Vivir en Londres, para un poeta cubano y caribeño es poco menos que una herejía. Es un tanto de exageración, pero es que Londiniun sigue siendo una Señora Ciudad, no importa cuánto quieran asustarla con detonaciones e improperios.
Así la llamó su fundador el principe troyano Brutus, cuando la erigió en ambas riveras del sinuoso río Támesis, 2000 años atrás. Yo vivo en una colina residencial al norte del rio.
A pesar del inestable y caprichoso clima, su rico coctel de sobriedad y extravagancia, elegancia y desaliño; entretenimientos y crímenes, deslices y escándalos palaciegos, parlamentarios, paganos y faranduleros -liado todo esto a una avasalladora vitalidad mediática envasada en una formidable anatomía urbana, Londres sigue siendo una de las tres más exuberantes ciudades del mundo moderno que siempre tiene alguna sorpresa por descubrir –las otras dos son, indiscutiblemente Paris y New York.
Londres puede darse el lujo de contar desde 1966 con un verdadero carnaval caribeño (de origen anglo-caribeño, para ser más exacto) que anualmente atrae más de un millón de adeptos de casi toda Europa a finales de agosto, durante el feriado conocido como Bank Holiday.
Aqui proliferan también ritmos exóticos y sus seguidores, con una impresionante dosis de especialistas en capoeira, tango, salsa y, especificamente los auto-proclamados Cuban Salsa Master -cotizados instructores de este híbrido baile popular, muchos de los cuales no son necesariamente cubanos, ni mucho menos Master, pero eso no importa, porque lo fundamental es que sea Made in Cuba, debido a la oferta y demanda del ‘producto’.
Time Out, la más compacta publicación/guia de entretenimiento semanal en la capital, asegura que Londres cuenta con más de 2000 restaurantes que ofrecen ethnic food de la cuisineinternacional.
Al mismo tiempo, este voraz apetito étnico está respaldado por mercados abiertos y bajo techo donde se encuentran diariamente todos los productos, especies e ingredientes de latitudes remotas, incluyendo la de Cuba.
Ahí están los restaurantes Cuba Libre, Cubana, Bar Cuba, a los cuales se les suma la última gran atracción, Floridita, bar restaurante insignia de Cuba, donde el escritor norteamericano Ernest Hemingway hiciera suyo el famoso cóctel cubano cuyo nombre original pertenece a una hermosa playa de arenas blancas, cerca de la ciudad de Santiago de Cuba –Daiquirí.
El Floridita, de Londres, ubicado en el animado y céntrico Soho londinense, ofrece una excelente variedad de platos supuestamente cubanos, no necesariamente elaborados por cocineros de la otra isla, sino por una amalgama de chefes y chefas de otras latitudes, los cuales recrean el sabor criollo a su manera. Por ejemplo, una pechuga de pollo a la plancha rellena de salsa picante. Cualquier cubano sabe que eso no es cubano.
Sin embargo, como amenidad ofrece una buena selección de las mejores agrupaciones musicales directamente de Cuba, cócteles cubanos y hasta La Casa del Habano, con un torcedor in residence, importado temporalmente de la Isla de Cuba.
Pero Londres no siempre fue así.
Un cuarto de siglo atrás los restaurantes y supermercados que servían y suministraban esos productos al gran público los catalogaban llamaban despectivamente ‘ethnic food’, y los ritmos musicales correspondientes, con el apelativo genérico de ‘world music’ . En definitiva, éramos ‘lo otro’ exótico y anodino.
Pero con el tiempo y gracias a un mercadeo más coherente y desprejuiciado, todo eso es cosa del pasado. Y es que hoy día, ya Londres no es propiamente dicho una ciudad definidamente inglesa, ni tampoco propiamente europea debido a su amplio perfil cosmopolita.
Debido a su pasado imperial donde el sol nunca se ponía, Londres sigue siendo una suerte de encrucijada y sitio en donde convergen diferentes culturas que atesoran todos y cada uno de nuestros respectivos placeres, ansiedades y horrores -grandes, medianos, pequeños y hasta en miniatura, aunque sin pretender ser un melting pot.
