Las energías de la naturaleza nos envuelven. La fuerza de la naturaleza acompañándonos en cinco Orixás mujeres que nos identifican y abrazan. El amor y el agua dulce de Oxum. El fuego, el rayo y las tempestades de Iansã. El mar de Yanaína. Las lagunas y el barro de Nanã. Los ríos y cascadas de Obá. Orixás que nos rodean desde la naturaleza que somos y vivimos. Acompañan nuestro recorrido, aunque ignoremos su presencia o desestimemos su poder. Nuestras ancestras que fueron desterradas, desarraigadas, separadas, silenciadas y abusadas trajeron en sus cuerpas y en sus almas las cicatrices de energías e historias de sus pueblos.
El duelo ancestral que la colonización nos legó cambió el curso de nuestros cultos y nos obligó a escondernos, a sentir miedo, a sentir vergüenza, a apropiarnos del cristianismo blanco y eurocéntrico, quedándonos sin fuerzas, energías y entidades, dejando de lado el amor por nuestra identidad étnica y por nuestra ancestralidad. Alguna vez sentimos que nada tenían que ver con nosotras esas mujeres fuertes, protectoras, sororas y guerreras. Sin embargo, el empoderamiento y la reapropiación de nuestras cuerpas negras nos cuestionan y nos interpelan, nos invitan a reconstruir nuestra espiritualidad, a pensarnos fuera del templo, desde el respeto y conexión con las energías de la naturaleza.
Ubicarnos fuera del terreiro de Candomblé o Umbanda es consecuencia de la reivindicación antirracista que entendemos necesaria. El culto a los Orixás cruzó el océano en barcos donde se mezclaron regiones, personas y castas diversas. Con el dolor corporal, emocional y étnico de la colonización fueron traídas y traídos las negras y los negros y junto a sus cuerpas las Orixás y los Orixás. Al llegar a esta tierra, que no eligieron para habitar, se encontraron con la resistencia del colonizador y la demonización de sus creencias y culturas. Desde muy chicas hemos sentido miedo primero, respeto después y por último fascinación. Le hemos temido a esas imágenes, a las playas llenas de gente los 2 de febrero, al pop decorando las esquinas, al sonido de tambores que no son de Candombe. Sin embargo, hemos sido parte de la Iglesia Católica y sus tradiciones, sus cantos y misas. Allí también vimos rituales inentendibles, pero allí éramos parte de lo esperado. La intolerancia religiosa, la supremacía blanca y racista, nos quiso enseñar que Dios es uno solo y que las Santas y Santos católicos nos representan a todas y todos.
El Candomblé nos enseñó a amar al mismo Dios pero con otro nombre. Nos permitió resignificar estas energías llamándolas sin miedo, ni vergüenza, por su nombre, a diferencia de nuestras ancestras y ancestros quienes tuvieron que adorar imágenes del cristianismo. Pudimos acercarnos a nuestra raíz y matriz africana a través de las energías, los cultos, las imágenes, los rezos, los cantos, los atabaques y los buzios. Más valientes y empoderadas disfrutamos esta nueva identidad, pero nos seguimos cuestionando, ahora con una visión centrada en lo afro. Cuestionamos por qué la mayoría de las Mãe de Santo y los Pai de Santo son blancos, por qué alabar a una energía nos cuesta dinero, por qué el culto debe ser un secreto o una invocación para dañar a las demás personas. Muy lentamente conocemos y deseamos lugares donde mujeres afrouruguayas toquen, rindan culto y pregonen la palabra de sus Orixás, convirtiendo los espacios en espacios negros y de representación.
