
Conocer mi historia africana fue un reencuentro conmigo misma. No hablo solo de mapas, fechas o nombres de países. Hablo de raíces, heridas, orgullo, poder, y sobre todo, verdad. Aquí comparto diez cosas que descubrí de mí en ese proceso.
1. Mi historia no comenzó en la esclavitud
Durante mucho tiempo me hicieron creer que mi origen era una cadena rota, un dolor sin pasado. Pero al mirar hacia África, entendí que mi historia empezó mucho antes, en civilizaciones complejas, sabidurías ancestrales, reinos, espiritualidades y resistencias. Yo no vengo de la esclavitud, vengo de personas que fueron esclavizadas.
2. No soy el «otro» de nadie
El racismo me hizo sentir siempre fuera de lugar, como si fuera una excepción en un mundo que no fue diseñado para mí. Conocer mi herencia africana me enseñó que no soy la versión «diversa» de nada. Soy centro, soy historia, soy universo completo.
3. La belleza es política
Durante años odié mi cabello, mi nariz, mi piel. Pensé que si me acercaba a lo blanco, me acercaba a lo aceptable. Aprender sobre estética africana, sobre trenzas que contaban rutas de fuga, sobre cuerpos celebrados en sus formas naturales, cambió mi espejo. Mi belleza es resistencia.
4. La sabiduría de mis ancestras vive en mí
Las mujeres negras han sostenido el mundo sin que se lo reconozcan. Aprendí que muchas de mis intuiciones, mi fuerza, mi capacidad de sostener a otras, no son casuales. Son herencias. Estoy hecha del coraje de mujeres que sobrevivieron lo indecible.
5. No tengo que explicarme para existir
Saber de dónde vengo me quitó la necesidad de justificar quién soy. No tengo que traducir mi existencia, ni suavizar mi identidad para ser aceptada. Tengo derecho a ocupar espacio, a hablar alto, a nombrarme con dignidad.
6. Hay múltiples formas de conocimiento
Mi historia africana me reveló que el saber no siempre viene en libros, universidades o diplomas. Está en los cantos, en los cuentos, en el cuerpo, en la danza, en la comunidad. Aprendí a valorar esos otros saberes que también son válidos, poderosos y transformadores.
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7. La diáspora es familia extendida
Me sentí menos sola cuando entendí que muchas otras personas negras en el mundo estaban haciéndose las mismas preguntas que yo. Conocer la historia africana es también tender puentes con la diáspora: con Brasil, Haití, Cuba, Colombia, Estados Unidos, y tantos más. Somos parientes en lucha.
8. Mi rabia es legítima
Durante mucho tiempo me dijeron que no debía estar enfadada, que la rabia era «mala». Pero al conocer mi historia, entendí que esa rabia viene de siglos de injusticia. No es destructiva, es digna. Y puede ser combustible para el cambio.
9. Reivindicar mi historia es sanarme
Investigar, leer, escuchar, hablar con otras personas negras… todo ese proceso ha sido medicina. Cada fragmento recuperado me devuelve algo que me fue arrebatado. Cada historia recontada es una costura en mi alma.
10. Soy parte de algo más grande
Conocer mi historia africana me recordó que no soy un error, ni una excepción, ni una nota al pie. Soy parte de una herencia viva, vibrante, hermosa. Y tengo la responsabilidad y el honor de continuarla.
Conocer mi historia africana fue una necesidad vital. Porque sin raíces no hay identidad, y sin identidad no hay libertad.
Este viaje no ha terminado. Acaba de comenzar. Pero ahora sé que cada paso que doy tiene detrás siglos de caminos andados. Y no camino sola.
Elvira Swartch Lorenzo
Colaboradora

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