Con una población estimada en 8 millones de habitantes insertados en 13 condados, Londres es una multitud de pequeñas ciudades incrustadas en una extensa ciudad de enormes proporciones, contadas elevaciones y donde los colores de su arquitectura y flora armonizan con gusto a través de varios períodos. De esta manera, cada afortunado londinense puede darse el lujo de armar pedacito a pedacito su propio Londres alrededor de viviendas individuales o colectivas, muy antiguas y originalmente bien preservadas (la nuestra fue construida en 1895, en las postrimerias de la era victoriana) -o en apartamentos levantados en las ruinas dejadas por la Segunda Guerra mundial en diferentes zonas de la ciudad.
Fue a esta metrópoli donde vine a parar con mi pareja inglesa y nuestros dos hijos, en 1981 y donde precisamente tres años más tarde concebí escribir una serie de crónicas impresionistas que titulé Diario en Babilonia –a tenor del apelativo que recibió Inglan, por parte de los creadores del reggae jamaicano.
En aquel entonces los cubanos/as se podian contar con los dedos de las manos y pocos sabían apenas donde estaba situada Cuba. Por supuesto, no existian como ahora, clubes y restaurantes con alegóricos nombres de la mayor isla caribeña ni se bailaba al ritmo del son cubano ; Virgin Atlantic no volaba a La Habana ni Cubana de Aviacion se conectaba directamente con Londres, ni otras ciudades con Cuba, con lo cual –aparte de otras conexiones y aerolíneas- se ha creado un ininterrumpido y casi diario puente de gentes a través del Atlántico desde varias ciudades del Reino Unido de Gran Bretaña. He aquí otro fragmento de aquellas crónicas:
Mi Primer Londres
“Recuerdo […] mi primera incursión a esta fascinante ciudad de Londres en marzo de 1981. Durante los días que estuvimos en la casa de Cynthia en la barriada de Camden Town salimos a dar nuestros paseos por la ciudad. Un sábado por la tarde Mike y Eva vinieron a buscarnos para ir al famoso mercado de Portobello Road, en el barrio de Notting Hill, al noroeste de la capital. Quien visite Londres no debe tener excusas para no pasear por esa calle, no sólo por sus pintorescas tiendas (verdaderas reliquias arquitectónicas y donde los modernos buhoneros compran, venden y revenden todo lo imaginable y también lo inimaginable, desde el sable de algún famoso pirata inglés inventado al momento para deleite del turista incauto, hasta un juego de sábanas de una hilandería en Stockport que cerró por quiebra veinte años atrás…los otros, los que se instalan en los carretones a orillas de la calle, venden quincallería barata de dudosa procedenncia, ropas que los fabricantes deshechan por desperfectos de manufactura…) sino también por el singular olor a frituras, mariscos y pescado frescos, frutas y vegetales…donde el ajonjolí y la harina de yuca, el arenque ahumado y las aceitunas se mezclan con la música griega acompañada por los conocidos kebabs griegos …, una suerte de pan de un centímetro de espesor en forma ovalada que se tuesta ligeramente y se le abre la barriga para colocarle hortalizas con chiles y cebollas, además del elemento principial, lascas de carne molida y prensada y/o brochetas a la parrilla …; o por la música africana y caribeña, los colores de los parroquianos que en diversos idiomas conforman un llamado al cumbite humano. […] El Mercado de Portobello Road se abre al recién llegado con una serie de exclusivas boutiques en el extremo posh o elegante de la barriada, cerca de la estación del metro de Notting Hill Gate y termina un par de kilómetros más hacia el oeste entre tabernas de arrabales, por debajo de una autopista volante y donde el menudeo de la marihuana y otros estupefacientes es a quemarropa, donde los conflictos y frustraciones inherentes a la cultura de la pobreza y el consiguiente marginalismo están a la orden del día. Es la línea del frente del Carnaval. Aquella tarde de sábado era mi primer paseo turístico por Londres y lo había comenzado por el pintoresco Mercado de Portobello Road.”
De esa manera, un cuarto de siglo atrás, había poco o ningún incentivo para encontrar algún elemento con el cual un cubano pudiera identificarse culturalmente. Indiscutiblemente, son otros tiempos.
