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sábado, julio 27

Ennegrecer el feminismo


Son suficientemente conocidas las condiciones históricas en  las Américas que contribuyeron a la cosificación de los  negros en general y de las mujeres negras en particular. Sabemos también que en toda situación de conquista y dominación, la apropiación sexual de las mujeres del grupo  derrotado es un momento emblemático de afirmación de superioridad del vencedor.  

En Brasil y en América Latina la violación colonial perpetrada por los señores blancos a mujeres negras e indígenas y la mezcla resultante es el origen de todas las construcciones de  nuestra identidad nacional, estructurando el decantado mito de la democracia  racial latinoamericana que en Brasil llegó hasta sus últimas consecuencias. Esa  violencia sexual colonial es también el cimiento de todas las jerarquías de  género y raza presentes en nuestras sociedades configurando aquello que  Angela Gilliam define como “la gran teoría del esperma en la formación  nacional” a través de la cual, y siguiendo a Gilliam:  

1. “el papel de la mujer negra es rechazado en la formación de la cultura  nacional;  

2. la desigualdad entre hombre y mujer es erotizada;  

3. y, la violencia sexual contra las mujeres negras ha sido convertida en un romance”.  

Lo que podría ser considerado historias o reminiscencias del período colonial  permanecen, sin embargo, vivas en el imaginario social y adquieren nuevos  ropajes y funciones en un orden social, supuestamente democrático, que  mantiene intactas las relaciones de género, según el color o “raza” instituidos  en el periodo esclavista. Las mujeres negras tuvieron una experiencia histórica  diferenciada, que el discurso clásico sobre la opresión de la mujer no ha  recogido. Así como tampoco ha dado cuenta de la diferencia cualitativa que el  efecto de la opresión sufrida tuvo y todavía tiene en la identidad femenina de  las mujeres negras.  

Cuando hablamos del mito de la fragilidad femenina, que justificó  históricamente la protección paternalista de los hombres sobre las mujeres, ¿de  qué mujeres se está hablando? Nosotras —las mujeres negras— formamos  parte de un contingente de mujeres, probablemente mayoritario, que nunca se  reconoció en este mito, porque nunca fuimos tratadas como frágiles. Somos  parte de un contingente de mujeres que trabajó durante siglos como esclavo,  labrando la tierra o en las calles vendiendo o prostituyéndose. ¡Mujeres que no  entendían nada cuando las feministas decían que las mujeres debían ganar las  calles y trabajar! Somos parte de un contingente con identidad de objeto.  

Ayer, al servicio de frágiles señoritas y de nobles señores tarados. Hoy,  empleadas domésticas de las mujeres liberadas. Cuando hablamos de romper  con el mito de la reina del hogar, de la musa idolatrada por los poetas, ¿en qué  mujeres estamos pensando? Las mujeres negras son parte de un contingente  de mujeres que no son reinas de nada, que son retratadas como las anti-musas  de la sociedad brasilera porque el modelo estético femenino es la mujer blanca. 

Somos parte de un contingente para las cuales los anuncios de empleo destinan  la siguiente frase: “Se exige buena presencia” y cuyo subtexto es: Negras no se  presenten. Por lo tanto, para nosotras se impone una perspectiva feminista en  la cual el género es una variable teórica más y —tal como afirman Alcoff y  Potter—, “no puede ser separada de otros ejes de opresión” y “no es posible un  único análisis.  

Si el feminismo debe liberar a las mujeres, debe enfrentar virtualmente todas  las formas de opresión”. Desde este punto de vista se podría decir que un  feminismo negro, construido en el contexto de sociedades multirraciales,  pluriculturales y racistas —como son las sociedades latinoamericanas— tiene  como principal eje articulador al racismo y su impacto sobre las relaciones de  género dado que él determina la propia jerarquía de género de nuestras  sociedades.  

En general, la unidad de la lucha de las mujeres en nuestras sociedades no sólo  depende de nuestra capacidad de superar las desigualdades generadas por la  histórica hegemonía masculina, sino que también exige la superación de  ideologías complementarias como es el caso del racismo. El racismo establece la  inferioridad social de los segmentos negros de la población en general, y de las  mujeres negras en particular; operando además como factor divisionista en la  lucha de las féminas por los privilegios que se instituyen para las mujeres  blancas. Desde esta perspectiva, la oposición de las mujeres negras contra la  opresión de género y raza viene diseñando nuevos contornos para la acción  política feminista y antirracista, enriqueciendo tanto la discusión racial, como la  de género.  

