Es difícil hoy en día cruzar la mirada con alguien en la calle. Sobre todo, en las grandes ciudades como Madrid, en los pueblos ya es otra cosa. En las urbes es habitual encontrar a la mayor parte de la gente enfocando sus ojos en las pantallas del teléfono móvil o simplemente deambulando en el asfalto. Pero de vez en cuando hay encuentros. Venidos de la curiosidad o del simple aburrimiento. En mi caso, suelo encontrarme distintas miradas nacidas del interés, el juicio o la simpatía. Miradas que te dan los buenos días o que te dicen “hoy no es mi día”. Por lo general la respuesta es bien de reconocimiento o esquiva. En mi caso, he reconocido varias de ellas y me he encontrado a mí misma en los ojos de otras, los de otras mujeres negras.
La diferencia principal que he experimentado en el encuentro de miradas con esos cuerpos es un aparente entendimiento, una hermandad, algo más. Algo que habla sin palabras de un sentimiento colectivo ya sea por experiencias vividas o por el hecho de ser mujer negra en España. Y no es baladí. En junio de 2010, se publicó en el número 89 la Revista de Estudios de Juventud un pequeño estudio sobre puntos de unión entre 10 mujeres afrodescendientes en España. De las entrevistas recogidas ahí por Luna Vives y Sesé Sité, se dedujo que la mujer negra (sin documentación, con nacionalidad o residente) sufre un trato determinado por el mero hecho de su apariencia física. Entre los aspectos más destacados se encontraban estereotipos racistas como negra “chacha”, negra “prostituta” y negra “analfabeta”. Los principales espacios donde habían sido discriminadas eran la escuela, el mercado laboral y los espacios públicos.
Espacios públicos donde me podría haber encontrado con los ojos de alguna de las entrevistadas, con Elvira, Maguette o Sibebi. Pero no lo hice. No me encontré con ninguna de ellas, pero sí con otras anónimas que aún retengo en mi memoria. Cuando esas miradas se entrecruzaron con la mía, atisbé en la pupila ajena el reconocimiento. En ese momento sentí como los daños colaterales de los prejuicios racistas que otras personas han tenido sobre mí menguaban y se disgregan para dar paso a la certeza de que no estaba tan sola en esto. Y una nimiedad como la certeza de no estar en soledad permite de alguna manera respirar y seguir caminando con energías renovadas, cada uno en su propia dirección.
En España, los colectivos afro están en movimiento. No hay nada más que mirar los datos del encuentro del pasado mes en el festival de Conciencia Afro con 17.000 entradas contabilizadas a lo largo del día. Entre las asociaciones que se puede encontrar tanta variedad como lo hay en el colectivo. Entre los grupos asistentes al evento estaban: Kwanzaa Asociación Afrodescendiente Universitaria que ofrece un espacio en donde afrodescendientes, africanos y simpatizantes pueden compartir experiencias, conocimientos y saberes; Conciencia Afro que lleva a cabo talleres como A-fronterizxs para promover acciones de co- aprendizaje en torno a África y su diáspora, la afrodescendencia y otras comunidades, el Espacio Afro Feminista o la Biblioteca de creación, entre otros; Afrogalegas, que defienden la diversidad dentro del movimiento afro y la acogen en cada una de sus formas; o Afro-emprende destinada a promover la pequeña empresa española, africana y afrodescendiente. Cada una de ellas representa una mirada más en ese espacio público en el que antes podríamos caminar viéndonos, pero sin mirarnos y ahora, además de mirarnos, nos vamos encontrando.
Pilar Bebea Zamorano
Periodista y comunicadora audiovisual afroespañola viviendo en Madrid. Ha realizado varios cortos documentales en Europa y actualmente se encuentra trabajando en proyectos personales tanto audiovisuales como escritos.
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