El pasado domingo, Mamour Bakhoum, un vendedor ambulante de 43 años, falleció tras arrojarse al río Guadalquivir en Sevilla mientras huía de la Policía Local. Lo que el Ayuntamiento ha descrito como una decisión tomada en un «gran estado de nerviosismo» es, para muchos, el resultado de un sistema profundamente racista que criminaliza la pobreza y persigue con especial saña a las personas negras.
“Siempre hay discriminación hacia los negros”
Lamine, amigo y compañero de Mamour, ha señalado directamente a la Policía Local como responsable de los hechos. En declaraciones a la prensa, denunció que las actuaciones policiales contra los vendedores ambulantes negros están cargadas de violencia y racismo. “Siempre hacen discriminación hacia los negros”, aseguró, destacando que él mismo ha sido tratado «como un animal» en intervenciones anteriores de los agentes.
Este no es un caso aislado, sino parte de una práctica sistemática de acoso a quienes intentan sobrevivir en condiciones de extrema precariedad. Los vendedores ambulantes negros, ya estigmatizados por un sistema que perpetúa la desigualdad, enfrentan además un trato que, según Lamine, refleja una discriminación racial profundamente arraigada en las instituciones.
Según el Ayuntamiento de Sevilla, Mamour se lanzó al río al advertir la presencia policial. Sin embargo, esta versión oficial ha sido duramente cuestionada. ¿Qué llevó a Mamour a sentir que el agua era su única salida? Para sus compañeros, no se trata de un accidente, sino de una muerte provocada por un contexto de persecución inhumana.
Lejos de ser un gesto aislado de «nerviosismo», la decisión de Mamour es el reflejo de un miedo cotidiano: el de enfrentarse a un sistema que lo considera culpable por su color de piel y su condición de migrante. La persecución a la que fue sometido lo empujó al agua. Este hecho evidencia una política de hostigamiento institucional que no tiene en cuenta las consecuencias para seres humanos en busca de ganarse la vida.
Indiferencia institucional y desdén hacia las vidas negras
Tras la tragedia, familiares y amigos de Mamour se presentaron en la sede de la Policía Local exigiendo explicaciones. Según Lamine, lejos de recibir atención o empatía, se encontraron con puertas cerradas. Este silencio por parte de las autoridades locales, incluido el gobierno del alcalde José Luis Sanz, ha sido interpretado como una muestra de desprecio hacia las vidas negras.
Por otro lado, las autoridades han preferido centrar el discurso en acusaciones de vandalismo contra los familiares y amigos del fallecido, una estrategia que invisibiliza las demandas legítimas de justicia y refuerza una narrativa de criminalización. Lamine negó rotundamente que estas personas estuvieran relacionadas con los incendios de contenedores denunciados, denunciando que “ellos saben qué es lo que pasa”.
Racismo estructural: una muerte anunciada
La muerte de Mamour Bakhoum es el desenlace trágico de un sistema que no solo margina a las personas racializadas, sino que las persigue con una intensidad que revela prejuicios institucionalizados. La venta ambulante, una actividad que muchos realizan por pura supervivencia, es reprimida con desproporción, mientras las autoridades cierran los ojos ante las condiciones que obligan a estas personas a ejercerla.
En lugar de ofrecer alternativas o soluciones, se opta por la represión, dejando claro que, en este sistema, las vidas negras son prescindibles. La persecución de Mamour, como la de tantos otros, no es un hecho aislado, sino el reflejo de un racismo estructural que mata, ya sea a través de la violencia directa o de las circunstancias que obliga a enfrentar.
El caso de Mamour Bakhoum no puede quedar impune. Las autoridades deben rendir cuentas por las políticas de exclusión y persecución que condujeron a esta tragedia. Es urgente poner fin al racismo institucional que convierte a las personas racializadas en objetivos de un sistema opresor.
Este sistema arrebata, margina y destruye vidas negras. La justicia no es un lujo, es un derecho, y las vidas negras importan.
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