Con sorprendente rapidez mis vinculos con esta otra isla entera, comenzaron a proliferar. Tal vez haya sido una reacción subconsciente al hecho de que los ingleses solamente tomaran temporalmente La Habana en 1762 … yo me propuse ‘tomar Londres’ por cuenta y riesgo. Me imagino que si los ingleses hubieran colonizado Cuba, mi relación con ‘Inglan’ y/o Londres seguramente hubiera sido ácida.
Es aqui, en esta fabulosa ciudad que he aprendido a hacer mía también, donde han encontrado albergue refugiados y exiliados políticos, filósofos y otros intelectuales, revolucionarios, patriotas, emigrantes legales e ilegales, disidentes virtuales y ficticios, diletantes y esnobistas fortuitos … en fin, una saludable pléyade de voluntarios o forzados desterrados de casi todos los rincones del mundo.
Es ésta la misma ciudad donde pulula poco más de un millar de exóticos cubanos y cubanas, muy pocos de los cuales llenamos los requisitos para acogernos a la carta de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, entre ellos yo, un poeta cualquiera nacido y criado en la ciudad de Santa Clara, luego trasplantado a principios de la década de 1960 a la barriada habanera del Cerro e injertado finalmente por voluntad propia en Londres con mi familia anglo-cubana.
Las parejas racialmente mixtas entre británicos y cubanas o británicas y cubanos, es practicamente común denominador. Esto ha logrado una mezcla aparentemente mucho más acentuada que con otros nacionales, en lo cual los cubanos y cubanas somos expertos.
Desde el punto de vista exótico, esta combinación que me atañe personalmente, resultaba más notoria en La Habana en la década de 1960 y en años subsiguientes, que en Londres. Es más, puedo afirmar categóricamente que en raras ocasiones he sentido personalmente el racismo hacia nosotros como pareja, tal y como lo he sentido en mi pais natal, sobre todo en La Habana, una ciudad que resalta a gritos por su alucinante mestizaje.
Aunque pudiera resultar contradictorio, como la misma historia de nuestra Cuba, mi experiencia en el asunto ha sido el mejor testimonio.
Durante las décadas de 1960-70, y al furor del concepto afro-norteamericano de que ‘black is beautiful’, muchos jóvenes cubanos afro-descendientes también nos dejamos crecer con donaire nuestro pelo rizado.
Yo era estudiante de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana –institución tildada por los comisarios de turno de ser un antro infectado de extravagantes jóvenes de tendencias occidentales y por lo tanto decadentes.
Nuestras infulas intelectualoides encontraban repulsa en todo el espectro conservador y racista que prevalecía en el subconsciente cubano desde principios de la república. Y a esto hay que agregarle que éramos contados los afro-descedientes que optamos por carreras de Humanidades.
Posteriormente conseguí mi primer buen empleo en La Habana a mediados de los sesenta, ya egresado de la Universidasd. Fue en el Instituto Cubano de Radiodifusión (ICR) que posteriormente se convertiría en Instituto Cubano de Radio y Televisión o ICR-T.
Pues bien, el codigo de ‘buena presencia’ requerido para ejercer mi profesión como periodista exigía que estuviera bien peladito y afeitado y usara indumentaria sencilla, ordinaria. Rechazar estos requisitos me estigmatizó nuevamente como un individuo ‘conflictivo’, ‘problemático’ lo cual me granjeó en consecuencia burlas, repudios y hasta una sanción laboral por persistir en mi empeño.
Nada parecido me ocurrió años más tarde cuando ejercía la misma profesión de periodista y reportero en el Servicio Latinoamericano de la BBC de Londres, la famosa institucion radiodifusora británica, tan monitoreada por el estado británico como la cubana. Para colmo del exotismo, era el único cubano, además de afro-descendiente en todo el Servicio Latinoamericano -aunque había muchos colegas de países africanos en otros servicios para el exterior. Para muchos de mis colegas latinoamericanos, era la primera vez que tenían tan de cerca a un cubano afro-descendiente. Es más, con algunas excepciones, no sabían que existíamos. Eran otros tiempos!
Lo que quiero señalar es que a lo largo de los años puedo dar fe de que en veintitantos años residiendo en Gran Bretaña y codeándome con personas de diferentes clases sociales y grupos étnicos, solamente en una ocasión, y no en Londres, he sido objeto de lo que pudiera considerarse como un insulto racista, solo o en compañía de mi familia. Y esto en un país donde los crímenes racistas han sido lamentablemente célebres en las últimas décadas y hasta el presente.
