La apropiación cultural es una práctica altamente racista en la que una vez más, las personas blancas, demuestran el privilegio que les concede formar parte del grupo dominante y creen tener el derecho de hacer lo que quieran con los elementos culturales de los colectivos racializados, sin recibir la mínima repercusión o consecuencia; más bien tomando reconocimiento por ello e invisibilizando a quienes le pertenece.
La dinámica de poder implícita en todo acto de apropiación cultural deja claro que solo existe cuando viene desde aquellas personas que integran la cultura occidental dominante en detrimento de las culturas históricamente reprimidas. Es decir, cualquier hombre, mujer, o adolescente con privilegio blanco que quiera “experimentar” con lo “otro”, evidencia que en un sistema supremacista blanco entrar en el cánon supone una libertad enorme según tu nivel de exotismo.
Las personas afrodescendientes y las expresiones que conforman su cultura han sido demasiadas veces colocadas en la categoría: exótico. Manifestada a través de comentarios o actitudes finalmente racistas por parte de blancos y blancas estén o no conscientes de la ofensa. Pues claro, cuando nuestra naturalidad no encaja en el molde eurocéntrico establecido, las y los que sí ven su imagen siempre representada, sienten la urgencia de verbalizar su “asombro” o van directo con sus manos a invadirte.
Es por eso que exotizar a una persona negra, indígena, o no blanca escapa de ser inocuo. Debido a que la raíz que mueve la supuesta apreciación por nuestros símbolos, trenzado, música y demás expresiones, se acerca mucho a la superioridad colonial de los que un día en 1492 llegaron a Abiayala con la intención de “conquistar” y “descubrir” una tierra que ella y sus habitantes, desde siglos antes que ellos conocieron.
Ese deseo de posesión de los colonizadores hacia lo que llamaron El Nuevo Mundo, de querer hacer suya esa tierra como fuere y volverla objeto para su beneficio; es que se vuelve posible detectar porqué el grupo privilegiado del sistema encuentra tan sencillo e inofensivo apropiarse de la herencia cultural de las personas negras.
Porque es justo la desigualdad de poder entre los grupos lo que impide que alguien con privilegio blanco y de clase, pueda verdaderamente generar una acción que resulte en el intercambio cultural desde posiciones equilibradas y equivalentes. Mientras tanto, es necesario aclarar, que la libertad de expresión nada tiene que ver con pretender apropiarse de una cultura ajena. Cuando tú, blanco o blanca, desde el más puro desconocimiento, insistes en que ese “peinado” lo llevas por toda tu “admiración” hacia la cultura afro, pero te callas cuando eres testigo de la mayor violencia que nos afecta, el racismo.
Violencia que recibimos por expresar nuestra identidad, pero que ustedes junto con la “superioridad” que se han inventado –y sobre la que han sostenido, la esclavización y aculturación de personas negras e indígenas a punta de sangre– les lleva a querer adueñarse, e incluso presentar ante su propio grupo como novedad las expresiones culturales que hacen a nuestra afrodescendencia.
Así que, ni trenzas africanas, ni bantu knots, ni turbantes, ni pollera conga, ni dashiki, pero tampoco rastas; por la falta de respeto y empatía, ya que cuando ese elemento se lo apropia un cuerpo blanco, todos los estereotipos que nublan la vida de las personas negras por exteriorizar su cultura desaparecen, y de inmediato pasa a verse como un simple accesorio o se convierte en la banalidad de ser “algo de moda”.
Por esto, que una persona (blanca) se apropie, revela que al no poder experimentar la opresión que sufren quienes integran la cultura de origen, les resulta fácil atreverse a jugar y exhibir como propios los elementos de una cultura dominada. Separar nuestras expresiones de su contexto, borrarle el significado, y hasta lucrar de ellas, representa una falta grave a la memoria de miles de abuelas y abuelos desterrados una vez de su madre África, a siglos de resistencia afro, y a todas las personas que les nacieron después.
Joan Collins
Periodista panameña y estudiante de español.
Ha publicado diversos textos en revista Afroféminas (España), periódico Capital Financiero y revista Concolón (Panamá).
Formó parte de la antología poética ‘Sanaré: Sanar juntxs desde la palabra’ (Puerto Rico,
2021).
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