“Cuando menciono la negredumbre me refiero a esa sombra oculta de que hablan los filósofos yorubas y bantúes, viva en el ritmo, en la palabra que palmotea en las invocaciones a los muertos. Sentimiento africano que ilumina nuestra mirada más profunda, la herida más dolorosa, la risa más desafiante.”
Manuel Zapata Olivella
Cuantos mares de tinta sacunden con su oleada las costas de la memoria. ¿Quién no ha leído odas, ensayos o poemas dedicados a rememorar viejas obras, antiguos amores, mejores tiempos? Es nuestra costumbre asomarnos al pasado, levantar la costra de alguna herida y observar sus secretos, ¿qué pasaba en otros tiempos? Algunas personas piensan que es mejor dejar el pasado atrás, ¿para qué remover lo que ha estado quieto por tanto tiempo? A lo que los amantes de la nostalgia respondemos: porque se puede, porque nos llama. Heme aquí, guiada por las letras negras de un autor colombiano que se sumó al vindicativo legado de la diáspora africana; sus obras son pulsaciones de la memoria, el reconocimiento y el movimiento de la afrodescendencia. Este ensayo no se quedará quieto, espero, busca saltar de las páginas; como lo hicieron las vibrantes letras del autor de Lorica.
Es crucial que nos hagamos la pregunta por la quietud, sobretodo, cuando hablamos del pasado. ¿Es mejor dejar las memorias en su estado apacible y quedo? O bien, ¿deberíamos incentivar que las memorias sean móviles y cambiantes? El maestro Manuel Zapata Olivella indica en su obra los beneficios que trae revolver las aguas del recuerdo y reproducir su oleaje; no ceder al sosiego del entierro de lo pasado, sino reintegrar el recuerdo a dinámicas del presente. Un ejemplo lo podemos ver en su ensayo “La negredumbre en García Marquez” donde reclama la remembranza de las negritudes como una herramienta identitaria poderosa y efectiva.
“Leopold Sedar Senghor, exponente de la filosofía Yoruba, ha definido la negritud como ‘el conjunto de valores culturales del mundo negro, tal y como se expresa a través de la vida, las instituciones y valores de los negros.’ Esta conciencia del pasado épico y glorioso permitió al pueblo africano mantener el recuerdo de haber nacido libre y de sentirse libre aún cuando lo hubieran encadenado. Esa ha sido su dignidad, jamás perdida en el socavón de la esclavitud..” (Zapata-Olivella, 1998).
Se pretende en este ensayo traer a conversación la importancia del movimiento que se antepone al anquilosamiento epistemológico, histórico y literario. Además, se opone a la quietud del olvido al que le hemos apostado tantas veces. Bien lo señaló Mara Viveros en su ensayo “Manuel Zapata Olivella (1920 – 2004) Ensayo bio-bibliográfico”:
“No podría terminar este escrito sin hacer referencia a una paradójica situación que me conmovió profundamente: saber que Manuel Zapata Olivella, (…) murió en medio de la pobreza, la enfermedad y las deudas, y con el sentimiento de haber sido desamparado por un país al que le había dedicado su vida y su obra. Manuel Zapata Olivella supo describir con maestría en sus novelas ese país, cuya dureza no pudo sustraerse al final de sus días.” (Riveros, 2019).
Esa paradoja de la que nos habla Riveros se encuentra también en la intrincada relación que tenemos los afrocolombianos con nuestras raíces. Algo que Olivella también rescata en el mismo ensayo mencionado previamente:
“¿Cuántos descendientes de africanos guardan en América el recuerdo lúcido del esplendor y poderío de su etnia? No creo que sean muchos, pero esos son los profetas de la negritud. En cambio, son millones los afros, mulatos y zambos que andan con sus sombras adentro, creando, bailando, sin que tengan conciencia de su ritmo africano, zombis de la negredumbre.” (Zapata-Olivella, 1998).
Andar entre sombras es andar con una pasividad supurativa, con la ingratitud al hombro. El autor de Lorica nos invitó a ver esa pasividad como el origen de tantos problemas enunciativos, el origen del desorden identitario que aún padecemos cuando nos confrontan con nuestra negredumbre. Lo cierto es que este autor afrocolombiano sabe que lo que resultará después de esa confrontación puede doler y levantar costra. Sin embargo, sin esa confrontación estaríamos destinados a permanecer congelados, zombies atrapados en una muerte que desconocemos como propia.
