), periódico Capital Financiero y revista Concolón (Panamá).
Formó parte de la antología poética ‘Sanaré: Sanar juntxs desde la palabra’ (Puerto Rico,
2021).
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