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jueves, marzo 28

Un laberinto de soledad o ¿Dónde están las mujeres negras de mi generación?

Diario de Tomasa:

Fin de semana: Con muchas ansias esperé la llegada del sábado pues ya había acordado encontrarme con Kenya, mujer a la que admiro por su empoderamiento, su fuerza inspiradora, su vitalidad. Ya es mediodía. Al llamarla para confirmar la hora y el lugar de la cita, ¡OH sorpresa! Kenya ha cambiado de planes, ha decidido ir con su familia a ver el estreno de Black Panther. ¡Genial!, ¿no? Lo que yo no entendía hasta el momento era porqué su plan de cine familiar me dejaba por fuera de lo ya acordado entre nosotras, así que insistí: -Oye, ¿entonces no nos vamos a ver hoy?- Su respuesta fue contundente: -“Te dije que voy a ir CON MI FAMILIA”- en un tono rotundo, con punto final y aparte.

Nada de esto parece del otro mundo. ¿Verdad? Tu amiga ha cambiado de planes, ha preferido ir de pelis con su hermano y sus primas, está en su derecho, ¿no? Sin embargo, una explosión de dudas me invade: ¿Si vas al cine con tu familia, está mal invitar a una amiga más? ¿Cuál es el motivo para que me niegue una salida al cine junto a su familia? ¿Tal vez pensó que yo no podía pagar el boleto? En fin querido diario, ¡Qué desinflada tan HP! Otro sábado desparchada[1].

Cuando eres mujer, negra, joven, colombiana y migrante, encontrarte con otras jóvenes mujeres negras es una especie de bálsamo, una celebración frente al modelo de vida profundamente individualizado y competitivo del mundo moderno. Pero, ¿Qué sucede cuando, en lugar de sentir el apoyo -así sea puramente verbal, simbólico- de aquellas que consideras más cercanas a tu realidad, lo que experimentas es rechazo, desconfianza e indiferencia? ¿Por qué en mi experiencia de acercamiento a los círculos afrodescendientes de este país –que no es mi lugar de nacimiento- e incluso en mi propio país, ha sido incluso mucho más sencillo relacionarme con las mujeres adultas, con las Almadres[2] y no con las jóvenes mujeres de mi generación? ¿Por qué muchas veces todo lo que consigo es un visto, un mensaje sin respuesta, cuando resulta evidente mi deseo de acercamiento? ¿Por qué no existen espacios identificados de fraternidad joven afrofemenina, y los pocos que hay están marcados por la rivalidad, como en el caso de los grupos dancísticos? ¿Por qué es tan difícil experimentar la solidaridad, incluso en espacios declarados como feministas? ¿Es en verdad tan fuerte nuestra carimba mental que preferimos asimilar por completo el modelo cultural occidental, antes de realizar un esfuerzo mayor por reconstruir y vivir nuestras propias formas de vida comunitaria? Sé que existen innumerables respuestas a estos interrogantes, pero ante la desolación y la impotencia ninguna representa nada para mí.

Cuando eres mujer, negra, joven, colombiana y migrante son múltiples los desafíos cotidianos que prueban tu virtud, tu humanidad y tu capacidad de resistencia. Cuando eres mujer, negra, joven, colombiana y migrante, tus expectativas frente a la posibilidad de conocer el mundo, de socializar y compartir tus experiencias se convierten en algo vital, pues como bien lo dijo Angela **** “La vida es una perra…” y sabes que cualquier intento de enfrentar sola al demonio de la modernidad podría incluso significar la muerte. Pero, ¿Qué pasa cuando efectivamente te encuentras sola, cuando no eres totalmente aceptada por tus pares y a la vez eres juzgada desde el filtro racial de aquellos totalmente ajenos a tu cultura y  a tus experiencias de vida?

