La verdad es que muchas de nosotras nos levantamos cada mañana sin pertenecer. Nacimos en un lugar o provenimos de otro, (según la conveniencia de nuestra sociedad oportunista), y yacemos en un umbral de miedos que nos abanica inseguridades y nos arropa de estigmas en su más máxima esplendor.
La lucha que tiene una mujer migrada o racializada, no debería marcarnos de guerreras, si no más bien como supervivientes de una guerra que no debería correspondernos. La dualidad de las culturas, que nos mantiene en unos márgenes entre si ser de aquí, de allá, si ser mujer o ser marioneta, se repite en nuestras mentes hasta la saciedad, y nos crea ese límite de creencias en el cual nos obligan a creer toda la vida, y eso, amigxs míxs, no es más que las rejas que nos aguardan. La proclamación de nuestra libertad siendo lo que somos, y decidiendo que somos, nos libera mucho más que aquellas murallas que nos hacen creer de pequeños, que si somos de Occidente porque nacimos en occidente, o si somos de los países de origen de nuestros padres o nuestros abuelos. Y es que la historia se repite cada vez con más peso hacia nosotras, porque la realidad nace de la persona, y no de lo que nos asignan cuando nacemos.
A cuántas de nosotras no nos creen cuando decimos que somos españolas, o nos repiten la tópica pregunta incuestionable de: ‘’ ¿Cuál es tu país de origen? El real’’. Como si nosotras mismas no pudiésemos decidir de dónde nos sentimos por nuestro color de piel, nuestros rasgos o nuestra forma de hablar. Porque la sociedad y la cultura de creencias nos ha obligado siempre a mantenernos al margen de nuestro juicio y nuestra propia determinación.
Aún recuerdo las palabras que me remarcaban de pequeña, con intento de enorgullecerme: ‘’Oh, realmente jamás pensé que no fueras de aquí’’ o ‘’Pareces española’’ con muecas de aceptación y simpatía. Yo, sin embargo, siempre decía que era norte-africana, era la forma en que me auto proclamaba y de la que más orgullosa me sentía (y me siento).
Aquella decisión parecía motivo de risas para muchos, porque eso no era ningún país y era una ridícula forma de llamarme a mí misma según sus palabras. Intentaban mantenerme al margen de una decisión tan simple y llana como el querer denominarme lo que era por naturaleza.
Desde entonces, siempre he escuchado este comentario como una forma de querer decirme que el hecho de parecer más europea era un halago, y eso me fastidiaba una barbaridad. Y la realidad, es que a muchas de nosotras nos pasa constantemente.
Recuerdo también, que cuando llevaba el pelo liso me solían decir que parecía más occidental y llenaron mi alma de inseguridad cuando llevaba el pelo rizado, pues creía que llevando mi pelo natural solo haría que me viesen no como una igual, si no como alguien paralelo al grupo que formaba parte de ellos. La visión de la belleza eurocéntrica me llevaba a mi propio rechazo aquel entonces.
Ahí empiezan la gran cantidad de inseguridades que nos vienen cuando la gente nos juzga, nos posiciona según sus ideales, y a parte de eso, nos hacen creer que la belleza blanca es la que más vale y prevalece, y que ellos más que nosotras tienen el derecho de decidir nuestras creencias o nuestra propia naturaleza, pues es la hegemonía blanca con la cual nos alimentan desde que nacemos. Pero mirando hacia atrás puedo ver que el desarrollo personal que nos ha obligado integrarnos en un lugar u otro puede crearnos rechazo al sistema, pero también puede crearnos una visión retrospectiva que favorecerá en un futuro nuestras generaciones para que la decisión libre e intrínseca de cada una sea la versión más emancipada de nosotras mismas y que esta creencia de poseer nuestras decisiones quede obsoleta en la historia.
Sara Ould
Soy de origen norteafricano. Estudiante de diseño gráfico y poetisa en mis ratos libres. Feminista interseccional, y activista por los derechos de la mujer migrada y de clase obrera.
Instagram: @rabiadepueblo
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