sábado, diciembre 21

De como Israel ayudó al régimen del Apartheid de Sudáfrica

Imagen en un banco en un parque en Sudáfrica donde solo podían sentarse los blancos. Las leyes que regían el régimen del apartheid eran similares a las leyes de Nuremberg del régimen nazi, que eliminaban la presencia de los judíos de la sociedad.

El objetivo del apartheid era separar a negros y blancos en todos los aspectos de la vida, desde el ámbito laboral hasta en el espacio doméstico, aunque en realidad, los blancos dependían de los negros como mano de obra y sirvientes. Esta segregación se transformó en el concepto de «apartheid», y dando lugar a los bantustanes, cinco territorios que se denominaron «independientes», aunque en realidad estaban bajo el control de líderes autocráticos vinculados a Pretoria y donde millones de personas de negras fueron relegadas.

Cuando el Partido Nacionalista llegó al poder en Pretoria en 1948, los judíos sudafricanos, en su mayoría descendientes de refugiados de los pogromos en Lituania y Letonia del siglo XIX, tenían motivos para ser precavidos. Una década antes de que Daniel François Malan se convirtiera en el primer ministro durante la era del apartheid, lideró la oposición a la entrada de refugiados judíos de la Alemania nazi a Sudáfrica. En su intento por promulgar una legislación para bloquear la inmigración, Malan expresó en el parlamento en 1937: «Me han criticado por discriminar a los judíos debido a su origen. Permítanme decir claramente que admito que así es».

El antisemitismo en Sudáfrica creció con el ascenso de la comunidad judía a la puestos de poder económico durante la fiebre de los diamantes en la década de 1860. En los albores del siglo XX, el periodista JA Hobson hablaba abiertamente de que la guerra de los bóers se estaba librando en beneficio de un «pequeño grupo de financieros internacionales, mayoritariamente de origen alemán y judío». Cincuenta años después, el gabinete del primer ministro Malan compartía perspectivas conspirativas similares. Hendrik Verwoerd, futuro arquitecto del «gran apartheid» y editor del virulentamente antisemita Die Transvaler, acusó a los judíos de controlar la economía. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad secreta afrikáner, Broederbond, contaba con miembros como Malan y Verwoerd, quienes establecieron conexiones con los nazis. Otro miembro de Broederbond y futuro primer ministro, John Vorster, fue internado en un campo de prisioneros durante la guerra por sus simpatías nazis y sus vínculos con la milicia fascista de los Camisas Grises, bajo el gobierno de Jan Smuts.



Don Krausz, un superviviente de los campos de concentración en Ravensbrück y Sachsenhausen, llegó a Sudáfrica un año después del final de la guerra, tras haber sobrevivido a los horrores del Holocausto perdiendo a gran parte de su familia. Krausz recordaba que los nacionalistas sudafricanos eran fuertemente antisemitas y que la prensa afrikáans mostraba un furioso antisemitismo. Según Krausz los judíos se sentían amenazados por los afrikaners. Los ataques de los Camisas Grises en las comunidades mayoritariamente afrikáans a los comercios judíos eran constantes.

Sin embargo, para muchos judíos sudafricanos, la situación tomó un giro inesperado: a pesar de la introducción de leyes que recordaban a las de Nuremberg, se les aseguró que no serían los objetivos de estas medidas. El régimen del apartheid enfrentaba un dilema demográfico y no podía darse el lujo de marginar a un segmento de la población blanca, incluyendo a los judíos. Con el paso de los años, varios judíos sudafricanos no solo se sintieron seguros dentro del nuevo orden, sino que también se adaptaron a él. Muchos de ellos, encontraron paralelismos entre la lucha de Israel y el renacimiento del nacionalismo afrikaner, llegando incluso a sentirse identificados con él.

La victoria electoral del Partido Nacionalista fue vista por muchos afrikaners como la liberación de un dominio británico al que odiaban profundamente. Aunque los campos de concentración británicos para afrikaners en Sudáfrica no se equiparaban en escala o intención a la «solución final» de los nazis contra los judíos, la muerte de 25.000 mujeres y niños debido a enfermedades y hambruna dejaron una profunda huella en el nacionalismo afrikaner, al igual que la memoria del Holocausto es fundamental para la percepción que tiene Israel de sí mismo. El régimen blanco afirmaba que la lección para los afrikaners era proteger sus intereses o enfrentar la destrucción.