Querido Diario. En el día de hoy voy a hacer una lista de mis amigos. Comenzaré con mis amigos blancos, después de todo, en muchas ocasiones han estado incluso más cerca que mis amigos negros. Entonces, algunos de mis queridos amigos blanco-mestizos más representativos, a saber:

Mis amigas/os blanco-mestizos: Los que me llaman “negrita” o “Mi negra” por cariño y no les gusta que insista en ser llamada por mi nombre: “-Negra loca, está obsesionada con el racismo-“. Ellos, que apenas hace algunos años creían que África era un país. Los que nunca habían abrazado o convivido con una persona negra antes de mí, o tal vez sí lo hicieron: cuando tuvieron una empleada doméstica negra, o un compañerito de escuela del que se burlaron. Los que me insinúan que me quejo demasiado, que los negros son por naturaleza felices a pesar de todo, que si me pasa algo malo es porque todo es perfecto y yo lo escogí, yo lo merecía, fue mi decisión.

Los que me insisten en que también hay racismo anti-blanco y racismo entre negros. Ellos, que una vez han aprendido algo ínfimo en el iceberg de mi cultura se creen tan negros o incluso más negros que yo, inflan el pecho de orgullo, como diciendo “-Este ser yo, hombre primitivo: blanco por fuera, negro por dentro”-. Están aquellos obsesionados con “lo afro” pero muy poco interesados en los problemas asociados, después de todo -según ellos- los africanos también fueron explotadores, además, eso es cosa  del pasado, todos somos afrodescendientes. Están los que se han inventado un “Negrómetro”. Así es.  Un novedoso artefacto que, desde su perspectiva, los “ennegrece”, o sea, los vuelve más y más negros –en el sentido esencialista de la palabra, claro-  en la medida en que escuchan música como la de ***, se ponen turbante o se juntan con lo que ellos consideran “la negramenta”.

Están también los que quieren acostarse conmigo para saber “cómo es hacerlo con una negra” y los que están convencidos de que soy bruja. Negra-bruja es una sola palabra en su inconsciente, es por esto que cuando no me ridiculizan o me subestiman, me temen. Ni qué decir de los que me envidian secretamente, aquellos que incluso me han llegado a decir, esperando que lo tome como un halago: “-Yo hubiera querido nacer negro/a”-, la cuestión es que no terminan la frase, cuando en realidad lo que quisieran decir es: “-Yo hubiera querido ser negro/a, pero borrando toda esa cuestión de los barcos negreros atravesando el Atlántico durante cuatro siglos, por supuesto”-.

Estos son mis amigos blanco-mestizos, a quienes les he brindado un privilegio más: el de tener una amiga negra para que puedan decir: “Yo no soy racista, mira, tengo una amiga negra”, pese a lo cual no acaban de comprenderme. No me entendieron cuando traté de explicarles que no quería trabajar para el capital, lo tomaron como: “-Claro, ahí estás pintada, qué vas a querer trabajar, vaga, ¡a los negros no les gusta trabajar!-”. No comprendieron mi personalidad: “-¡Tú no pareces negra, no eres una negra fina!-”. Cuando quise dormir un poco más, ellos se lo tomaron como: “-Negra perezosa”-. Cuando quisieron hacerme un cumplido dijeron: “-Eres negra por fuera ¡PERO blanquita por dentro!-“ y “-Oye, pero tú y tu familia son diferentes, ¡ustedes son negros lindos!-“ Y, lo peor: Creyeron siempre saber más que yo sobre mi propia realidad, me encarcelan, ingenuamente,  en cuatro palabritas: alegría, ritmo, sabor y fuerza. Es todo lo que les interesa escuchar a mis queridos amigos blanco-mestizos, es todo lo que represento para ellos, cuando intento proponer palabras nuevas pierdo el encanto, me vuelvo insoportable.

Esta es mi lista querido diario. Hay cosas mejores también, solo que todo esto sigue siendo uno de los grandes tabúes del siglo XXI, así que necesitan a alguien que se los diga de una vez por todas, después de todo, para eso están los amigos ¿no? Además, la cuestión sigue siendo crucial: mientras ellos me ven como su negra, como una negra más, como una negra inteligente y bonita en el mejor de los casos (porque en su inconsciente todos los negros somos iguales, nunca se les ha ocurrido pensar que tal vez su ojo no esté educado para percibir las diferencias) para mí cada uno de ellos es un individuo, un ser humano con personalidad propia, por eso yo nunca les diría algo como “Mi blanquita/o” o “Blanquis”.