A pesar de los esfuerzos que hacen las autoridades e instituciones británicas de buena voluntad en contra de conductas racistas o manifestaciones que inciten al odio racial, muchos nacionales persisten en definirse así mismos, en privado al menos, como racistas por instinto y dados a un taciturno sentido de la violencia.
En Cuba, en aquellos años de mediados de 1960 hasta finales de 1970, los insultos llovían vociferados desde las ‘guaguas’ cuando me veían caminar airoso por La Rampa (la conocida Calle 23 que desemboca en el malecón, en la barriada de El Vedado), cuando iba rumbo a mi trabajo: “Negroooooo … pelúuuuu …. Cortate esas pasas”.
Aunque este tipo de insulto verbal forma parte del foklore cubano que tanto nos gusta celebrar cuando lo atribuimos al cacareado “choteíto cubano”, no deja de ser políticamente incorrecto.
Y no era para menos, dado el impecable expediente que hemos tenido los cubanos como pueblo y Cuba como la nación de habla hispana más racista de la región.
Por ello considero que he sido más exótico como afro-cubano o cubano afro-descendiente en mi pais natal que en ese otro que me acogió como inmigrante y donde la confraternización y mezcla racial, sigue siendo limitada, debido a la naturaleza y estructura social de este país.
Recuerdo ahora que aquel primer impacto al ingresar a este país una mañana fría-fría de enero de 1981 fue de otra indole, tal y como lo reflejé en un capitulo del mencionado Diario en Babilonia, titulado SI NO HUBIERAN EXISTIDO LOS BLANCOS…
Todo comenzó así … He aqui un fragmento:
“Cuando llegó mi turno en la aduana del aeropuerto internacional de Gatwick, una mujer rubia de verdad, mediotiempo y con ningún interés de pretender ser simpática en su departamento de atención a los aliens o extranjeros, examinó meticulosamente mi pasaporte arcando sus espesas cejas y mirándome fríamente para corroborar si el de la foto era yo mismo. Inspeccionó la visa, por supuesto, instruyó a su computadora con alguna clave que indicaría mi procedencia de un «país comunista», pero pienso que le habrá respondido: «todo en orden» y al no encontrar obstáculo para dejarme pasar me soltó un «¿Y ustedes pueden viajar con ésto?» «Ustedes», son los cubanos, sin lugar a dudas y «ésto», mi pasaporte ordinario cuyo, también ordinario color gris, a decir verdad, no ayudaba mucho, siendo Cuba un país soleado casi los 365 días del año y rodeado de un verdeazulísimo mar. Yo también hubiera pensado que mi pasaporte debería ser de color magenta, ámbar, turquesa. Ella tenía razón. Pero…¿se trataba realmente de ese detalle o de las implicaciones que traía consigo esa connotación? No valía la pena en ese preciso momento responderle como yo me imaginaba que se merecía. Todavía no estaba entrenado para responder a las ironías de los británicos. Eso necesitaría un fuerte y constante entrenamiento in situ, que implicaba, desde luego, conocer su cultura. «¡Desde luego que sirve para viajar, Señora!», le dije suavemente acompañando aquella afirmación con la mejor de mis sonrisas prefabricadas. Me devolvió el pasaporte luego de estampar un cuño estipulado, a la vez que me indicaba algunos reglamentos formales que debía cumplir durante las próximas setenta y dos horas ante la Comisaría de Policía más cercana al domicilio donde iba a residir. Al salir del recinto climatizado del aeropuerto me enfrenté por primera vez en mi vida a un aire acondicionado natural que rondada los cuatro grados centígrados bajo cero. Mi tropicalizado safari de mangas largas y el jersey de lana por encima de la camisa fueron reducidos inmediatamente al ridículo.”
No es sólo que Londres haya cambiado considerablemente desde mi primera visita veintitantos años atrás, sino además que la he visto adaptarse y ponerse a tono con los tiempos, con buen ritmo, a pesar de la atribulada época que nos ha tocado vivir aqui precisamente.
