jueves, noviembre 21

8 de marzo en Cuba: Razones para celebrar

Foto de Carlos Ernesto Escalona Martí

A las mujeres cubanas nos han querido convencer de que el 8 de marzo es una fiesta. Como si de un cumpleaños colectivo se tratara, recibimos flores, stickers virtuales de corazoncitos y felicitaciones por nuestro día. 

El motivo de tanta alegría lo puedes encontrar en cualquier medio oficial: las mujeres cubanas ya lo tenemos todo. TODO. No nos queda nada que reivindicar. Cualquier mujer cubana viva ha podido conducir, divorciarse, heredar, trabajar, abortar, sin mayores complicaciones. El trabajo de igual valor recibe igual salario. Hay mujeres conocidísimas en todos los terrenos: en política, en deporte, en ciencias. Tenemos un año de licencia retribuida por maternidad. Y ¡ojo! todo eso a pesar del bloqueo. 

No sólo la lucha feminista no empezó en el 59, sino que el mismo concepto de “feminismo” tenía, según las élites, un cierto toque burgués que lo hacía desagradable. Las mujeres podían pedir lo que quisieran, pero desde los ideales martiano-marxista-leninistas y con palabras que sonaran a lucha obrera, porque nada anterior a la Revolución podía ser bueno. Así surgió, en 1960, la Federación de Mujeres Cubanas. Su logotipo es una altiva miliciana con su uniforme verde olivo, un fusil al hombro y ¡oh, sorpresa! un niño en brazos. Porque puedes ser muy guerrillera y puedes trabajar mucho fuera de casa; puedes hasta comerte el mundo, pero que no se te olvide: el niño es tuyo. 

No hay nada más hipócrita y machista que afirmar, por puros intereses políticos, que no organizamos manifestaciones como en el resto del mundo porque, a diferencia de las compañeras españolas, chilenas, argentinas o pakistaníes, resulta que las cubanas ya estamos donde todas ellas querrían estar.


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En Cuba habremos alcanzado la tan proclamada igualdad cuando dejemos de poner en un altar a los hombres que cambian pañales y preparan biberones. Cuando dejemos de repetir que “los hijos son de las madres” sólo porque, tristemente, la realidad es esa: hombres que huyen en masa de las novias embarazadas; hombres que creen que ocuparse de un hijo es darle 20 pesos de vez en cuando, o, en el mejor de los casos, el hombre que ayuda: ese que friega un plato y encima espera que le des las gracias. Lamentablemente, conozco tantas historias de hombres cubanos que consiguieron irse del país y jamás volvieron ni a llamar a sus hijos, que entiendo cómo esa creencia ha llegado a convertirse en la realidad de miles de familias. Los hijos son de las madres no por matriarcado, sino por necesidad. 

Habrá igualdad cuando haya registros de los casos de violencia de género. Dejemos atrás el mito de que en nuestro perfecto país no pasan esas cosas. Pasan, y es necesario crear conciencia social entorno a ello. ¿Cómo, si no, vamos a impedir que siga sucediendo? ¿Qué ganamos engañándonos? ¿Va a dejar de haber mujeres agredidas y asesinadas sólo porque cerramos los ojos, amparados por la falta de cifras oficiales? ¿O acaso lo hacen porque es más importante mantener la fachada que la seguridad de miles de mujeres?

Y no es sólo la falta de cifras: es también el acoso callejero, tan intenso que parece que a una nada despreciable cantidad de hombres les van a quitar la nacionalidad si renuncian a decir «piropos». Es la normalización de la pederastia, porque muchos de esos piropos, que no son otra cosa que peticiones sexuales explícitas, se dirigen a niñas de 11 y 12 años, e incluso menos. (Doy fe)

Habrá igualdad cuando sólo «sí» sea «sí», y no el mito de que nos hacemos las duras, pero en el fondo lo estamos deseando. Cuando no haya chistes sexistas, ni canciones que se burlen de la necesidad del consentimiento explícito. 

Habrá igualdad cuando se acabe la doble jornada, porque lo doméstico y los cuidados siguen siendo asuntos puramente femeninos. Cuando se deje de presionar a las mujeres para que sean madres antes de que la sociedad las considere demasiado viejas. Cuando se respete a aquellas que no quieren serlo, sin nadie que las amenace con el socorrido «te vas a arrepentir». Cuando ir «arregladas» sea una elección personal y no una presión brutal para vernos siempre perfectas y deseables. 

Habrá igualdad cuando se cuente con nosotras y nuestras experiencias antes de decidir que ya lo tenemos todo. Ojalá algún día el 8 de marzo sea ese día de fiesta que nos pintan, y no el negacionismo inútil que tenemos hoy. 


Sara Tiyá



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