Te quiero porque entiendes cuando hablo de raíces, porque has sonreído cuando has visto entrar a ese médico negro, porque hablas bonito de tu madre.
Te quiero porque te he oído hablar de Sankara, emocionarte con el documental de Nina Simone, leer a Shirley Campbell.
Te quiero porque el otro día saliste a tomar algo con tus compañeros del trabajo y aunque aun eran las diez y media, volviste a casa. Porque no interviniste en esa conversación sobre “racismo inverso” pero frunciste el ceño; porque con el dinero que te ahorraste esa noche arreglaste la caldera.
Te quiero porque llevabas el puño en alto en esa concentración, en silencio: tu presencia. Porque me quedo dormida escuchando tus historias de cuando ni te llamaban “migrante” ni te llamaba por un número. Y cuando sale en la televisión ese anuncio tan ofensivo, me enfado como tú. Y cuando te hablo de otros feminismos, me sonríes.
Te quiero porque no necesito explicarte el dolor que respiro en la ciudad que me ha visto crecer, porque tenemos una definición similar del racismo. Porque esa canción, justo esa canción, la conoces. Y no sabemos donde la escuchamos por primera vez, pero la conocemos. Te quiero porque haces bromas que entiendo, porque eres camaleónico, porque no llamas tribus a pueblos.
Y como te quiero, te pido -TE EXIJO- que me respetes. Que dejes de dar por hecho que soy una borde, que te voy a mirar mal, que mi carácter va a ser insostenible. Que entiendas que después de ocho horas de pie o de dejarme la voz en el megáfono, al llegar a casa, también necesito un abrazo. Que a mí también puedes invitarme a ver películas a casa, que yo también estoy dispuesta a conocer a tus padres. Que como te preocupas por el bienestar de otras mujeres, y tiendes a observar sus pasos por si necesitan de tu empujón, yo también lo necesito. Que soy valiente, que soy fuerte, que soy independiente, que soy negra; pero también podemos ir a cenar por ahí un día. Que si tienes una relación sentimental conmigo, hermano, la tienes conmigo. Que si no la tienes, no hace falta que sueltes la mano de esa mujer que tienes al lado cuando nos cruzamos en Gran Vía.
Que soy tu hermana, que me respetes. O, ¿es que acaso yo tampoco soy una mujer?*
Después de tanto tiempo.
*Referencia al discurso de Soujourner Truth, Ain’t I a woman? (1851)
Winie Idjabe Makuale
Estudiante en la Universidad Complutense de Madrid
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Hola.
Te quiero. Desde mi feminismo blanco de mujer privilegiada. Desde mi burbujita de muchacha del noroeste de Madrid. Desde la ridiculez egocéntrica de atreverme sentirme extranjera en cualquier ciudad sin mar. Desde la miopía de mi carrera universitaria, mi colegio con uniforme, mi familia convenientemente estructurada. Te quiero, te adoro.
Gracias por hacerme crecer tanto contigo.
Por escribir tan grande, tan fuerte y tan bonito.
Por quererme, por dejarme levantar los puños, los dientes y la voz a tu lado.
Y por la vida. Que brilla.