Desde una mirada afrofeminista entendemos que nuestra ancestralidad, tan rica, mitológica y espiritual, se cargó de los discursos machistas, en ocasiones machistas y blancos, de quienes han escrito la historia. La visión de mujer como mujer histérica, celosa, mala, egoísta e irracional que se guía por impulsos, antojos y rencores, que controla, maltrata y perjudica a los demás parece ser el argumento que los escritores blancos han encontrado para representar a las Orixás mujeres. Nos han enseñado que Iansã enemistó a Ogum y a Xangô. Qué Oxum la engañó a Obá por celos. Que Iemanjá crió al hijo que Nanã rechazó por haber nacido con heridas en su cuerpo, siendo castigada por Oxalá. La historia nos habla de Orixás que sufren por hombres, que se pelean por ellos, engañan y ridiculizan a las otras. Sueli Carneiro, referente, escritora y filósofa afrobrasileña, plantea que “…los aspectos «antisociales» de las mujeres Orixás son temidos por todas las personas de Santo. La ira de Oxum puede desencadenar aspectos que son contrarios a sus cualidades. Así, como proveedora de niños, cuando está enojada puede traer esterilidad y abortos sucesivos, las inundaciones, los males del amor. Iemanjá también representa en su aspecto peligroso la ira del mar, la esterilidad y la locura. Nanã, una de las diosas más temidas, puede traer con ella la muerte temprana y trágica. Iansã puede desatar la ira de los espíritus de los muertos que están bajo su dominio, los relámpagos y gran confusión. ¿Ewá y Obá? Poco se sabe de ellas, pero se teme mucho… Algunos sacerdotes dicen que Ewá cuando se incorpora debe permanecer atada, porque cuando se encuentra en su forma animal, puede causar heridas que tardarían siete años en sanar. Por lo tanto, cuestiones básicas como la maternidad, la sexualidad y la moral se redefinen en este nuevo sistema de representaciones. Cada Orixá representa una fuerza o elemento de la naturaleza, un papel en la división social y del trabajo, y como resultado de esto, este rol está asociado con características emocionales, del temperamento, de volición y orden sexual…” (1). Deleitándonos con los textos de Sueli reivindicamos la deconstrucción de estos discursos, la posibilidad de reasignar a nuestras Orixás sus energías y quitarles el mito de las mujeres furiosas, vanidosas e hipersexualizadas, que desperdician su poder. Amarlas desde el respeto, dejarlas entrar en nuestros corazones, leerlas en textos de mujeres negras, conocerlas y compartirlas. Sabiéndonos cerca o alejadas de los cultos, fomentar nuestro intercambio personal y respetuoso con nuestra Orixá. Sentir que podemos ser escuchadas por quien nos regocija con su mirada amorosa. Comprender que habitar nuestra propia alma, nuestra ancestralidad, será el regalo que recibiremos cuando nos dejemos atravesar, proteger y guiar por ellas. Deseando que nuestra espiritualidad nos libere de prejuicios e impedimentos, en un proceso de reconocimiento, aceptación y conexión.
Conmemoramos este 25 de julio, Día Internacional de la Mujer Afrolatinoamericana, Afrocaribeña y de la Diáspora, buscando alabar sin poseer, agradecer siempre, comprender y visibilizar lo que somos y sentimos, representando a cinco Orixás mujeres en las cuerpas de cinco mujeres negras y diversas.
Creación colectiva:
Idea original: Valeria Vega.
Militantes afrouruguayas que representaron a cada Orixá:
Oxum: Fernanda Olivar.
Obá: Agustina Pereyra.
Iemanjá: Lucía Martínez.
Iansã: Valeria Vega.
Nanã: Jhoanna Martínez.
Diseño de Maquillaje y Estilismos: Alondra Pereira.
Realización: Alondra Pereira y Vanessa Tejera.
Fotografía: Lucía Coppola
Creación de Set: Mayra Da Silva.
Texto: Lucía Martínez.
1.-CARNEIRO, Sueli, ABDON CURY, Cristiane, “O Poder Feminino no Culto aos Orixás”, Mulher Negra, Serie Cadernos Géledes, Caderno N° 4, Géledes – Instituto da Mulher Negra, São Paulo, 1993, p. 19/35.
Fernanda Olivar
Antropóloga Social
Especialista en Políticas Sociales
Integrante del Colectivo Mujeres y discapacidad.
Docente universitaria Tallerista en afrodescendencia y derechos humanos.
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