Tenemos que hacer una reverencia al movimiento, a las agitadas almas que no se resignaron a replicar la historia del silencio entre los negros. Reverencias a las personas esclavizadas que le declararon guerra a la aparente quietud de sus espíritus; buscaron el cimarronaje, dejando atrás de una vez y para siempre: la inactividad.
Cuando recordamos lo que hizo Zapata-Olivella por la identidad negra tenemos que reconocer su esfuerzo por dinamizar la perspectiva reposada y anacrónica del mestizaje. Viveros lo resume de la siguiente manera:
“Su perspectiva sobre la identidad cultural negra-colombiana se deslizó constantemente de una posición que hacía referencia a un pasado anclado en la experiencia histórica de la trata, la esclavitud y la migración forzada desde África, a otra que aludía a la singularidad de esta identidad en Colombia, como producto de las múltiples, complejas y dramáticas interacciones entre europeos, indígenas y africanos en este espacio geográfico. Dicho de otra manera, su perspectiva sobre la identidad negra-colombiana osciló entre el énfasis en los profundos efectos que tuvo esa historia y ese origen africano en la población negra de Colombia y el interés por las particularidades que aportó a esta identidad la coexistencia en el territorio nacional de las presencias culturales africana, europeas y americana.” (Riveros, 2019).
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La insistente mirada hacía lo que se debería dejar atrás, pero no se puede dejar atrás es una potente herramienta en la vida y obra de Zapata-Olivella que subrayó con sus letras y su existencia lo crucial que resulta esa mirada; esa actualización perpetua de la memoria. Entender la actividad del espíritu como una celebración a la vida que deviene de los muertos y los que ellos nos heredaron. La muerte, entonces, antagoniza la quietud que le ha impuesto una visión más occidental. La muerte para el autor de Lorica está, necesaria e indiscutiblemente, atada a la vida; es, por antonomasia, lo opuesto a la quietud.
“El concepto Muntú (hombre) alude no sólo a los vivos, sino a los muertos, estrechamente ligados a los animales, árboles y estrellas. En esta concepción del mundo, el hombre no es el rey de la creación sino una semilla que se nutre de la savia de la vida y la muerte. Cuando se trata de concretar la presencia de lo africano en nuestra historia, en la cultura y la filosofía de América, es necesario saber nadar en estas aguas. Para muchos, África es sólo mensurable en la piel de sus descendientes. Más lo cierto es que hay otra luna negra que nos tiñe el alma y los huesos, jamás asomada a los espejos.” (Zapata-Olivella, 1994).
Ahí donde Zapata-Olivella nos exige flujo, ahí mismo y como lectores, herederos de su palabra, debemos mantener el rumbo. No podemos más que dignificar el legado de este autor que visibilizó tanta luchas desde su obra literaria y su acción política. Debemos honrarlo de la misma forma que él nos enseñó evitando caer en un congelamiento, evitando el no hacernos preguntas incómodas. Por último, es necesario contextualizar algunas definiciones que hizo el autor de Lorica, porque implica también resguardarnos bajo su sombra, a la vez que le damos a esa sombra nueva vida. Mara Riveros afirmó:
“Creo que no es obligatoria una sola definición de lo negro para poder lograr una movilización política de quienes nos identificamos como tales, aun si no ignoramos que nuestras diferencias étnico-raciales no constituyen el todo nuestras existencias y que el punto de anclaje de las identidades subjetivas puede ser distinto.” (Riveros, 2019).
Si al reclamo por nuestra negritud. No a dejar en un rincón sosegado a los autores que nos han inspirado con tanta sabiduría. No a dejar que sus ideas también queden en pedestales estériles, inamovibles. Si al movimiento de sus nombres en nuestras discusiones, a la protección que trae consigo llamar al muerto para que debatamos sobre sus ideas.
Bibliografía
Entre ekobios: Manuel Zapata Olivella (1920 – 2004). Espacios investigativos: invitaciones al archivo. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2019.
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas. (1998). «Cien años de soledad» veinte años después (Congreso Nacional de Literatura, Lingüística y Semiótica ed.). España: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas.
Carolina Rodríguez Mayo
Egresada de Literatura con opción en Filosófia de la Universidad de los Andes. Especialista en Comunicación Multimedia de la Universidad Sergio Arboleda. Colombiana de Bogotá. Feminista interseccional y defensora de las preguntas como primer paso al conocimiento. Escribir poesía es lo único que me reconforta. Todo lo demás que escribo es una invitación al diálogo. Viajera, fashionista, cinéfila y amante de la buena comida.
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