Además, estaba la influencia de la religión. La Iglesia Reformada Holandesa, basándose en interpretaciones del Antiguo Testamento y la historia afrikaner, utilizó la victoria en la batalla de Blood River sobre los zulúes como una confirmación de que la divinidad respaldaba al hombre blanco. Esta percepción reforzó aún más la justificación del apartheid dentro de esa perspectiva religiosa.

Los sectores de la derecha y extrema derecha israelí afirman que son el pueblo elegido, y encuentran una justificación bíblica para su racismo y exclusividad sionista. Por otro lado los colonos afrikaner difundieron el mito de que no había gente negra en Sudáfrica cuando se establecieron por primera vez en el siglo XVII y que toda la prosperidad se la han dado ellos a Sudáfrica, ya que antes era una tierra salvaje y un erial. Algo tremendamente parecido a los que dicen muchos israelís (tanto a la derecha como a la izquierda) sobre que en realidad Palestina era una tierra abandonada a la que ellos han convertido en una potencia económica con su trabajo.

Detrás de este discurso subyace la idea racista de una supuesta incapacidad de los palestinos para prosperar, que es el mismo discurso afrikaner con respecto a los negros en Sudáfrica. Es decir la idea de la inferioridad de los pueblos colonizados.

A pesar de la persistencia del antisemitismo, pocos años después de que los nacionalistas tomaran el poder en 1948, muchos judíos sudafricanos encontraron un punto de convergencia con el resto de la comunidad blanca. Se les consideraba blancos y, aunque los afrikaners no eran sus aliados, compartían la categoría de blancos. Esto les daba ventajas sobre la población negra colonizada y no dudaron en aprovecharse de ellas. Muchos judíos que llegaron desde Europa después de la guerra no estaban ciegos, y veían las similitudes del apartheid con las leyes e Nuremberg. Pero la inmensa mayoría de la comunidad decidió callar.

Durante muchas décadas, tanto la Federación Sionista como la Junta Judía de Diputados de Sudáfrica han dado honores a individuos como Percy Yutar, quien estuvo a cargo del enjuiciamiento de Nelson Mandela por sabotaje y conspiración contra el Estado en 1963, lo que resultó en su condena a cadena perpetua. Yutar ascendió a fiscal general del Estado Libre de Orange y luego del Transvaal. Además, fue elegido presidente de la sinagoga ortodoxa más grande de Johannesburgo. Algunos líderes judíos lo han elogiado como un «modelo para la comunidad» y un símbolo de la contribución de los judíos a Sudáfrica.

El establishment judío evitó la confrontación con el gobierno racista. La política declarada de la Junta Judía de Diputados fue la de «neutralidad» para no «poner en peligro» a la población judía. Aquellos judíos que veían el silencio como una colaboración con la opresión racial y hacían algo al respecto fuera del sistema político dominante, fueron rechazados por la comunidad.

Fueron fuertemente rechazados porque se sentía que estaban poniendo a la comunidad judía en peligro. La Junta Judía de Diputados siempre dijo que cada judío podía ejercer su libertad para elegir cualquier partido político, pero que tenían que tener en cuenta las consecuencias para la comunidad. En general, los judíos eran parte de la comunidad blanca privilegiada y eso llevó a muchos judíos a olvidarse de los padecimientos de los negros e incluso, beneficiarse de ellos.


Miembros del Ossewabrandwag en un desfile durante la Segunda Guerra Mundial. 
La entonces oposición política colaboró ​​con los alemanes. 
Colección de fotografías de OB/División de registros, archivos y museos, Universidad del Noroeste

La colaboración del estado de Israel con el régimen racista sudafricano

Durante los años 50 y 60, Israel criticó abiertamente el apartheid mientras establecía alianzas con gobiernos africanos nacidos de la descolonización. Sin embargo, la mayoría de los estados africanos cortaron sus lazos después de la guerra de Yom Kippur de 1973, y el gobierno de Jerusalén empezó a adoptar una postura más tolerante hacia el régimen racista de Pretoria. La dinámica de la relación cambió drásticamente, tanto que en 1976, Israel extendió una invitación al primer ministro sudafricano, John Vorster, quien en el pasado había simpatizado con el nazismo y liderado el grupo fascista Ossewabrandwag, que respaldaba a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, para realizar una visita de Estado.

