Bebo tranquilamente una cerveza en un local de ambiente hipster, o lo que se llama (con cierta guasa) gafapasta. Es un ambiente moderno, aparentemente liberado de prejuicios. Productos caros e importados que marcan la diferencia con el resto de mortales. A la gente le gusta diferenciarse según tendencias musicales, que además llevan consigo una serie de gustos estéticos y un montón de preferencias alimenticias, culturales e incluso políticas.
En el local el todos son blancos y de clase media alta. Si les preguntara, todos se definirían de izquierdas. La única racializada entre la clientela soy yo. De fondo se oye Baaba Maal y música africana en general. Es el toque especial de este sitio donde yo no había estado.
Tiene narices. Esto solo hace que recordarme como se apropian de nuestra cultura para ser modernos, al mismo tiempo que nos invisibilizan. Me recuerda que en este barrio antes había una gran población negra de origen africano, que ha sido desalojada por la gentrificación, con la que estos mismos consumidores ocasionales de música africana han colaborado.
Evidentemente de eso se trata. En este local los clientes pueden sentarse a oír música africana sin preocuparse demasiado sobre su papel en la racialización del otro y tampoco en las consecuencias que tienen sus opciones de consumo y vida en el continente africano. Escuchar esta música funciona como un bálsamo para las almas de estos jóvenes acomodados que votan opciones de izquierda. Funciona como una cura para sus remordimientos de clase y raza. Pero esa cura, a nosotros nos sigue haciendo daño.
Ellos, cuando vienen a este sitio a escuchar sus músicas del mundo, imaginan que vivimos en una sociedad donde las razas no existen. Se convencen de que podemos vivir en armonía, aprendiendo los unos de los otros e intercambiando nuestras culturas, bebiendo un café capuccino. Piensan que hemos hecho desaparecer los privilegios y la opresión en un mundo donde la raza no es determinante. Pero cuando miras a tu alrededor, la única persona negra, soy yo.
Lo curioso es que en este mundo utópico sin racismo, decir que las razas aún existen se convierte en el máximo acto de racismo. Así la víctima pasa a ser el culpable, y nuestras vivencias como racializados empiezan a calificarse de paranoia o complejo.
En este contexto de negación del racismo es crucial que hablemos de identidad. Nuestras experiencias raciales nos hablan de quienes somos, y nos recuerdan, que lo que es político, es también, profundamente personal.
Normalmente, las personas que acuden a este local asumen que el racismo es una cuestión que tiene que ver con los individuos y que se ha terminado asimilando a la cultura dominante aspectos indentitarios puntuales, como la música, el kebab, etc. Un manto de apariencia de modernidad inclusiva puramente estética. Pero esto oculta las formas en que el racismo opera de manera estructural e institucional. El barrio se vacío de africanos para que ellos pudieran montar su local y disfrutar tranquilamente de la música africana.
Me niego a vivir en ese mundo que ellos llaman sin razas, porque convierte mi identidad en un acto puramente lúdico, banalizándola al extremo. Celebran mi cultura, pero sin que yo esté presente, no me necesitan.
No quiero vivir en ese mundo que niega la importancia y el poder determinista de la raza, mientras se mantiene un sistema que sigue siendo tan racista y en el que el racismo se perpetúa, porque no queremos nombrarlo.
Hoy en día la palabra «racista» casi está prohibida en ciertos ámbitos. Es casi el insulto más horrible que se le pueda decir a alguien. Por eso las feministas blancas tradicionales no quieren hablar de raza.
En este mundo utópico sin razas no se puede nombrar el racismo, porque han acordado que es un tema superado. Pero el racismo está en todas partes.
Si no denunciamos y nombramos el racismo cuando lo vemos, no sólo seguimos viviendo en un mundo regido por el racismo, si no que permitimos que los oprimidos sigan siendo culpados por su opresión.
Cuando se niega, en cualquier ámbito, la existencia de las razas, lo que se está negando es la propia existencia del racismo y al mismo tiempo se está tratando de no entrar en el tema. No hacemos ningún favor a la lucha antiracista con esto. Más bien es un movimiento reaccionario camuflado de buenas intenciones.
A pesar de que un montón de chicxs blancxs de vida acomodada se pongan a escuchar música africana en un local de moda tomando una malta nigeriana, la raza todavía importa. La raza condiciona de una manera total nuestras vidas que afecta a cada cosa que hacemos en esta sociedad.
La raza condiciona mi vida negativamente y la suya positivamente. Hay que afrontarlo de una vez.
Ayomide Zuri
Inconformista, luchadora, africana y mujer negra. @ayomidezuri ayomidezuri@gmail.com
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aspirar a un mundo donde no tenga importancia la raza y seguir luchando contra el racismo no es incompatible