‘’Pues tu no estarás preocupada por el coronavirus, que las personas negras no os enfermáis hombre’’-palmadita en la espalda y risita cómplice. Cuantas veces desde que ha empezado este proceso pandémico las personas negras y migrantes habremos escuchado frases como esta. Yo unas cuantas, y la verdad estoy harta.
Con dieciséis años me diagnosticaron depresión. Al ser silenciosa, podía convivir y hacer vida social sin más alteración que sobrellevar los altibajos de esta enfermedad. Hasta hace algunos años que, debido a problemas externos, se hizo insostenible, y tuve que buscar ayuda. Encontrar a un especialista que se adapte a tus necesidades y problemáticas es tan difícil como conseguir un piso económico en Barcelona o el amor en los tiempos del Tinder. Lo aprendí a las malas.
La primera especialista que visité, fui por recomendación de una amiga a la que le había ido muy bien. Yo salí sin mirar atrás. Sus palabras textuales del porque me atendía: ‘’Es que es la primera vez en toda mi trayectoria profesional, que puedo atender a una persona negra, vosotros no os enfermáis, extraordinario’’. Espeluznante. Luego de muchas citas, e inversión de horas en mejorar mi salud, di con una especialista con la que conecté y me ayudó hasta el día de hoy.
A lo que voy es que la sociedad, sobre todo la blanca, que a casi todos los niveles y por desgracia, es la predominante, no está acostumbrada a que las persones negres e inmigrantes nos enfermemos. Este estigma lo venimos arrastrando desde la esclavitud, porque moralmente los esclavistas podían dar latigazos, tener a las personas bajo el sol recogiendo algodón, con apenas un trozo de pan en el estómago, y cometer miles de fechorías con impunidad, y la conciencia limpia, si es que había, lo cual dudo. El salvoconducto era que no sentían, no les dolían. Eran manos de obra gratis y resistente a todas sus atrocidades. Pero no lo eran. No lo somos.
Esto se ha trasladado a nuestra era y la esclavitud moderna. Donde migrantes trabajan mas de ocho horas limpiando casas, en los campos, fabricas, badulaques, cobrando el sueldo mínimo, y veinticuatro por siete sin poder quejarse. Porque el problema radica allí. A los blancos no les gusta que nos quejemos, no les han enseñado que también tenemos voz, que nos duele, que enfermamos, que nos preocupamos con el coronavirus y lo que está pasando. Nos quieren padeciendo en silencio, para que policías sigan matando negros, para que el racismo institucional siga poniendo trabas, y para que, si nos pilla el coronavirus o cualquier enfermedad, Dios no lo quiera, respiremos hondo, y sigamos p’alante sin gemir demasiado alto, que el mayoral se despierta.
Y yo, que estoy harta digo basta. Digo ya está bien. Digo a mí me duele, y a mis hermanes también. Digo no nos vamos a callar, ya no más.
Buena cuarentena para los que están en casa, los que tienen que seguir trabajando, los que duermen en las calles y los invisibles que solo pocos ven. Cuidaos mucho, y fuerza, que de esta también saldremos.
Dayna Catá
Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.