Hoy a la mañana, cuando tuve que encarar la monumental tarea de peinarme, decidí hacerme dos trenzas al ras. Mi pelo, como todos los días, requiere planificación y atención a los detalles. No, no se trata de vanidad; mi pelo, todos los días, requerirá de planificación y atención a los detalles, porque la sociedad ya emitió juicio y sentencia acerca de mí, solo por mi pelo, porque yo tengo pelo afro. La verdad que no puedo hacer nada al respecto, esta determinación sucedió muchísimos años antes de que yo naciera, y es algo que se va transmitiendo de generación en generación, de un lado y del otro de la conversación, sin que se le preste demasiada importancia. Total, se trata de pelo, es insignificante, ¿no?
Desprolijo, poco profesional y desalineado. Al cabello afro hay que “domarlo”; lo cual, a su vez, viene acompañado de valoraciones sobre la persona portadora de esa melena, valoraciones que nadie pidió, pero sin embargo ahí están, haciendo su aparición en el fondo de la conciencia: temperamental, irrespetuosa, irascible, holgazana. O, quizás aparezcan las otras calificaciones: pasional, fogosa, salvaje, valiente. Y esto, sin haber mediado siquiera un “hola”. El pelo afro, de por sí, acarrea incontables significados (Esto no lo inventé yo, hay cientos de estudios al respecto sobre lo preconceptos sociales acerca del pelo afro que los invito a Googlear, ya que no es el motivo de este ensayo) Por eso, todos los días, cuando sé que voy a interactuar con gente -inclusive en tiempos pandémicos y con tapabocas de por medio-, mi pelo entra indefectiblemente en mi planificación matinal.
Así que esta mañana, ya con mis trenzas prolijamente armadas, mate de por medio y el día avanzando, tomé un pequeño respiro y decidí entrar a Instagram. Trabajé toda mi vida en Comunicación y Marketing, sé cómo interactuar con las redes sociales evitando que me alteren; la “vida perfecta de los influencers” realmente me tiene sin cuidado. Sin embargo, al ver a una cantante argentina blanca, con su pelo en trenzas africanas, para una campaña de una marca mundialmente conocida, marca que tiene un rol activo en la conversación contra el racismo (empresa para la cual yo solía trabajar y que creo, firmemente, hacen más cosas bien que mal), me generó un nudo en el estómago y sentí la ira subir hasta mi garganta.
La realidad es que cada tanto salta a la luz pública casos de apropiación, mayormente a manos de celebridades que de empresas, pero lo hay de todos lados. Algunos icónicos ejemplos son Kim Kardashian y su posteo con lo que mal llamó “trenzas Bo Derek” y mucho más recientemente, el caso de Adele y sus rodetes Bantú). Es una conversación abierta y en proceso. Si hubiese sucedido en cualquier otro rincón del mundo, quizás no me hubiera intentado en articular todo lo que está mal detrás de otra celebridad blanca usando trenzas afro con fines comerciales, porque hay otras voces que, mucho más elocuentemente que yo, saben cómo explicar la apropiación cultural. Pero, sucedió en Argentina, mi país, y convengamos que, no es el lugar más ilustrado con respecto a su historia afro. Si le preguntas a cualquier persona por la calle te va a decir que “en la Argentina no hay negros” o que “hay una pequeña cantidad que vino en el último tiempo con la ola inmigratoria”. Nada más lejos de la realidad.
A decir verdad, en la cotidianeidad, no me molesta ver a personas blancas con el pelo trenzado – porque la mayoría lo hace por practicidad. Lo admito: es un peinado cómodo. Y, además, no puedo batallar contra todas las personas que me cruzo en la calle que están explotando una cultura que no es la propia. Porque no sé su historia, porque no sé con qué motivos lo están usando. Simplemente, estoy desinformada y sería agotador ir uno por uno, entendiendo cada caso. Porque, en definitiva, el problema no son las trenzas, el problema es el consumo explotador detrás de esas trenzas.
En un país como la Argentina, donde todo se polariza y todo genera controversia, la mayoría de la gente que lea esto se preguntará “¿Alterada por un par de trenzas, en serio? Como si no hubiera otros problemas” Y mi repuesta es “no”. No me generan malestar las trenzas, es la explotación de las mismas y la lectura que la sociedad hace de esas trenzas lo que está mal. Porque no es lo mismo cuando esas trenzas se las ves a una persona blanca en una campaña publicitaria que a una persona negra caminando por la calle. Sumado a todos los problemas que existen en la Argentina, las personas negras, además, tenemos que batallar con el racismo y la invisibilización de nuestra genealogía e historia. Diariamente tengo que justificar que yo soy “de acá, nacida y criada” y, además, me tengo que preocupar porque mi pelo esté “prolijo” y evitar que desentone dentro de los arquetipos hegemónicos blancos que predominan en mí Buenos Aires natal y a lo largo del territorio nacional.