Este nuevo enfoque feminista y antirracista se integra tanto a la tradición de  lucha de los movimientos negros, como a la del movimiento de mujeres, y  afirma esta nueva identidad política que resulta de la condición específica de ser  mujer y negra. El actual movimiento de mujeres negras, al traer a la escena  política las contradicciones resultantes de las variables raza, clase y género,  está promoviendo una síntesis de las banderas de lucha que históricamente han  sido levantadas por los movimientos negros y de mujeres del país,  ennegreciendo de un lado las reivindicaciones feministas para hacerlas más  representativas del conjunto de las mujeres brasileras, y por el otro,  promoviendo la feminización de las propuestas y reivindicaciones del  movimiento negro.  

El peso de la raza  

Ennegrecer al movimiento feminista brasilero ha significado, concretamente,  demarcar e instituir en la agenda del movimiento de mujeres el peso que la  cuestión racial tiene en la configuración de las políticas demográficas; en la  caracterización de la agresión contra la mujer introduciendo el concepto de  violencia racial como un aspecto determinante de las formas de violencia  sufridas por la mitad de la población femenina del país que es no blanca; en la  incorporación de las enfermedades étnico-raciales o las de mayor incidencia  sobre la población negra, fundamentales para la formulación de políticas  públicas en el área de salud; o introducir en la crítica a los procesos de selección  del mercado de trabajo, el criterio de la buena presencia como un mecanismo  que mantiene las desigualdades y los privilegios entre las mujeres blancas y  negras.  


Sueli Carneiro

Se debe estudiar y actuar políticamente sobre los aspectos éticos y eugenésicos  que la investigación en el área de la biotecnología y, en particular, de la  ingeniería genética pone hoy en el debate. Un ejemplo concreto lo tenemos en  la cuestión de salud y población. Si históricamente las prácticas genocidas, tales 

como la violencia policial, el exterminio de niños, la ausencia de políticas  sociales que garanticen el ejercicio de los derechos básicos de ciudadanía han  sido prioritarias en la acción política de los movimientos negros, los problemas  evidenciados hoy en salud y población nos sitúan frente a un cuadro más  alarmante aún relacionado con el riesgo de genocidio del pueblo negro en Brasil.  

En el nuevo contexto, a la reducción poblacional a través de la esterilización  masiva, a la progresión del SIDA y al uso de drogas entre nuestra población, se  suman las amenazas de las nuevas biotecnologías, en particular, de la  ingeniería genética, y sus posibilidades para que las prácticas eugenésicas se  constituyan en nuevos y alarmantes aspectos del genocidio, sobre los cuales el  movimiento negro precisa actuar. La importancia de estas cuestiones para las  poblaciones consideradas descartables, como la negra y el creciente interés de  los organismos internacionales por el control del crecimiento de estas, ha  llevado al movimiento de mujeres negras a desarrollar una perspectiva  internacionalista de lucha, la cual está promoviendo la diversificación de las  temáticas, desarrollando nuevos acuerdos y asociaciones y ampliando la  cooperación interétnica.  



Crece entre las mujeres negras la conciencia de que los procesos de  globalización determinados por el orden neoliberal que, entre otras cosas,  agudiza la feminización de la pobreza, vuelven necesaria la articulación y la  intervención de la sociedad civil a nivel mundial. Esta nueva conciencia nos ha  llevado a desarrollar acciones regionales en América Latina, el Caribe y con  mujeres negras de los países del primer mundo, para fortalecer nuestra  participación en los foros internacionales, donde gobiernos y sociedad civil se  enfrentan y definen la inserción de los pueblos tercer mundistas en el tercer  milenio.  

Esta intervención internacional, particularmente, en las conferencias mundiales  convocadas por las Naciones Unidas a partir de la década del 90, nos ha  permitido ampliar el debate sobre la cuestión racial a nivel nacional e  internacional y sensibilizar a los movimientos, gobiernos y a las Naciones Unidas  para la inclusión de la perspectiva antirracista y el respeto a la diversidad, en  todos sus temas. Con esta óptica actuamos en la Conferencia de El Cairo sobre  Población, en la cual las mujeres negras operaron a partir de la idea de que “en  tiempos de difusión del concepto de poblaciones superfluas, la libertad  reproductiva es esencial para las etnias discriminadas y para impedir políticas  controladoras y racistas”. Así estuvimos en Viena, en la Conferencia de  Derechos Humanos, de la cual salió el compromiso —sugerido por el gobierno  brasilero— de realizar una Conferencia Mundial sobre Racismo y otra sobre  Migración antes del año 2000. Así trabajamos en el proceso de preparación de  la Conferencia de Beijing, y realizamos en Mar del Plata un seminario con  mujeres negras de dieciséis países de América Latina y el Caribe, donde resultó  un documento consensuado pro Beijing que fue adoptado también por mujeres  negras organizadas del primer mundo.  

