Cuando era pequeño, no tenía cuerpo. Mi cuerpo estaba hecho de impulsos, emociones, deseos. No era sólido, sino fluido: como niebla recién nacida con el día. Como lo son todos los niños. O deberían serlo.
Pero pronto las conocí: a esas cinco letras.
Ya siendo pequeño, empezó la caza. Tres años; preescolar. De esa época no guardamos más que unos pocos recuerdos, y yo guardo este: cinco cuchilladas, cinco armas arrojadizas.
Y aún se preguntan si un niño puede ser cruel.
Desde entonces, las he oído demasiadas veces. En boca de conocidos y de extraños, en el colegio y en la calle. De pie o postrado de rodillas, en miradas y en corros de risas. Me las han gritado de lejos, me las han escupido en la cara. También he oído su silencio: ausencias eufemísticas cuando estás cerca. Ojos que te preguntan, y tú de dónde eres. De aquí, señor. Este es mi país.
Pero eso no es lo peor. Lo peor llega el día en el que aparecen escritas en el espejo; esas cinco hijas de puta. Y no con vaho, sino con algo que no se borra aunque pases la mano. No salen de otras bocas, sino de la tuya. No están en otros ojos, sino en los tuyos. Lo peor llega el día en el que ya no eres un niño. En el que la niebla se levanta, y qué ves. Una cara, un cuerpo que duele. Que quema. Y que nadie podrá amar porque no lo merece. Porque no es como debe ser, porque está mal hecho. Que será tu cárcel hasta el fin de tus días.
¿Cuánto daño pueden hacer cinco letras?
¿Cuántas palabras hacen falta para vencerlas?
Negro
En concreto, mestizo.
Más en concreto, persona.
¿Por qué habría de decirlo? ¿Por qué preocuparme? Tal como yo lo veo, ser negro no es diferente de ser pelirrojo. De tener pecas o los ojos azules: rasgos sin más. También se ríen de los pelirrojos o de los pecosos. De los ojos azules no. ¿Por qué? ¿Por qué unos rasgos se consideran valiosos, y otros despreciables? La respuesta no está en el rasgo, sino en los ojos del que lo mira.
A quien piense que ser negro es algo más que un rasgo, le reto a que me defina qué es. Y luego si quiere le explico la diferencia entre raza y etnia. Entre un conjunto de rasgos físicos, y una comunidad cultural de personas. Confundidos por los ignorantes, explotados por los aprovechados.
No vengo a discutir la existencia de las razas, como no discutiré la de los pelirrojos o las pecas. Pero sí que estos rasgos vayan más allá de lo físico. Qué te parecería hablar de una raza de pecosos o de pelirrojos, a los que se supone un estatus social, una psicología diferente, hasta un valor humano distinto. Absurdo, verdad. O quizá no tanto, si miras esa triste ficción que es a veces la historia del hombre.
¿Negro, blanco, amarillo? ¿Por qué habría de separar a las personas el tono de la piel? ¿Acaso las separa la altura, la complexión, el cabello, el color de los ojos?
Despertad por favor. Rasgos negros o blancos, qué más da. Seas blanco o seas negro: son solo rasgos.
Negro, sí. Pero nunca “un” negro. Ni yo, ni tú, ni nadie.
Cinco letras no pueden contener a una persona.
Negro. Chino. Feo. Gordo. Enano.
Ponles delante un artículo determinado, y tendrás la cárcel de un ser humano.
Una cárcel de letras.
Soy un idealista: creo que este mundo puede mejorar, y que existen algunas reglas simples para ello. Allá van.
Primera: no todas las opiniones son igual de válidas. Si tú opinas, por razones equis, que tu grupo, raza o ideología son superiores a la de los demás, estás equivocado y yo no. Punto.
Segunda: los demás también tienen sentimientos. ¿Te duele ser humillado? A los otros también. ¿Te duele ser segregado? A los otros, también.
No lo olvides: es mejor que cualquier religión, que cualquier código cívico. Se llama empatía.
Tercera: todo empieza por las palabras.
Words can be great, or they can degrade.
Son el arma más potente que existe. Son capaces de quitar la vida sin dejar marcas, de moldear las redes de tu materia gris. Crean cosas de la nada, y las destruyen. Y duelen. Sabes que duelen.
¿Cuántas veces lo has hecho? ¿Cuántas veces has relegado a alguien a una cárcel de palabras? ¿A un mezquino sintagma de uno o dos términos? “El maricón”. “La gorda”. “El raro”.
O quizá eras tú el etiquetado; el reducido a un puñado sílabas. Quizá todavía lo eres.
Ya lo vas captando: esto no se trata de mí. Sino de que no somos sintagmas: somos largas oraciones, párrafos inmensos, textos únicos. Somos poemas, historias, somos bibliotecas enteras.
Somos personas.
El día en que veamos a los demás y a nosotros mismos como personas, el mundo cambiará para siempre. Hasta entonces, quedan estas palabras. Las mías. Las que ahora lees.
Espero que te sirvan.
Vicente Dongo (Verbo).
Escritor y estudiante de Psicología.
España
https://www.facebook.com/vdeverbo/
Texto original: http://estatormenta.blogspot.com/
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Los pelos de punta. Bravo.