Cuando era niña nunca imaginé lo que me esperaba en este mundo cruel al que pertenecía. Nunca imaginé que mi madre me prohibiría salir a esas calles donde por ser mujer negra tenía el doble de peligro que un hombre blanco, e incluso que una mujer blanca. Nunca imaginé que el colegio el cual según mi madre era «mi segunda casa» sería el lugar donde más excluida me sentiría. Nunca imaginé que mi sexo sería «signo de debilidad» ¿Cómo iba a imaginármelo? si me sentía la persona más poderosa en mi pequeño mundo.
Nunca imaginé que mi color de piel determinaría mi posición en esta sociedad donde mandan los estereotipos. Nunca imaginé que llegaría a avergonzarme del cabello natural que me caracterizaba; no, no me lo imaginaba porque amaba cada peinado que me hacía mi madre y lo hermosa que me hacía sentir.
Nunca imaginé que al llegar a la adolescencia perdería mi propia identidad al tomar la decisión de dejar de ser yo misma alisándome el cabello permanentemente, para poder parecerme a alguien que no era yo y sentirme aceptada. Nunca imaginé que odiaría usar ropa corta porque mostraba mi color de piel. Nunca imaginé recibir tantas ofensas ni tener que escuchar tantos chistes de mal gusto donde mi color de piel sería el protagonista. Nunca imaginé sentirme avergonzada por cada rasgo que me caracterizaba, mi cabello, mi color, e incluso de mi gran boca.
Pero al llegar a la juventud, nunca imaginé que mi color de piel llegaría a ser el motor que me impulsara diariamente a luchar por mí y por lo que soy. No, nunca me lo imaginé tras haber pasado los peores años de mi vida en mi niñez y en mi adolescencia avergonzándome de como era, de como soy. Nunca imaginé llegar a admirar esos hermosos cabellos naturales de las personas negras, pero lo que realmente admiraba era el coraje y la valentía que tenían por el simple hecho de mostrar lo que eran sin importarles lo que la sociedad pensase.
Tras procedimientos químicos realizados en mi niñez que alisaron permanentemente cada hebra de mi cabello, nunca imaginé llegar a querer ser yo misma, sin importarme que la sociedad a la que pertenecía, y la cual se creía blanca, me juzgara. Nunca imaginé tomar la decisión de ser una mujer, negra porque ya estaba cansada de ser algo que no era. Ya estaba cansada de mirar al espejo y ver reflejada a una persona con rasgos diferentes a los que realmente me pertenecían, ya estaba cansada de tener que formar parte de un sistema organizado por y para blancos, ya estaba cansada de ser esclava de mi propio cuerpo.
Cuando estaba en mi adolescencia, nunca llegué a imaginarme que me amaría de pies a cabeza, que amaría mi color de piel, mi boca, mi nariz, nunca imaginé que amaría cada hebra de mi cabello. Nunca imaginé que me sentiría orgullosa de cada parte de mi cuerpo, ni que llegaría a desear tanto querer luchar por cuidar mi cuerpo en una sociedad que robaba mi identidad.
Ingrid Yackzury
Afrocolombiana. Estudiante de Bachillerato (17 años)
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