martes, diciembre 3

Discretas pero no invisibles: de mujeres negras que cambiamos el curso de la historia

Fotografía de fotolia.com

En ocasiones, cuando se trabaja para los organismos de control social y te planteas organizar cierto tipo de eventos, especialmente si éstos mezclan en su receta educación y reivindicación, puedes toparte con situaciones de censura no del todo agradables. Si a ello le sumas el hecho de ser una persona un con un índice de entusiasmo un poco más elevado que la media, que te corten las alas a la hora de llamar a las cosas por su nombre, no es plato de buen gusto. Sin embargo, siempre y cuando los valores personales más profundos no se vean seriamente amenazados, es recomendable llevar a cabo un ejercicio de autoflexibilidad mental, con el fin de aportar material de reflexión a personas que quizá no hubieran tenido acceso a él previamente. Además en estos casos los beneficios jamás son unidireccionales, una puede llegar a integrar muchas cosas que previamente desconocía acerca de la manera de entender el mundo de otros colectivos, y alcanzar elevadas dosis de satisfacción al final de la corrida (entiéndase corrida desde el punto de vista menos taurino y sexual posible). En otras palabras, en ocasiones aceptar las trabas que se pueden presentar a lo largo del trayecto, y ser capaz de ajustarse a la realidad que te rodea puede al final convertirse en un reto personal y en una nueva posibilidad para aprender y ampliar miras.

En un ejercicio consciente de entrenar mi diplomacia, controlar mi intolerancia y mantener a la fiera bajo control, me ofrecí a organizar un evento para celebrar el Día Internacional de la Mujer en mi trabajo. Toda esta descalabrada introducción con la que acabo de presentar mi relato, tiene un fin claro y específico que no es otro que el de contar lo que ocurrió este pasado 8 de marzo en el Instituto de Educación Especial de Manhattan donde trabajo.

Tras comprometerme a organizar el acto que, por primera vez en la historia de la escuela conmemoraría la celebración del Día Internacional de la Mujer, decidí junto con el apoyo de parte del Departamento de Humanidades, que lo más sencillo y cómodo sería organizar una asamblea en el salón de actos en la cual toda la comunidad escolar pudiera participar el mismo viernes, día 8.

La idea sería, en esta asamblea informar a través de una charla-taller a todo el cuerpo estudiantil, profesorado y personas de administración, acerca de los orígenes, la evolución y el motivos por el cual se celebra el Día Internacional de la Mujer; y de paso tener la oportunidad de aclarar ciertos mitos y compartir realidades relacionadas históricamente con los movimientos feministas. Antes de cerrar el programa que se ejecutaría ese día, mis supervisoras solicitaron un informe detallado con cada uno de los puntos que se tratarían durante la actividad, así como una explicación de los materiales que se utilizarían para su ejecución, con el fin de ser analizados y revisados previamente de manera exhaustiva. Varios puntos de la ponencia original fueros eliminados sin piedad por no ser demasiado adecuados para la audiencia. Algunos de ellos basados en conjeturas acerca de como los y las estudiantes iban a encajar ciertos términos tales como “lesbiana” o “sexualizada” o “suicidio”, debido a sus perfiles, en su mayoría, de adolescentes dentro del espectro autista.

Este hecho me ubicó frente a la primera de mis dudas, ¿de qué manera beneficia a nuestros y nuestras jóvenes, el ocultarles realidades del mundo en el que viven?”, la cual se vincula directamente con la segunda, “¿estar frente a estudiantes con “dificultades” educativas, justifica la decisión de vetar determinada información necesaria para su desarrollo intelectual y social?, o ¿quizá la administración del centro tenga miedo a posibles reacciones de las familias de los chicos y las chicas al poder recibir un mensaje sesgado por parte de éstos tras la realización de la actividad?. Todo ello me resultó curioso pues el ambiente del centro es abierto y progresista, pero acepté llevar a cabo el ejercicio del modo en que me estaban solicitando y esperar a ver los resultados.

