Uno de los beneficios que nos ofrece el uso riguroso de un concepto es la posibilidad de analizar la realidad social, identificando problemáticas que, tal vez, en la ausencia de herramientas conceptuales, serían naturalizadas y con ello, se perpetuarían las desigualdades. En este sentido me parece importante reflexionar acerca de la pertinencia del concepto colonialidad de género, al menos de la forma en que él fue propuesto por Maria Lugones contribuyendo así a la delimitación de una de las más importantes vertientes feministas, el feminismo decolonial.
En modo alguno estoy diciendo que el feminismo decolonial comenzó con Lugones, apenas que la enunciación de este concepto —colonialidad de género— ofreció más densidad conceptual a esta vertiente feminista que, por ejemplo, también ganó nuevos contornos con las discusiones propuestas por Ochy Curiel sobre la Heteronación y a la necesidad de desarrollar una “Antropología de la dominación” por parte de las subalternizadas. En resumen, el feminismo decolonial es un campo teórico-investigativo y de acción política que se interesa por visibilizar los impactos económicos, subjetivos, ideológicos de la colonización europea en las sociedades latinoamericanas y africanas; las formas en que el eurocentrismo se actualiza en los modos de vida contemporáneos perpetuando las desigualdades sociales, haciendo necesaria la desmitificación de la superioridad europea construida a costas de la explotación colonial y la subalternización de pueblos africanos y latinoamericanos. Como expresó Ochy Curiel recientemente en el podcast “Acentos Latinoamericanos”:
“Entonces una de las dudas que la gente siempre tiene es qué es lo que entendemos por descolonización. Y entonces yo, particularmente cuando pienso en la descolonización, siempre pienso la necesidad de historizar. Es decir, ¿cómo empezó la colonización?, ¿por qué empezó la colonización? Y entendemos que eso se inscribe en una historia violenta. Cuando llegaron los colonizadores en 1492, que asumieron que las personas originarias, que estaban en nuestros pueblos, no tenían razón, no tenían espiritualidad, no tenían racionalidad y entonces en ese sentido lo consideraron como unos otros, bestias animales, y esa fue la justificación con toda la empresa que supuso el judeocristianismo vestida supuestamente de evangelización para esclavizar tanto a los pueblos originarios como aquellos que también vinieron de África. Entonces esa herida colonial está en nuestra región, está en nuestros cuerpos, está en nuestras subjetividades, está en la manera en que pensamos inclusive el conocimiento dentro de esta región y esto ha supuesto entonces mucho racismo, mucha instalación de lógicas de poder, de violencia que son sexistas, racistas, heterosexista, y geopolíticas también.” (Ochy Curiel, episodio: Descolonización. Desafíos y horizontes políticos, 22 de agosto, 2024)
De la colonialidad del poder a la colonialidad de género
Fue Aníbal Quijano quien, al caracterizar a la modernidad europea (supuesto ápice de la civilización), expuso que tal modernidad sólo fue posible a costas de la colonización de pueblos africanos y de Abya Yala. Por eso, para no olvidar esta correlación, Quijano propone el término modernidad/colonialidad como pilares para entender el patrón de poder que se instauró a partir de la invasión europea en los territorios colonizados.
Quijano se refiere a un patrón de poder capitalista, eurocentrado y global que implicó: control y explotación del trabajo de los pueblos colonizados, control y explotación de la sexualidad (no hay que olvidar que las mujeres negras fueron violadas por los señores colonizadores), exterminio de las cosmologías y religiosidades indígenas y africanas, imposición lingüística del idioma de los colonizadores e imposición de nuevas identidades geopolíticas. De un lado, los europeos, blancos, “civilizados”, de otro lado, los “indios”, negros, salvajes que debían ser domesticados y dominados. En este sentido, el racismo jugó un papel fundamental, al ser la ideología que permitió la instauración de este sistema de clasificación social. Es justamente a partir de las elaboraciones de Quijano que Maria Lugones entiende que es preciso nombrar y explicitar de forma más detenida a la colonialidad de género, en tanto una dimensión específica de ese formato de poder impuesto por Europa.
La colonialidad de género como herramienta crítica decolonial
Si el racismo le permitió a los hombres europeos de entonces el libre acceso a los cuerpos de las mujeres negras e indígenas, el género, en tanto imposición occidental, también hizo su parte. Primeramente, porque esa forma particular de reordenar las relaciones sociales entre hombres y mujeres, inscribió la diferencia sexual en todas las esferas de la vida de los colonizados, algo que no tenía tanta centralidad en las sociedades precolombinas o que, ni siquiera existía en sociedades como la Yorubá en Nigeria (esto último de acuerdo con Oyeronké Oyewumí a quien Lugones cita en su artículo).
El género se convierte así en una imposición eurocéntrica que tiene su pilar fundamental en la diferencia sexual y el dimorfismo biológico. De esta forma, fue impuesto también un entendimiento heterosexual de las relaciones entre los colonizados. Vale la pena mencionar que en las sociedades precolombinas existían prácticas sexuales y expresiones de género que no correspondían a ni a la heterosexualidad ni al binario de género y que tampoco recibían ningún tipo de punición social, eran apenas formas de existir.
Otro punto que resalta Lugones dentro su concepto de colonialidad de género, es la necesidad de racializar el debate sobre género, considerando que a las mujeres no blancas (negras e indígenas) no les eran asignados los atributos de la feminidad tradicional (como la docilidad, la pureza o la maternidad como destino). Al ser vistas como subhumanas, al ser equiparadas a animales o mercancías, también eran destituidas de género. Las mujeres racializadas fueron transitando paulatinamente de la animalización a ser concebidas en diferentes versiones del “ser mujer” de acuerdo a los intereses en juego para el capitalismo eurocentrado y global. No es coincidencia, como destaca Françoise Vergés, que sean las mujeres racializadas y extranjeras viviendo en Europa, las que sean consideradas como las “más apropiadas” para el trabajo de limpieza, en una evidente continuidad con la colonización de esos cuerpos por un orden racista y sexista que simultáneamente las coloca en ese lugar.
El concepto colonialidad de género viene a alertarnos sobre la necesidad de inscribir el debate de género en la historia colonial, de no universalizar el discurso feminista sobre “las mujeres” porque ese discurso necesita ser racializado, de entender el binarismo de género como una violencia colonial, así como sus efectos que hacen eco hasta hoy en las formas en que se pretende gobernar y cercenar la autonomía de mujeres y otros sujetos cishetero-disidentes.
Yarlenis M. Malfrán
Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.
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