viernes, diciembre 5

Assata Shakur: La rebelde que nunca se rindió

El 25 de septiembre de 2025, La Habana despidió a una de las figuras más emblemáticas de la lucha por la liberación negra en Estados Unidos. Assata Shakur, nacida Joanne Deborah Byron, falleció a los 78 años debido a complicaciones de salud relacionadas con su edad avanzada, según confirmó el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Con su muerte, se cierra un capítulo fundamental en la historia de la resistencia afroamericana y feminista del siglo XX.

Nacida el 16 de julio de 1947 en Queens, Nueva York, Joanne Deborah Byron creció entre la efervescencia de las calles neoyorquinas y las raíces sureñas de Carolina del Norte. Su juventud transcurrió en plena ebullición del movimiento por los derechos civiles, y su despertar político llegó durante sus años universitarios en el Manhattan Community College y el City College of New York. En abril de 1967, contrajo matrimonio con Louis Chesimard, compañero de activismo estudiantil. Fue en ese contexto de lucha donde adoptó el nombre de Assata Shakur, un acto de reivindicación identitaria que simbolizaba su rechazo al nombre impuesto por el sistema de esclavitud.

Se convirtió en miembro destacada del Partido Pantera Negra, la organización negra que combinaba la autodefensa comunitaria con programas sociales revolucionarios. Posteriormente, se unió al Ejército Negro de Liberación (BLA), grupos que el FBI, bajo la dirección de J. Edgar Hoover, consideraba una amenaza para el statu quo estadounidense. Su activismo era también profundamente personal. Assata fue madrina del rapero Tupac Shakur, asesinado en 1996, quien heredó y amplificó su legado de resistencia a través del hip-hop, confirmando la transmisión generacional de la lucha contra las injusticias que atraviesan las comunidades negras.

El 2 de mayo de 1973 marcó un antes y un después en su vida. En una autopista de Nueva Jersey, un tiroteo con la policía dejó a un policía blanco muerto y a Assata gravemente herida. La encontraron en estado crítico, esposada a una cama de hospital, comenzando así un proceso judicial que duraría años. Durante cuatro años permaneció encarcelada antes de ser condenada en 1977. Su juicio fue denunciado por juristas y defensores de derechos humanos como una farsa. Las pruebas presentadas en su contra eran débiles, y muchos consideraron que su condena formaba parte de una persecución política sistemática contra el movimiento nacionalista negro. El COINTELPRO, programa de contrainteligencia del FBI, había sido diseñado específicamente para difamar, sabotear y criminalizar a organizaciones como los Panteras Negras y el BLA, así como a sus líderes. Assata fue una de sus víctimas más notorias.

En 1979, en un acto que algunos calificaron como audaz y otros como inevitable, Assata Shakur escapó de prisión. En 1984 tomó la decisión que definiría el resto de su vida: solicitar asilo político en Cuba. Fidel Castro accedió a su petición, y Cuba se convirtió en su hogar durante más de cuatro décadas. Allí encontró refugio en un país que históricamente había apoyado movimientos de liberación en todo el mundo. Su libertad tuvo un precio: nunca más volvería a pisar suelo estadounidense sin arriesgar su vida en prisión. El FBI mantuvo su nombre en la lista de los más buscados durante décadas, ofreciendo hasta dos millones de dólares por información que condujera a su captura. Para las autoridades estadounidenses fue una fugitiva; para millones de personas negras en todo el mundo, un símbolo de resistencia.

Assata Shakur fue también pionera del feminismo negro. En una época donde el liderazgo de los movimientos de liberación estaba dominado por hombres, se abrió paso con voz propia, insistiendo en que raza, género y clase no podían comprenderse por separado. Su autobiografía, publicada en español por editoriales como Capitán Swing y Virus, es un testimonio de dignidad frente a un sistema que buscó destruirla. En sus páginas relata los episodios que marcaron su vida y articula una filosofía de resistencia que continúa inspirando a nuevas generaciones. Para las mujeres afrodescendientes, Assata representa la posibilidad de vivir sin pedir permiso, de mantener la dignidad frente a sistemas diseñados para quebrarla.

Su hija, Kakuya Shakur, confirmó su fallecimiento en un comunicado. La noticia generó una ola de tributos en redes sociales, donde activistas, artistas y académicos reconocieron su impacto. El movimiento Black Lives Matter, surgido décadas después de su encarcelamiento, la citó en numerosas ocasiones como influencia fundamental. Su frase más célebre —“Es nuestro deber luchar por nuestra libertad. Es nuestro deber ganar. Debemos amarnos y protegernos mutuamente. No tenemos nada que perder salvo nuestras cadenas”— se convirtió en un mantra para nuevas generaciones de activistas.

Assata Shakur murió en el exilio, lejos de la tierra donde nació, pero libre. Esa paradoja resume su existencia: una mujer obligada a abandonar su país para conservar su libertad, que nunca dejó de ser voz de su pueblo. Su historia no muestra que la lucha por la justicia racial y la equidad de género no ha terminado. También confirma la resiliencia de las mujeres negras que, frente a sistemas de opresión múltiples y entrecruzados, nos negamos a ser silenciadas.

En su muerte, como en su vida, Assata Shakur encarna que la verdadera revolución no se mide únicamente en victorias políticas, sino en la capacidad de mantener la dignidad, la esperanza y la humanidad frente a la adversidad.

Descansa en poder, Assata. Tu voz seguirá en cada grito de justicia, en cada puño alzado, en cada mujer negra que se niega a arrodillarse.

Elvira Swartch Lorenzo

Colaboradora



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