Isaac Rabin, en su primera etapa como primer ministro (1974-1977), elogió al primer ministro sudafricano como un defensor de la libertad durante su visita al monumento en Jerusalén dedicado al Holocausto, evitando hacer mención al pasado nazi de Vorster. Durante un banquete de Estado, Rabin propuso un brindis «por los ideales compartidos por Israel y Sudáfrica: las esperanzas de justicia y de coexistencia pacífica». Además, destacó que ambas naciones enfrentaban «inestabilidades e influencias imprudentes provenientes del extranjero».

El primer ministro de Sudáfrica, John Vorster (segundo desde la derecha), es agasajado por el primer ministro de Israel, Isaac Rabin (derecha), Menachem Begin (izquierda) y Moshe Dayan durante su visita de 1976 a Jerusalén. 
Fotografía: Sa’ar Ya’acov

Vorster, cuyo ejército se encontraba entonces llevando a cabo una invasión en Angola, expresó a sus anfitriones que Sudáfrica e Israel eran objetivos de los enemigos de la civilización occidental. Algunos meses después, el anuario del gobierno sudafricano describió a ambas naciones como confrontadas con un desafío compartido: «Israel y Sudáfrica tienen una cosa sobre todo en común: ambos están situados en un mundo predominantemente hostil habitado por pueblos oscuros».

La visita de Vorster estableció los cimientos para una colaboración que convirtió la alianza entre Israel y Sudáfrica en un poderoso desarrollador de armamento y un actor influyente en el comercio internacional de armas.

Los israelís ayudaron a crear la industria armamentística y represiva sudafricana, mientras el régimen racista sudafricano les ayudaba a desarrollar todo tipo de tecnología porque tenían enormes cantidades de dinero. Después de 1976, el Mosad y los servicios secretos sudafricanos establecieron una relación muy estrecha, al igual que sus dos ejércitos.

El Mosad estuvo involucrado en Angola como «consultor» del ejército sudafricano. Había oficiales israelíes allí cooperando con el ejército racista sudafricano, en obtención de información (tortura) y contraespionaje.

Junto a las fábricas estatales que producían material para Sudáfrica estaba el Kibbutz Beit Alfa, que desarrolló una industria tremendamente rentable vendiendo vehículos antidisturbios para usarlos contra los manifestantes en los municipios negros.


Vehículos antidisturbios de las fuerzas sudafricanas fabricados en el Kibbutz Beit Alfa. Se utilizaban para reprimir protestas en los suburbios negros.

Israel jugó un papel crucial en el desarrollo de las bombas nucleares de Sudáfrica al aportar conocimientos y tecnología, siendo este uno de los secretos más celosamente guardados. Sin embargo, la estrecha asociación con un movimiento político basado en la ideología racial avergonzaba a Israel lo suficiente como para mantener en secreto su colaboración militar.

En la década de 1980, Israel y Sudáfrica se respaldaban mutuamente al justificar la dominación sobre otros grupos. Ambos argumentaban que sus propios pueblos enfrentaban la amenaza de aniquilación por fuerzas externas: en Sudáfrica, por los gobiernos africanos negros y el comunismo; en Israel, por los Estados árabes y el Islam. Sin embargo, cada uno de ellos se encontró finalmente con levantamientos populares (como Soweto en 1976 y la intifada palestina en 1987) que surgieron internamente, de manera espontánea, alterando radicalmente la dinámica de los conflictos.

La Sudáfrica blanca e Israel se describieron a sí mismos como enclaves de civilización democrática en primera línea en la defensa de los valores occidentales, pero ambos gobiernos exigieron a menudo ser juzgados según los estándares de los vecinos de los que afirmaban estar protegiendo al mundo libre.

Algunos líderes de Israel ha justificado la relación pasada con el régimen del apartheid como una cuestión de supervivencia del Estado de Israel. Lamentablemente esta excusa, es la misma que hoy utiliza para masacrar a millares de civiles, mujeres y niños palestinos.

Ya nadie les cree.

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