Con el tiempo, yo también comencé a respetar el comportamiento de esta inmensa, acogedora, y andable ciudad bordada de hermosos parques y jardines.
Creo además que también haya contribuido modestamente a que la cultura cubana ya no sea invisible o simplemente una manifestación esporádica y exótica.
Con unos dos mil nacionales, más o menos, llegados durante los últimos 25 años a Gran Bretaña, la presencia cubana se siente, de una manera o de otra, tanto en la danza, el teatro, las artes plásticas, el cine como en la literatura y omnipresente música en todas sus variantes.
De aquella rara avis que era a principios de la década de 1980, hoy día Cuba y su cultura, se han convertido en manjares consumibles y cotizados ya sea en esta sólida capital como en otras ciudades del país.
Aqui el producto Cuba se disfruta sin agravios, prejuicios u obstinada hostilidad; y ha sido precisamente la cultura cubana, entre otros ingredientes, el mejor catalizador contra los malos agüeros. Por supuesto, la música cubana ha sido el mejor bálsamo y por suerte, protagonizada por sus mejores exponentes, los cubanos afrodescendientes.
Aprovechando las bondades del cambio climático y aproximadamente alrededor del solsticio de verano, anualmente se celebran múltiples festivales a todo lo largo y ancho de esta otra isla del Atlántico Norte y que comienzan a languidecer tan pronto el clima te avisa alrededor de septiembre que la estación veraniega ha tocado a su fin, los dias comienzan a ser más cortos, oscurece más temprano y la expresión del rostro y la indumentaria se otoñan.
Pero mientras brilla el sol, tienen lugar varios festivales a lo largo y ancho del Reino Unido. Uno de los primeros es el Carnaval de Cuba, a principios del mes de Junio, en el Southbank (complejo cultural a orillas del Támesis). Luego le sigue el de Brasil y más adelante el más consolidado y colorido carnaval Caribeño de Notting Hill.
En junio 2006 el grupo musical Sur Caribe, del músico santiaguero Ricardo Leyva trajo para la ocasión la popular Añoranza por la Conga, con el respaldo musical de la famosa Conga de Hoyos, de la popular barriada del mismo nombre en la siempre caliente Santiago de Cuba. Esta pieza musical de 4 minutos, logró tal euforia en Cuba durante 2005, que obtuvo the Song of the Year Award, established for the 10th international festival of CUBADISCO.
Añoranza por la Conga cuenta esta simple historia en la voz de Leyva contrapunteado por un coro de tres o cuatro voces:
Micaela se fue pa´otra tierra buscando caminos,
que por buenos o malos quién sabe le impuso el destino.
Sólo vive llorando, sufriendo y pensando en su vino,
que no es vino, señor; ni aguardiente, señor;
es la conga, señor, santiaguera.
A la pobre muchacha,
Nada la contenta solamente piensa
y solo la atormenta el dolor,
dicen que se muere, dicen que ella quiere,
lo que ella no tiene,
que es arrollar, Chagó, sola con los Hoyos.
(…)
A todas luces resulta contradictorio el hecho de que para muchos cubanos en Europa no sea urgente recrear la nostalgia a través de lo imaginario. Cuando Leyva y Sur Caribe lanzaron los primeros acordes de la famosa flauta china que caracteriza a la conga santiaguera, aquella tarde en el South Bank de Londres, los cubanos y los no cubanos, hombres y mujeres por igual, compartieron de una manera casi infinita. La música resultó ser lamejor terapia orgánica para todas las dolencias, habidas y por haber.
Es así que, mientras la buena música bailable cubana aqui es frecuente, repito que la gastronomía es todo lo contrario, porque no hay un sólo restaurante decente donde se pueda degustar auténtica cocina criolla que sea propiedad de un cubano o una cubana, como suele ocurrir en muchas ciudades de las Americas o Europa continental, aunque Londres posea una amplia variedad de clubes donde la otra “salsa cubana” sí es abundante y de buena calidad, y donde los británicos (Britons), hagan gala de su gusto por los ritmos cubanos.
