sábado, diciembre 21

La señora

Es un día como cualquiera, me levanto, me baño, desayuno y salgo de casa a tomar la ruta de Transmilenio que me deja en el Clav de Rafael Uribe. Solo que en este día hay una particularidad, y es que voy teniendo un conflicto con el Dios que mi mamá y mi papá me enseñaron. En esta discusión mental, le iba diciendo a este Dios, porque me tocaba madrugar, y sobre todo lo más profundo de mi pelea, porque me tocaba usar el servicio de Transmilenio, donde una como mujer se siente ultrajada en su feminidad, desde que llega a la estación a esperar la ruta correspondiente.

Así pues, llego al clav y por supuesto tengo gente esperando que le brinde mi atención jurídica. Sin embargo en mi puesto ya hay una mujer, afro, de unos 35 años, (digo internamente no parece de 35 años se ve mucho mayor, debe ser el tema de la violencia), me dirijo a ella y le pregunto que necesita. Me indica que requiere que le elabore un derecho de petición, pues no le han pagado la ayuda humanitaria. Aun así la noto, temblorosa y asustada. Me hace señas que me agache para decirme algo en el oído, a lo cual accedo. 

Los cubículos de atención para esta población, son de a dos profesionales por cubículo. Por supuesto al lado de mi escritorio, hay una compañera atendiendo a un señor, quien llegó ese día desplazado por la violencia, de un municipio del sur de Colombia, departamento de Nariño.

La señora me dice en una voz muy baja, y con lágrimas en los ojos, ese señor es el que me viene persiguiendo y tengo mucho miedo que vuelva a hacer lo que hizo. Yo con los ojos desorbitados casi que horrorizada volteo a mirar, y el señor junto con mi compañera están inmersos en su charla, sin darse cuenta de la situación que estoy viviendo en ese instante. Aun cuando estamos a un metro de distancia.

Para tratar de calmarla (pues como abogada no tengo ni idea como realizar terapia de contención emocional a alguien), le traigo agüita aromática y le digo que se la tome, mientras le hago el derecho de petición. En un momento inesperado, la señora se levanta del puesto y me dice que por favor la proteja porque alrededor del señor desplazado, hay más hombres que vienen a llevársela a ella. Casi  muero, porque no veía a más nadie. Aun así continuo como si nada, aunque mi corazón iba a mil por hora, porque temía que la señora hiciera algo contra ella o contra mí. 

Estando en esta incertidumbre, y obviamente atendiendo a esta mujer, sube la compañera psicóloga, con quién la señora tenía cita ese día, para continuar con su proceso terapéutico, y en un descuido, la señora se va al segundo piso donde me encuentro yo.  Mi compañera llega asustada y la increpa un poco, porque se le había salido de la consulta. Finalmente me dan toda la información al respecto, indicándome que siempre la señora va a que le elaboren un derecho de petición para el pago de su ayuda humanitaria.

PD. La señora afro de 35 años, había sido abusada sexualmente por 30 hombres al mismo tiempo, y su diagnóstico era esquizofrenia.

PD. Mi discusión sobre Transmilenio, nunca más la volví a tener.


Marcela González Bonilla

Bogotá (Colombia) Abogada, trabajando con la población víctima del conflicto armado.


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3 comentarios

  • Claudia sinning

    Siempre creemos q nuestros inconvenientes son más grades q el de los demás! Lamentablemente nos hace falta mucha empatía y ponernos en los zapatos del otro, para así crear una gran consciencia colectiva que vibre en respeto hacia nosotros mismos y sobre todo con los demás!

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