La tienda de Afroféminas
Las trenzas afro son un significante. Si yo, mujer negra que trabaja en Comunicación y Marketing, que trabajó para esa marca en particular, entendiendo todos los pormenores que hay detrás de una producción como ésta, quedé atónita frente a esa foto, es porque algo no está bien. Revisé todas las fotos y videos que se produjeron para esa acción y claramente, las trenzas no fueron elegidas al azar. Fueron elegidas por su decodificación. Porque transmiten algo. Al ver esas trenzas, todos esos juicios de valor que se tienen sobre el pelo y la gente afro, entran en juego. Se decodifica la foto y el mensaje de campaña bajo el tamiz cultural de los elementos afro que se usaron para componerla. La chica blanca necesitaba de un “empujón” para parecer más “ruda” o “irreverente” o “desfachatada”. ¿Las trenzas son desfachatadas? No, son trenzas. Pero son fácilmente asociadas con todos esos pequeños juicios de valor impuestos a las mujeres negras (mencionados previamente) y, ahí mis amigues, está el problema. Se está “robando” un elemento cultural de una minoría para elaborar un mensaje de campaña publicitaria, que carece de cualquier alusión a las discriminaciones y connotaciones negativas que las mujeres negras atravesamos, día a día, usando el mismo estilo de peinado.
En uno de los videos de esta secuencia de Instagram la música elegida es la canción de Beyoncé “Formation”, adoptada como el himno del feminismo afroamericano, donde literalmente reclama todos los elementos que la sociedad hegemónica blanca utiliza para catalogarnos y juzgarnos y los resignifica como elementos de poder, el pelo afro, las trenzas, las narices grandes, la piel. Esta canción se hizo para empoderar a las mujeres negras y de repente, la veo y la siento en un posteo, totalmente fuera de contexto y significado, con una chica blanca con su cabello en trenzas africanas, bailando para promocionar un producto.
Ya lo dije antes, el pelo afro ya tiene juicio y sentencia por parte de la opinión pública. Aquí, allá, en donde sea. El racismo hacia la gente negra en Argentina existe; que no esté visibilizado, es para otro debate. Sin embargo, esta campaña es un gran ejemplo de ese sesgo racista subyacente. Si una mujer negra no puede usar todo el cabello trenzado sin ser víctima de un juicio de valor, entonces una mujer blanca no debería encabezar una publicidad luciéndolas. No es canchero. No es “cool”. No es “urbano”. No es “estilismo”. Es apropiación cultural, y este caso es el mejor ejemplo de eso. Se trata de una acción publicitaria donde se explotan de elementos culturales de una minoría puestos en un envase hegemónico con el fin de obtener una ganancia y, eso, tiene un nombre: capitalismo.
Como bien dije, trabajé para dicha marca y soy testigo del esfuerzo que hace internamente para parecer del lado de los derechos sociales negros. Pero las políticas internacionales no llegan a estas latitudes y desafortunadamente, Argentina es ciega ante su propio racismo. Y más aún, el racismo contra la población afro. Porque, como no se reconoce abiertamente nuestra existencia, como somos una minoría tan chiquita que no nos ves por las calles, no te cruzas con nosotros, entonces, somos invisibles y nuestra historia es desconocida. La hegemonía blanca cruza transversalmente a todas las campañas de comunicación de todas las empresas en Argentina. No se debate si tal o cual decisión en una publicidad cae en la apropiación cultural, porque, simplemente bajo la dialéctica blanca, el tema no existe.
Un argentino de piel más o menos blanca, jamás se reconocerá racista y, quizás, ni piense activamente en el racismo porque es una realidad que le es ajena, porque los afro-argentinos y la población negra en Argentina fuimos borrados de los libros de historia. En la escuela primaria, secundaria y en la Universidad padecí docentes que, abiertamente, afirmaron en clase que “en la Argentina no hay negros”, mientras yo tomaba apuntes en primera fila (sí, era la alumna aplicada) y pensaba en mi árbol genealógico y las seis generaciones de familia afro-argentina que hay encima mío.
Lamentablemente, ya estamos más allá del momento de declararse ignorante frente el tema. En los últimos años, por la fuerza de voces locales y la masificación de las voces internacionales, se ha dado a conocer la presencia de la comunidad afro-nacional y los términos como “blackface”, “apropiación cultural” y “privilegio blanco” han sido difundidos.