Como había mencionado al principio, varias aerolíneas conectan varios aeropuertos del Reino Unido con La Habana, Varadero, Holguin, entre otras ciudades y balnearios de Cuba, lo cual permite que la gran mayoría de los nacionales que residen en el aqui tengan la posibilidd de viajar a Cuba con bastante facilidad si su situación migratoria es diáfana, de bona-fide.
En el caso de los no nacionales, con una visa turistica que cuesta £20 y un boleto de avión, en 10 horas se llega al archipiélago caribeño.
En este país no existe nada parecido a lo que estipula la Ley Pública 89-732, «The Cuban Adjustment Act», conocida comúnmente en español como la «Ley de Ajuste Cubano», promulgada el 2 de noviembre de 1966 por el Congreso de los Estados Unidos la cual permite al Fiscal General, «a su discreción y conforme a las regulaciones que él pudiera prescribir», ajustar el status inmigratorio que tenían los refugiados cubanos que se encontraban en los EE.UU. al de residentes permanentes.
Única de este tipo en el mundo, esta ley ofrece a los cubanos que llegan a los Estados Unidos por vías ilegales privilegios que no reciben candidatos a inmigrantes de otra nacionalidad. Como se ha documentado ampliamente, esta incongruente y arbitraria política aplicada por los Estados Unidos contra Cuba ha provocado, desde 1965, tres grandes oleadas migratorias: Camarioca, 1965; Mariel, en 1980, y la denominada «crisis de los balseros», en 1994.
Desde la última década del siglo pasado, Gran Bretaña y los gobiernos europeos se han vuelto más cautelosos a la hora de conceder permisos de entrada y permanencia en su territorio bajo el estatus de refugiado político, y los cubanos no son la excepción.
Más bien las nuevas legislaciones son proclives a concertar cuotas de inmigrantes. Ya el Reino Unido tiene demasiadas jaquecas causadas por la relación con sus propios ex-súbditos. La olla está tan repleta de grillos exóticos, ya sean cubanos o no, negros, blancos o amarillos, que se rumora una amnistía para los ilegales.
Cuando el cubaneo coincide ocasionalmente, aquí no se acostumbra de que un cubano le pregunta al otro o a otra cuál fue su hoja de ruta. Si acaso, una pregunta de rutina y para romper el hielo: “Y tú, ¿desde cuándo estás aquí?” o “¿Cuándo fue la última vez que estuviste en Cuba?”
Hace un cuarto de siglo solamente había en esta ciudad un puñado de artistas y gente de letras. El más célebre fue el difunto Guillermo Cabrera Infante, que falleció en 2005 –un mulato indiao, como dirían en Cuba, que no podía ser calificado sino por otra cosa como un cubanísimo personaje, aunque viviera exiliado desde 1965, en Kensington, una de las zonas aristocráticamente más cotizadas de Londres.
Con Cabrera Infante me atreví de tener una querella intelectual a raíz de la aparición de un articulo suyo sobre la situación en Cuba en el tabloide literario London Review of Books de Noviembre de 1982.
Consideré que había exagerado en su análisis, me imagino debido a los quince años que hacia no tenia contacto directo con Cuba. Yo recién llegaba a Londres sin compromisos políticos de ninguna indole, y sabía que sus virulentos comentarios estaban motivamos por una venganza a ultranza contra la política cultural del gobierno del país al cual sirvió precisamente como Attaché cultural de Bélgica. Yo había sido Asesor Literario graduado en 1962, conocía el desarrollo cultural del país desde la base, y sabía que lo que estaba afirmando Guillermito, como le decían sus amigos y conocidos contemporáneos en Cuba, no era simplemente una cuestion ideológica en blanco o negro, sino que tenía muchos y complejos matices.
Cuando la polémica a la cual me refiero, hacía rato que Guillermo Cabrera Infante era G.CAIN y yo Pedro Pérez, aunque no un Pedro Pérez cualquiera, pues con mi segundo apellido, Sarduy, ya había obtenido dos premios literarios en concursos de poesia, uno a nivel continental en Casa de la Américas, 1966 (con 22 años de edad) y otro en Julián del Casal, en 1967 (de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Además, ya había publicado en respetadas revistas y antologias de America Latina, EEUU y Europa.
