Cuando pasé por la transición capilar y descubrí mi pelo natural, tuve que lidiar con una cuestión famosa entre la gente afro, querían tocar mi pelo, sentir su textura, sobarlo como si yo llevara una especie de peluche en la cabeza.
Confieso que yo misma me quedé impresionada con su textura de algodón tan suave, y para mí fue natural dejar que mis amigos también lo tocasen, incluso, lo vi parte de mi propia militancia, ya que muchos amigos míos nunca habían tocado un pelo afro y por lo tanto podían liberarse de los prejuicios de que el pelo afro era “malo”, “duro” y “difícil”, ¿no es verdad? Eso unido al hecho que soy una persona bastante cariñosa hizo con que mis amigos aprovechasen la oportunidad para tocarme el pelo con frecuencia donde fuera, e incluso, animar a recién-conocidos a hacer lo mismo.
Todo tuvo su gracia en un primer momento, y si eres uno de mis amigos blancos que han vivido esa fase conmigo, por favor, no te sientas especialmente juzgado, mi reflexión es sobre el imaginario colectivo de la cuestión, no hay nada personal. Lo que pasó fue que, en determinados entornos, donde principalmente estaba con amigas negras, por más que pudiesen piropear mi pelo diciendo lo estupendo que lucía, no lo tocaban. Mis amigas negras, que nunca tocaron mi pelo, fueron las que más me ayudaron en la construcción de una nueva autoestima, me ayudaron muchísimo porque entre ellas no me sentía distinta, y si hubiera en alguna fiesta alguien que se metiera con nuestros afros, le contestaríamos todas juntas. Con mis amigas negras me sentí valorada y protegida, y apenas después de estar en estos dos mundos pude comprender porque muchas personas negras se sientes cosificadas con la cuestión del pelo afro.
Durante un año con mi pelo natural, vi cosas como, un chico blanco saltando con las manos abiertas para sobar el pelo afro de mi amiga cuando acababa de decir que no le gustaba que se lo tocasen, desconocidas en la cola del baño que me acariciaron la cabeza sin más, provocándome un gran susto y amigos de todas las partes apretando un mechón mío repentinamente mientras pronunciaban “que bonito”, un amigo incluso que enlazó mis rizos como sí tocara un poodle cuando yo recién llegaba a una fiesta con mi afro recién arreglado. Estoy segura que toda esta gente no se ha despertado por la mañana pensando “hoy voy cosificar a un negro”, no podrían tampoco explicar porque tocar un afro les parece permitido mientras por más lindo que parezca un pelo originalmente occidental, tocarlo sin permiso suena a invasión de espacio. No podrían explicar porque se daban el permiso de tocar a alguien de una manera que podría en cambio ser molesta si les sucediera a ellos. No podrían explicar porque las reglas son distintas en estos casos, pero lo son gracias a la construcción del negro en nuestra sociedad.
Gracias a estas experiencias me arrepentí poco a poco de haber permitido que mis amigos blancos me hubiesen tocado el pelo, porque no debería habérmelo dejado tocar sólo para que ellos creyeran que el pelo afro no es “malo”, “duro” y “difícil”, tampoco quiero que se sientan en el derecho de tocar a otros afros por el mundo, aún más pudiendo justificar “a mi amiga le da igual” como respuesta a alguien que se haya molestado al ser tocado sin permiso.
Polemizo al final diciendo que no es libre quien se siente cosificado por los demás, y la construcción del negro que tenemos, cuya negritud está vinculada al campo de la emoción y del cuerpo, invita al toque, pero nada de mi cuerpo es o quiere ser una invitación subjetiva. Siguen valiendo para todos nosotros, las mismas reglas de convivencia básicas de toda la vida: permiso, perdón y gracias.
Mariana Olisa
Master en Estrategia y Creatividad Digital por la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro de Black Barcelona.
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Gracias Mariana por el artículo, me siento totalmente identificada con tus palabras ya que a mi hija que actualmente tiene dos años también le pasa y como es pequeña aún es más la perversión ya que directamente tocan y vuelven a tocar y si dices algo te miran raro…