Reconocer sin rodeos que quiero amor me escarapelaba el cuerpo. Bastante temprano en la vida aprendí que nadie me iba a amar sólo porque sí. Para mí, el amor, o lo que sea que se pareciera a eso, siempre era condicional, «me lo tenía que ganar». Rara vez me pasó que alguien naturalmente me lo demostrase. «Algo definitivamente está mal conmigo», pensé.
Mis primeros intentos fueron hacer de todo por «corregir lo que estaba roto», para encontrar amor, en cualquiera de sus formas. Muy a mi pesar, no importaba cuánto me esforzara, ese amor bonito, constante e incondicional que buscaba no llegaba nunca. Cansada de tanto intento fallido, me dije a mí misma que no lo necesitaba, y me prohibí buscarlo. «Ya es suficiente de hacerte eso», me dije, «no necesitas que te quieran». Lo cierto es que sin importar cuánto me esforzara por evitarlo, lo necesitaba; y, aunque me negara a reconocerlo, lo seguía buscando.
Y es que el amor es una fuerza vital que mueve a la humanidad, que da sentido a nuestra existencia, que nos conecta. ¿Quién puede vivir medianamente bien sin amor? Y, aunque eso es así, como sociedad, favorecemos a las antítesis del amor. Lo necesitamos, pero vivimos negándolo, haciéndolo un privilegio que sólo es «merecido» por quienes encajan en patrones de aceptabilidad social plagados de racismo y misoginia.
Si una vida sin amor no merece la pena ser vivida, ¿qué esperanza tenemos las mujeres racializadas?, ¿nos toca conformarnos con migajas? NO, me rehúso a aceptar que merecemos menos que un amor pleno e incondicional. La cuestión está en que estamos buscándolo en lugares donde nunca lo vamos a encontrar. Esperar amor de quien se mueve desde el odio es maltratarnos a nosotras mismas. En realidad, el amor que merecemos viene de fuentes que han estado ahí siempre y que nos hemos pasado la vida entera ignorando.
La fuente más importante de todas: nosotras mismas. Esto puede ser particularmente complicado de asimilar, porque desde siempre nos han enseñado a despreciarnos. Lo cierto es que, a quienes vamos a tener toda la vida, pase lo que pase, venga lo que venga, es a nosotras mismas. Como dice bell hooks, el amor propio se trata de darnos el amor que esperamos recibir de alguien más y, cuando eso sucede, nace de nosotras una fuerza interna que nos permite conectar con los demás «desde la plenitud y no de la carencia».
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A quienes nos oprimen, el racismo y el sexismo que hemos interiorizado les va estupendo. Cuando desplazamos ese odio y nos concedemos ese amor que durante tanto tiempo nos ha sido negado, esas estructuras de opresión pierden poder sobre nosotras. Ese amor bonito, constante e incondicional, me lo doy yo, y no hay acto más poderoso de resistencia.
La segunda fuente más importante: nuestra comunidad. Busquemos amor en quienes nos lo saben dar. Las mujeres que ven y experimentan el mundo como nosotras son una valiosísima fuente de apoyo en el proceso de aprender a amarnos a nosotras mismas. Hay poder transformador en dar y recibir amor en comunidad. Para quienes han conocido las formas más duras de rechazo y desamor, encontrar validación en quienes entienden de dónde viene nuestro dolor es una potente vía de sanación.
Kerli Solari
Estudié Derecho en Perú. Me interesan los temas de género, derechos humanos, discriminación e intolerancia. Me gusta escribir sobre lo que aprendo en @afrovioleta y colaboro abordando temas de Derecho e inclusión social en @qhumanta
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