La cuestión fue que le rebatí en mi derecho a réplica su categóricas afirmaciones sobre varios temas. Primero que la cultura se había largado de Cuba por el hecho de que algunos artistas y escritores habían desertado; luego un debate alrededor del tristemente célebre Caso [Heberto] Padilla y también la polémica alrededor de un libro de poemas de Armando Valladares, titulado From my Wheelchair. En ninguno de estos casos, Cabrera Infante fue testigo como yo, pues el no estaba en Cuba y yo sí.
No pretendo disgregar más respecto. Solamente quería ubicar la anécdota en su tiempo y espacio y señalar que el hecho en sí contribuyó a que me abriera paso en el mundo literario y mediático, pues ya trabajaba para el Servicio Latinoamericano de la BBC de Londres.
Como cubría espacios culturales para la emisora hacia el exterior, tenía acceso a diversos eventos que nunca antes habían figurado entre mis prioridades –desde ferias y festivales internacionales de autos, quesos, vinos, modas, cines hasta entrevistar a escritores hispanoamericanos cuyas obras se habrían traducido al inglés o visitaban Londres por una razón u otra.
Ya había participado en the First International Book Fair of Radical Black and Third World Books en 1982 y mi lectura apareció en un Album/Cassette compilado en el marco del Festival Internacional de Poesía donde participaron eminentes escritores y poetas, principalmente de la diaspora africana.
A partir de entonces seguí tomando parte en este tipo de eventos literarios internacionales. Las publicaciones de mis escritos se multiplicaron. Al mismo tiempo seguía trabajando para la BBC de Londres y confrontando los conflictos de intereses y laborales inherentes al hecho de insistir en ser un escritor y a la vez ejercer mi profesión en los medios informativos. Esta pugna es clásica, no es nada personal. No importa si los medios informativos están en manos privadas o del estado.
En marzo de 1985, participé en un encuentro internacional de poesía en el Schomburg Center for Research in Black Culture, en Harlem, New York en el cual tomaron parte los poetas Tato Laviera, de Puerto Rico y Quincy Troupe, de EEUU junto a la cubana Nancy Morejón. A mediados de octubre de 1988 participo en the Second Caribbean Peoples International Bookfair and Bookfair Festival, que tuvo lugar en Trinidad & Tobago, en el Caribe Oriental, donde leí mis poemas. Fue una fiesta literaria muy estimulane en el orden intelectual. Una vez más, mi inserción en esos círculos como escritor cubano y caribeño afrodescendiente se profundizaba con lo cual me ratificaba que no era un capricho el darle voz y sentido a legado de mis ancestros.
Poemas, cuentos, y artículos míos continuaron apareciendo en prestigiosas revistas y antologias de diferentes países, por ejemplo, en un número de ese año de 1988, la revista The Black Scholar, publicó un número especial, editado por la conocida poeta African American Jane Cortez en la cual coincidieron un grupo de poetas afrodescendientes, en el cual estaba incluido. En 1989 obtuve una beca como Escritor en Residencia en Columbia University en New York.
Toda esta actividad literaria me permitó conocer a muchos poetas escritores y artistas, African Americans, hispanoamericanos, europeos, asiáticos, africanos o de origen caribeño residentes o nacidos tanto en GB como en ultramar. Pero también los conflictos con mi centro de trabajo indudablemente habían empeorado. O me didicaba al periodismo o a la literatura. Traté de portarme bien, pero solamente por unos años.
A mediados de 1994 y luego de 13 formidables años, dejé la BBC y de hecho el periodismo activo que había comenzado en 1963 cuando colaboraba para el periodico Alma Mater, organo oficial de la Universidad de La Habana, donde estaba estudiando. Un compacto total de 30 años en el sector.
Por eso fue que sin vacilación escogí la segunda opción y me dediqué al mundo literario, y colateralmente a la consultoría en la esfera cultural enfocada en Cuba y le dediqué más tiempo al mundo académico. Obtuve becas en varias universidades norteamericanas y caribeñas y continué viajando y trabajando con estudiantes en Europa, Norteamérica y el Caribe, a la vez que mis vinculos en estas esferas se estrechaban en su relación con Cuba.
Por ejemplo en 1998 impartí un seminario de una semana para 120 estudiantes españoles titulado “A Taste of the Wider Caribbean”. Las clases fueron en la solemne Aula Miguel de Unamuno, Edificio Histórico, de la vetusta Universidad de Salamanca. Las visitas a otras universidades españolas se sucedieron.