Estas conferencias mundiales se volvieron espacios importantes en el proceso  de reorganización del mundo luego de la caída del muro de Berlín y constituyen  hoy foros de recomendación de políticas públicas para el mundo. El Movimiento  Feminista Internacional ha operado en estos foros con el lobby más eficiente  entre los segmentos discriminados del mundo. Ello explica los avances de la  Conferencia de Derechos Humanos en Viena en relación a la mujer, de la  Conferencia de El Cairo sobre Población y de la Eco 92.  

En los esfuerzos realizados por las mujeres hacia Beijing, uno de los resultados  fue que Brasil, por primera vez en la historia de la diplomacia internacional, obstruyó la reunión del G-77, grupo de los países en desarrollo del cual forma  parte, para discrepar con el retiro del término étnico-racial del artículo 32 de la  Declaración de Beijing, cuestión innegociable para las mujeres negras de Brasil  y los países del Norte. La firmeza de la posición brasilera aseguró que la  redacción final del artículo 32 expresara la necesidad de “intensificar los  esfuerzos para garantizar el disfrute en condiciones de igualdad, de todos los  derechos humanos y libertades fundamentales de todas las mujeres y niñas que  enfrentan múltiples barreras para su desarrollo y su avance debido a factores  como raza, edad, origen étnico, cultura, religión…” La lucha ahora es asegurar  que esta conquista se concrete en la vida real. El próximo paso es la  implementación de estos acuerdos por parte de nuestros gobiernos.  

El origen blanco y occidental del feminismo estableció su hegemonía en la  ecuación de las diferencias de género y ha determinado que las mujeres no  blancas y pobres, de todas partes del mundo, luchen por integrar en su ideario  las especificidades raciales, étnicas, culturales, religiosas y de clase social.  

¿Qué lugar existe para el feminismo negro? ¿Hasta dónde las mujeres no blancas avanzarán en estas cuestiones? Las  alternativas de izquierda, de derecha o de centro se construyen a partir de  estos paradigmas instituidos por el feminismo que, según Lélia Gonzalez,  padece de dos dificultades para las mujeres negras: por un lado el sesgo  eurocentrista del feminismo brasilero se constituye en un eje articulador más  allá de la democracia racial y del ideal de blanqueamiento, al omitir la  centralidad de la cuestión de raza en las jerarquías de género y universalizar los  valores de una cultura particular (la occidental) al conjunto de las mujeres, sin  mediarlos con los procesos de dominación, violencia y explotación que están en  la base de la interacción entre blancos y no-blancos. Por otro lado, también  revela un distanciamiento de la realidad vivida por la mujer negra al negar  “toda una historia de resistencias y de luchas, en las que esa mujer ha sido  protagonista gracias a la dinámica de una memoria cultural ancestral (que nada  tiene que ver con el eurocentrismo de ese tipo de feminismo)”. En ese contexto,  ¿cuáles serían los nuevos contenidos que las mujeres negras podrían aportar en  la escena política más allá del “toque de color” en las propuestas de género?  

La feminista negra norteamericana, Patricia Hill Collins, argumenta que el  pensamiento feminista negro sería “un conjunto de experiencias e ideas  compartidas por mujeres afroamericanas que ofrece un ángulo particular de la  visión del yo, de la comunidad y de la sociedad…, que involucra  interpretaciones teóricas de la realidad de mujeres negras por aquellas que la  viven…” A partir de esta visión, Collins elige algunos “temas fundamentales que  caracterizarían el punto de vista feminista negro”. Entre ellos se destacan:  

1. el legado de una historia de lucha.  

2. la naturaleza interconectada de raza, género y clase.  

3. el combate a los estereotipos o “imágenes de autoridad”.  

Acompañando al pensamiento de Patricia Hill Collins, Luiza Bairros usa como  paradigma la imagen de la empleada doméstica como elemento para analizar la  condición de marginación de la mujer negra, y a partir de ella, busca encontrar  especificidades capaces de rearticular los puntos colocados por Patricia Hill Collins,  concluyendo que “esa marginalidad peculiar es la que estimula un punto de  vista especial de la mujer negra (permitiendo) una visión distinta de las  contradicciones en las acciones e ideología del grupo dominante”. “La gran tarea  es potenciarla afirmativamente, a través de la reflexión y la acción política”. 

El poeta negro Aimé Cesaire dice que “las dos maneras de perderse son: por  segregación, siendo encuadrado en la particularidad, o por dilución, en el  universal”. La utopía que hoy perseguimos consiste en buscar un atajo entre  una negritud reductora de la dimensión humana y la universalidad occidental  hegemónica que anula a la diversidad. Ser negro sin ser solamente negro, ser  mujer sin ser solamente mujer, ser mujer negra sin ser solamente mujer negra.  Lograr la igualdad de derechos es convertirse en un ser humano pleno y lleno  de posibilidades y oportunidades más allá de su condición de raza y de género.  Ese es el sentido final de esta lucha. 

Sueli Carneiro



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