Cuando hablamos de cómo democratizar los espacios y los procesos, entramos en eso de «si la participación no es diversa, no es participación real». Un tema recurrente dentro de las minorías, como una de las causas-consecuencias de la hegemonía del poder, es la falta de representación. No se representan personajes o personas racializadas, POC, gordas, transexuales, gitanas, con diversad funcional…en espacios públicos con connotación de poder y liderazgo, belleza, éxito o capacidad de cambio.
Sin embargo, vengo observando que cuando este debate se tiene en espacios liderados por sujetos que ostentan poder, y son ellos los que piden diversidad en sus espacios de participación, cambia el posicionamiento político y el efecto. Se plantea que «la construcción de este espacio de participación para que X minoría tome la palabra, se exprese, y escuchemos lo que necesita. Sin embargo, siguen sin venir, no quieren participar».
De alguna manera, si las minorías no participan en los espacios y tiempos que fijan desde el poder; con el objetivo tácito de extraer información y una visión asistencialista, y no de empoderar, es que no hay una capacidad real de tomar sus propias voces. Esto, además, justifica la necesidad de seguir liderando espacios y luchas que no son suyos, para ‘visibilizar’ algo que, «de no hacerlo, nunca se pondría en marcha».
Lo cierto es que, esos espacios y tiempos de participación que se generan desde fuera de las comunidades oprimidas, son en realidad territorios y horarios; en donde no se parte de los ritmos naturales de encuentro y organización de las personas protagonistas, sino que se imponen otros totalmente diferentes, en los que se exige incluirse para probar el interés real de participar. Solo hay una única vara de medir, sin nombrar las microviolencias del propio proceso o de los objetivos que se ejercen en estos espacios.
Cada vez que he estado en espacios de divulgación o discursos críticos liderados por personas que pertenecen a minorías… lesbianas, personas transexuales, mujeres racializadas, indígenas…en el turno de preguntas, siempre hay una ansiedad grande, por parte de sujetos con privilegios, por saber cómo pueden unirse a la lucha, ¿qué puedo hacer para participar?, ¿Nos das algún consejo para gestionar la situación y no ser vistas como que queremos apropiarnos de las luchas? Todas las veces, no ha habido respuesta. Han sido reflexiones, otras preguntas; y sobretodo una devolución de esa angustia, «¿Por qué y para qué necesitas incluirte en esta lucha?» Puedes preguntarte esto cada vez que te invada la necesidad de liderar, ocupar, reinterpretar luchas que atraviesan a identidades y comunidades a las que no perteneces.
Atiende, quizás, más a una necesidad de disminuir la ansiedad que sentimos al ser conscientes de nuestros privilegios y de la opresión involuntaria de la que formamos parte. Cuando el objetivo real es que emerja el poder de los sujetos políticos silenciados, lo más efectivo es trabajarse primero desde el privilegio, dejar de hacer ruido y ser capaces de ver aquellos movimientos que ya existen desde la minoría, darles crédito y apoyo, apoyar las realidades injustas cuando las señalan y denunciarlas desde el privilegio de ser escuchado, desempoderarte de espacios para cederlos, guardar silencio, abrazar a esa angustia que aparece y entenderla como parte del proceso de reparación de lo quitado.
Seguramente, después de ese proceso, se vayan abriendo muchas más líneas de trabajo, reflexión y deconstrucción hacia dentro, ya que es necesario procesos profundos de desempoderamiento, en los cuales puedes ser protagonista, para poder dejar espacio a los procesos de empoderamiento.
Doris Otis Mohand
Afroandaluza. Psicóloga Sanitaria. Cursando Máster en género.
Feminista e inquieta sobre las relaciones de poder interseccional.
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Me agradó tu artículo y el enfoque planteado, es cierto que lo ideológico pesa mucho en la cultura de los pueblos…el racismo es tomado como un hecho natural, y cuesta mucho visibilizar el fenómeno. La perseverancia es la mejor arma…no lo dudo