Muchas mujeres negras y racializadas, en la vida y en la muerte, experimentan el impacto catastrófico del estigma público contra la violencia de género, dolorosamente multiplicado por el racismo y la inequidad.
Tenemos que empezar a hablar del racismo y violencia que soportan las mujeres negras y racializadas víctimas de violencia machista cuando acuden a denunciar a una comisaría. Tenemos que empezar a decir bien alto que las mujeres negras y racializadas no son tratadas con equidad cuando acuden a la justicia patriarcal, que también es racista. Tenemos que decir claramente que las mujeres negras y racializadas no tienen las mismas posibilidades que las blancas de ser ayudadas si son víctimas de violencia machista. Tenemos que denunciar que la situación irregular de muchas mujeres migrantes racializadas aumenta su desprotección y sus posibilidades de morir y ni siquiera aparecer en las estadísticas. No podemos seguir callando.
No podemos seguir negando o minimizando el daño que el racismo suma al daño ya causado por la violencia de género. Y no podemos seguir argumentando que reconocer el arma de doble filo del racismo y la violencia machista es de alguna manera equivalente a negar o minimizar el daño que las mujeres blancas también experimentan debido a la misma violencia. Reconocer que las mujeres negras y racializadas tienen más probabilidades de quedar desprotegidas ante la violencia machista que las mujeres blancas no significa que las mujeres blancas no estén en riesgo de ser asesinadas, o que sus experiencias sean menos importantes. Simplemente significa que debemos colocar a las mujeres de negras y racializadas en las conversaciones sobre la violencia de género porque están muriendo tanto por el abuso como por el racismo. Cuando existe un error, admitirlo es un camino para corregirlo.
El sistema de justicia penal y la percepción social están en contra de todas las víctimas de violencia machista sin importar el color, pero las barreras son aún más altas y más anchas para las mujeres negras y racializadas. Es posible sostener ambas verdades, y al mismo tiempo reconocer que el abuso agravado por el racismo hacia las mujeres negras y racializadas está profundamente arraigado y desgraciadamente, si no cambiamos las políticas públicas, tardaremos más tiempo en erradicarlo.
Es inaceptable restar importancia al hecho de que las mujeres negras y racializadas también están muriendo a manos de sus parejas, pero se sienten más desprotegidas por un racismo institucional y social que justifica, comprende o ignora esta verdad.
Una conocida líder feminista puso un comentario en redes: “Yo lucho por TODAS los sobrevivientes y víctimas de la violencia machista, independientemente de su raza». Sí, debemos luchar por todas las sobrevivientes y víctimas de violencia machista. Pero no podemos eliminar la raza y el racismo de la ecuación, porque eliminarlo y pasarlo por alto es matar a las mujeres negras y racializadas.
Podemos y debemos luchar por todas las supervivientes y víctimas, hay que hacerlo, pero cuando respondemos con un desprecio inmediato a las injusticias raciales que se nos señalan, solo estamos defendiendo a algunas víctimas.
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