Sí, ser blanco es un tipo de privilegio. A nadie le gusta escuchar que tiene privilegios y mucho menos a un argentino. Porque al hablar de “privilegio”, inmediatamente, la mayoría de la gente se pone a la defensiva – lo cual es muy humano, porque proteges tu historia personal y todo lo que atravesaste para convertirte en la persona que sos hoy en día. Y está bien, es un mecanismo de defensa. Pero, el privilegio no se basa en las cosas que atravesaste o que tuviste, sino en las cosas que no tuviste que atravesar, gracias a tu condición. Yo, negra y todo, me reconozco poseedora de privilegios de la clase media. Sin embargo, dentro de mí misma clase social, mis compañeras blancas tuvieron privilegios que yo no tuve, no tengo y nunca tendré. Y hoy en día, la conversación está lo suficientemente avanzada como para empezar a aprender y conocer acerca de lo que no sabemos.
Ojalá solo fueran trenzas, a secas. Sin ningún tipo de significado. Pero jamás lo fueron y jamás lo serán.
La historia de las trenzas para los pueblos afro, tienen demasiado peso. Literalmente, transmitían mensajes de libertad, eran mapas ocultos o portadoras de objetos de ayuda para los esclavos. Además, para toda mujer negra son un punto de conexión con su historia y sus raíces: yo me enteré que el apellido de mi abuela era en realidad el apellido del “amo” de su familia, durante una tarde en la cual ella me trenzaba todo el pelo.
Ahora, ¿cuál es el límite? ¿Está mal que una mujer blanca se trence el pelo para ir al gimnasio? ¿Está mal que lo haga de vacaciones en la playa? Y… bien no está. Pero hay cierta flexibilidad. Si la clase dominante entiende y reconoce que está tomando prestado de una cultura y lo usa dentro de un marco de respeto, es un tanto más aceptable. ¿Está mal que una persona blanca luzca trenzas africanas para resaltar un concepto de campaña de una marca internacional que tiene como fin vender un producto? Ni siquiera debería ser una pregunta. Y ya que estamos: tampoco está bien pintar a los niños con corcho quemado para los actos escolares, o disfrazarse de persona negra para una fiesta. Si estás tomando elementos de una cultura minoritaria y estás usufructuando las cosas buenas de la misma sin tener que afrontar ninguno de los padecimientos que la gente de esa minoría atravesaría usándolos, es apropiación cultural. No hay otra explicación.
Debo admitir que dudé en escribir todo esto, por un montón de cosas, pensé en los comentarios negativos que me podrían llegar, las explicaciones que quizás me pedirían, pensé en mis amigos que aún trabajan en dicha empresa, pensé en cómo lo interpretaría Uds., quienes leen, sabiendo que soy una exempleada de dicha compañía. Sin embargo, me dí cuenta que todas estas eran excusas y la raíz principal de mi temor era ser tildada como otra “mujer negra enojada” (el término original es “angry black woman”, otro de los estereotipos que las mujeres negras afrontamos), porque todo lo que una persona negra hace, es y será, inconscientemente, decodificado por los paradigmas blancos predominantes. Ese mismo paradigma blanco que al poner unas trenzas afro en una chica blanca lo decodifica como “cool” mientras, yo escribiendo con mis trenzas soy percibida como “enfadada” (solo que en este caso: sí, estoy enfadada). Y justamente, ahí, encontré mi confianza: si no escribía, iba a estar perpetuando un ciclo opresivo que ya tiene que ser desafiado y modificado. Me cansé de estar callada. Ya no estoy en el colegio escuchando a un docente dar una clase sesgada y mucho menos puedo declarar “ignorancia” frente a esa publicidad. La realidad es que la gente va a hablar, sin importar lo que yo haga. Y mi opinión, seguramente no vaya a cambiar al mundo, pero por lo menos voy a generar un debate. Y quizás, el próximo creativo publicitario, se tome dos minutos extras para Googlear formas de darle una marca feroz a su campaña sin caer en la apropiación cultural. Como dice Beyoncé en “Fomation” y devolviendo la canción al lado que corresponde: “You know you that bitch when you cause all this conversation” (Sabes que eres esa perra cuando causas toda esta conversación) Porque mientras más se hable acerca de apropiación cultural, estamos un pasito más cerca de ser una sociedad un poco más inclusiva.
Afroargentina, 7ma generación.
Profesional de Relaciones Públicas y Comunicaciones de Marketing. Viajera.
Twitter: agosyannone
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[…] se ajustan a la perfección a la definición anteriormente dada. Cuando, en su artículo Si yo no puedo, entonces la chica blanca tampoco, Agostina Yannone dice: «Ojalá todo fueran trenzas, a secas. Sin ningún tipo de significado», […]