Al otro extremo del Atlántico, me veía al frente de un grupo de estudiantes graduados en Sociología, de New York University en una gira academica de 3 semanas a todo lo largo y ancho de Cuba; o en la Universidad de Rio Piedras, en San Juan, Puerto Rico, con otra beca del programa Caribbean 2000.
Toda esta actividad, de la cual menciono algunas ejemplos, no solo se ha mantenido sino que se ha incrementado al cabo de los años. En el otoño 2004 tuve un un Charles McGill Visiting Fellowship en International Studies, en Trinity College, de Hartford CT y durante el curso 2006-07 enseñé un curso sobre mi novela, Las Criadas de La Habana, en London Metropolitan University, y soy Associate Fellow del Caribbean Studies Center de esa institución académica.
Recientemente mis trabajos aparecieron en la última edición de 2005 de The Oxford Book of Caribbean Verse, una exhaustiva colección poética exhaustivamente compilada por los poetas y críticos Stewart Brown y Mark McWatt. En junio de 2006 ofrecí un recital de poesía en el marco de un Friday Late Cuba, en el Victoria & Albert Museum, London; una de esas actividades culturales del verano en Gran Bretaña.
Mirando atrás, hoy siento satisfacción al verme injertado en un mundo intelectual y en consecuencia académico lejos de mi país natal, e iniciado ya en plena adultez por lo que no me imaginaba que en pocos años pudiera ser uno más entre ellos.
Resultó, pues, que el exotismo no era solamente por mi configuración étnica y ciudadana, sino porque en aquellos años iniciales de mi llegada, todo lo que no fuera inglés era exótico per se y a menudo repelido hasta con violencia.
Es por eso que tengo el privilegio que como cubano afro-descendiente, haya podido ser testigo de esos cambios y hasta haya aportado mi grano de arena y transmitirle mi experiencia a mis alumnos, tanto en mis giras académicas por el extranjero como a mis regulares .
Por ejemplo, la mayoría de mis alumnos en London Metropolitan University son Black British, nacidos y criados en este país en el período a partir de mi llegada en 1981.
Muchos han viajado y estudiado o estudian el tema de Cuba y/o cursan su año en el exterior en la otra isla. Esta experiencia era completamente inédita en aquellos años y me siento parte de ella, al igual que con la de otros estudiantes en EEUU, Europa o el mismo Caribe.
Sin embargo, me resulta curioso, confrontando mi propia experiencia, escuchar de su propia voz cómo estos jóvenes británicos de origen africano, caribeño o asiático confrontan una fuerte crisis de identidad, porque se sienten marginados, en la mayoría de los casos. Y tienen toda su razón, pues en la escuela no les enseñan sus orígenes. Recién comienza a ser tópico de debate en la enseñanza pública de Gran Bretaña la forma en que debe incluirse estudios relacionados con las realidades del alumnado debido a que la conformación étnica y cultural de este país ha cambiado drásticamente desde mi llegada hace poco más de 25 años.
Aún así, esto no ocurre con los cubanos, ya sean o no afro-descendientes. La gran mayoría de nosotros no ha nacido en este país. Carecemos de ese conflicto de identidad para con este país y porque sabemos que en primera instancia y aunque poseamos una ciudadanía británica, sencillamente no somos ni pretendemos ser británicos, aparte de que el inglés no es nuestra lengua madre, aunque la dominemos.
Finalmente, considero que mantener el contacto directo y constante con Cuba es fundamental. El consabido ‘recargar las pilas’ en viajes transatlánticos, en mi caso no es simplemente una metáfora turística, y para muchos de los demás cubanos y cubanas residentes en este país tampoco.
Como cubano de pura cepa, y también como afro-descendiente me resulta de gran alivio no tener que luchar contra ese fantasma de la identidad, porque no estoy propenso a la asimilación, a la destrucción de esa identidad como tal. Las desavenencias politizadas, cualesquiera que pudieran existir pueden ser negociables, pero no mi identidad cultural, la que además forma parte íntegral de la gran diáspora africana.
Pedro Perez-Sarduy
Londres, 2008
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