No nos podemos rendir. Duele saber que todavía hay todo un mundo de prejuicios e ideas preconcebidas hacia nosotras pero no podemos dejar que todo eso pueda con nosotras. No ahora. No ahora que estamos empezando a alzar nuestras voces, cuando nos estamos arrancando casi a la fuerza los miedos porque sabemos que no hay otra forma de sentirnos vivas y contar nuestras propias historias. Pero aunque quiero ser optimista soy consciente que no es fácil, nos preceden años de invisibilidad donde no hemos tenido posibilidad de tener ni voz ni voto. Nuestros orígenes y rostros han sido constantemente homogeneizados y se nos ha dado el «privilegio» de hablar siempre y cuando siguiéramos con la narrativa social impuesta. No había cabida pues, para la proyección de iniciativas empoderadoras, de proyectos emprendedores donde poder florecer y evolucionar a nivel profesional y personal, sobre todo.
Si bien es cierto que esas dificultades mucho tienen que ver con el nivel adquisitivo que se tiene -mi madre, por ejemplo, es una mujer blanca serbia y es una de las personas más sabias e inteligentes que conozco y todavía no ha podido cumplir muchos de sus sueños por este motivo-, el factor de la raza juega un papel fundamental puesto que ha sido motivo de discriminación y rechazo de forma histórica.
Pero en este artículo no quiero detenerme sólo en esto. Me gustaría adentrarme en las consecuencias que conlleva cargar durante años con mensajes subliminales negativos hacia nuestros cuerpos y capacidades.
Hemos de deshacernos de la narrativa tan mal utilizada de lo que significa ser una fuerte mujer negra. Sí, a lo largo de la historia las mujeres negras empobrecidas se han partido el lomo ayudando y apoyando a los demás y se han dejado ellas mismas siempre en un segundo plano pero es curioso como nunca se destaca la vulnerabilidad de ese estado, la fragilidad e inestabilidad que esta situación genera a largo plazo.
Nos han impregnado con esa narrativa, muchas veces dañina, de que somos tenaces y resistentes y no se nos da espacio para simplemente ser; llorar y encontrarnos sin prisa. Las consecuencias de esta presión se traduce posteriormente en enfermedades físicas y mentales. Arrastramos traumas pasados no resueltos, sufrimos depresión y ansiedad más que la media poblacional y, para empeorar la situación, la mayoría de nosotras tenemos que lidiar con entornos hostiles donde la marginación y exclusión por raza, sexo y clase social todavía no es cosa del pasado. Es importante repetirlo puesto que las personas racializadas en su totalidad y migrantes están en riesgo constante.
Estamos, además, en la era de las redes sociales y éstas son un arma de doble filo. Las cosas están cambiando y nuestra comunidad se está movilizando (se ha de hablar siempre del lado positivo de las cosas). Sin embargo, en la mayoría de ocasiones es independiente el camino hacia las herramientas que nos ayuden a liberarnos realmente de los sentimientos de tristeza, desesperanza e inutilidad que muchas veces sentimos -y me incluyo- a nivel íntimo y personal.
Como digo al principio, no nos podemos resignar. Y no solo basta con tener esperanza sino que hace falta sentir hastío y no querer encajar en los estereotipos creados para nosotras. Se trata de un reto personal primero, tenemos que demostrarnos a nosotras mismas que somos válidas y merecedoras de oportunidades, cariño, tiempo y confianza.
El tema de la soledad lo he tratado en varias ocasiones y creo que después de tanto pensar he llegado a la conclusión de que tenemos que abrazar nuestro sentimiento de soledad y empoderarnos de él. Utilizarlo como aliado y explotarlo como fuente de inspiración, distinción y defensa.
Somos más que lo que nuestras experiencias dicen de nosotras, más que mujeres negras «que se quejan de cómo los estándares de belleza occidentales afectan al mundo en su totalidad», más que mujeres negras «inestables», más que las mujeres negras mitificadas y estereotipadas de revistas y programas de televisión.
Somos mucho más que la chica negra mona que habla fenomenal sobre lo que significa el racismo, y, desde luego, muchísimo más que simples tías negras. Somos el cruce de innumerables intersecciones y variables que nos construyen y moldean diariamente.
Infinidad de cosas han de cambiar pero no quería hacer un artículo sobre eso. Quería hacer hincapié en la importancia de la sanación personal y el autoreconocimiento.
Ya que nos toca librar pequeñas batallas antirracistas todos los días al menos no seamos duras con nosotras mismas. Cuidemos todo lo que otras personas no saben apreciar y confiemos en nuestras capacidades.
Gabriella Nuru
Tengo 25 años y siempre he estado dividida entre mi parte social y artística.
Considero que todas las expresiones de lucha son imprescindibles y complementarias .
Soy una mujer negra y consciente en una sociedad que me quiere dormida .Hija de migrantes ,vengo de dos culturas que me han moldeado y acariciado desde muy hondo;soy Serbo-Camerunesa nacida en España .
Un alma Diaspórica defensora del arte y la accion combativa de las culturas no hegemónicas ,soy amante para siempre soy poeta infinita.
Gabi me encantó tu artículo, y en especial comentarte que hace tiempo descubrí que no estamos solas, somos millones necesitadas de conexión aprovechando las redes sociales y el internet. También amo la poesía, y en especial la escritura como catarsis, me agrada escribir relatos, cuentos, testimonios, he publicado algunos por acá, gracias a la gentileza de quienes dirigen esta página tan interesante, donde aprendo mucho cada día. Te mando un abrazo intraoceánico desde Venezuela, saltemos las distancias y compartamos esos momentos de soledad que todos llevamos a cuestas. Somos UNA y eso vale mucho. Compartir es un verbo mágico…..Un beso
Muchísimas gracias Obdulia! Qué hermosas palabras llenas de sororidad y cariño. No puedo estar más de acuerdo con tu comentario, las «soledades» tienden a unirse e inevitablemente trazamos un mapa de fuerzas y resistencias lleno de energía y poder.
Mil gracias!