La asamblea se desarrolló con éxito y la participación de los y las estudiantes transcurrió dentro de lo esperado, con casi más intervenciones por parte de la audiencia que de lxs propixs ponentes, lo cual siempre es un éxito. Pero, sin lugar a dudas, lo más sorprendente del análisis final fueron los resultados que se observaron tras la realización de la dinámica que pretendía clausurar la actividad con la creación de un mural denominado “The purple Sea”. El mural consistía en repartir un post-it de color morado a cada unx de lxs estudiantes en el que debían escribir un mensaje positivo a una mujer importante en su vida, una mujer que hubiera generado algún sentimiento memorable en ellos y ellas, una mujer que quisieran, a la que estuvieran agradecidxs por algo, les inspirara o a las que les desearan algo positivo o en las que depositaran alguna esperanza para el futuro. Antes de comenzar a escribir mensajes les informamos de que estas mujeres podían ser bien de su familia, personajes históricos o de la cultura popular, actrices, cantantes, personajes juveniles, etc, pero siempre debían escribir desde el respeto y con un mensaje bien claro. Todos los mensajes que escribieran sería pegados en un mural con la forma del símbolo de Venus previamente diseñado por la profesora de arte.

Tras concluir la actividad de la celebración de este día, comencé a revisar todo lo que había quedado plasmado en nuestro “Mar morado de Venus” con el fin de poder extraer alguna conclusión respecto a de qué manera, todo lo que se había tratado durante la jornada, había repercutido en la audiencia y si se había conseguido incrementar la sensibilidad de nuestrxs estudiantes en cuanto a estas cuestiones. Y aquí es donde mi alegría se materializó convirtiendo mi corazón en una bomba de amor, al descubrir que, después de las mamás de varixs de los estudiantes, las mujeres más nombradas y reconocidas en nuestro mural de Venus fueron: Rosa Parks, Harriet Tubman, Susan B. Anthony y Michelle Obama, en ese orden…

Me provoca verdadera felicidad (no todo van a ser disgustos), que los y las estudiantes de una escuela privada de Midtown Manhattan, mayoritariamente pertenecientes a familias blancas y judías, y con un porcentaje menor de estudiantes de raza negra y mestizxs, sean capaces de valorar el papel que mujeres como Harriet Tubman tienen en la historia de su país, la libertad de tantas personas negras en los Estados Unidos, y valorar a través de sus palabras de agradecimiento la repercusión que sus actos tuvieron en la libertad de tantas personas. O ver que tantos y tantas estudiantes tienen entre sus principales deseos hacia el futuro que, Michelle Obama se convierta en la primera Presidenta de los Estados Unidos.

Así que ahí están las afroféminas, discretas pero no invisibles, esas mujeres negras que a pesar de las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse, han conseguido de algún modo modificar el curso de la historia e incluso ser reconocidas por las personas más jóvenes. Y esas otras de las que, por muchos obstáculos que queden por derribar, se esperan grandes cosas; esas en las que se han depositado tantas esperanzas. Dejar huella en la sociedad a pesar de las adversidades nunca es en vano, y ser representante de un hito histórico tampoco, pero a pesar de no siempre se les dio reconocimiento que merecían, con un poco que observemos nos daremos cuenta que siempre estuvieron, están y estarán presentes.

Abramos los ojos, estemos atentas, que en el momento menos esperado podemos toparnos de bruces con alguien que nos recuerde, desde la voz tranquila y modesta, que la sociedad les debe mucho y que el futuro les pertenece, y ésto puede aportarnos una inmensa felicidad y un poco de luz a la sombra.


Sandra McClean Montoya

Psicóloga-sexóloga. Máster en Género y Desarrollo en la UB de Barcelona. Presidenta de la Asociación Pro Derechos Sexuales.Actualmente trabaja como profesora de Español, Literatura Española y Culturas Hispanas en el instituto educación especial Aaron School, en Manhattan, NY. Instagram @sandrolamc


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