En los ambientes urbanos blanco-mestizos donde hemos sido admitidas sólo como minoría (estrategia de dominación de los Estados blanco-mestizos y de la falsa democracia racial) crecimos siendo las únicas, portando el falso privilegio de ser, en muchos casos, las primeras en pisar un claustro universitario o en acceder a una institución de poder. Lo más grave es que como mujeres negras nos estamos acostumbrando a ser las únicas, lo estamos naturalizando: “-la única mujer negra de mi clase”, “-la única mujer negra en mi lugar de trabajo”, “-la primera/única mujer negra en entrar aquí, en obtener tal o cual reconocimiento”, etc. Este falso privilegio ha marcado buena parte de nuestras vidas, más aún, nos ha hecho padecer de una terrible enfermedad: La de estar orgullosas de ser la única, la primera. Tal enfermedad llega a tener síntomas tan severos como el de sentirnos incómodas ante la llegada de una nueva ekobia o ekobio[3]: Nos helamos, sudamos, tiritamos de calor y de frío al sentir que hemos perdido nuestro falso trono de la única negra, la primera negra, nos enfada perder la atención del amo blanco.

Está también nuestra preferencia por colegas/compañer@s blanco-mestizos. Nuestro deseo de aceptación, de integración al mundo moderno es tan fuerte que en numerosas ocasiones preferimos su compañía, su guía y su reconocimiento frente al de nuestros semejantes subalternizados. Algunos me increparán: ¿Entonces por ser negr@s tenemos que andar solo entre negr@s? No, no es eso a lo que me refiero. Por supuesto tenemos grandes modelos blanco-mestizos, grandes personajes que nos inspiran y a quienes queremos imitar, pero la cuestión es más profunda: Aun teniendo la posibilidad de elegir a ekobi@s para nuestros proyectos, para nuestras aventuras, para nuestros trabajos, elegimos a un blanco-mestizo, porque “-Eso de privilegiarnos entre nosotros es para radicales, eso es auto-marginación, incluyendo a los blanco-mestizos lucimos más interculturales, ya basta de escudarnos en ese cuento del racismo”-, y, por supuesto, lo que no decimos en voz alta: “-¿Por qué elegir a un negro, una negra cualquiera cuando con un blanco-mestizo lo puedo hacer mejor y más rápido?”-. Es así que en innumerables ocasiones terminan siendo otros los que nos representan, los que portan nuestras banderas y quienes hablan por nosotros para validar nuestra existencia, mientras nuestra presencia física, material y espiritual es exterminada por una política muerte.

Querido diario: Sé muy bien que es una norma social de nuestra era compartir las alegrías y ocultar las penas, pero no para de llover en esta ciudad hostil y mi ánimo se inunda: ¿Dónde están las mujeres negras de mi generación? ¿Por qué algunas de las que encuentro en el camino se fijan en mis zapatos incluso antes de mirarme a los ojos? ¿Qué es lo que debo hacer o ser para que me acepten, tener más dinero tal vez, vestirme mejor? Y ¿Por qué algunas se burlan cuando hablo de panafricanismo? ¿Me estoy haciendo lío en vano, será que nadie más se pregunta ni se preocupa por estas cuestiones? Querido diario, ¿Debo acostumbrarme a la soledad, a la competencia entre mis pares, a la hipocresía?


[1] Desparchada, que en  colombiano significa sin planes para salir o realizar alguna actividad de entretenimiento.

[2] Almadres o Almanegras. Título honorífico dado a las matronas negras de gran  influencia e inspiración en el universo comunitario afrolatinoamericano.

[3] Compañero  de barca.


Sikán Keïta

Profesora, escritora e investigadora en estudios étnicos, arte y afrodescendencia. 
Colombia


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5 comentarios

  • Anisley

    Es tan real lo que cuentas. Yo he desistido de intentar relacionarme con las mujeres negras jóvenes de mi comunidad, luego de que me hayan ignorado fuertemente. Ahora habitualmente me relaciono con otra chica de mi Cuba y mis compañeros de trabajo, todos blancos y blanco- mestizos.

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