
Decirse feminista antirracista o interseccional no es un título del que presumir, es una práctica política. Implica revisarse constantemente, cierta incomodidad fructífera y una renuncia al la comodidad del privilegio. Para muchas mujeres blancas, especialmente en contextos europeos y latinoamericanos, abrazar un feminismo antirracista requiere algo más que leer a Angela Davis o compartir un post en Instagram el día 8 de marzo.
Estas son 6 preguntas que no buscan culpabilizar a nadie, sino invitar a que os reviséis de una manera honesta:
1. ¿A quién estás escuchando… y a quién estás ignorando?
¿Tus referentes feministas siguen siendo en su mayoría blancas, europeas o estadounidenses? ¿Cuántas autoras afrodescendientes, indígenas, gitanas, migrantes, estás leyendo, citando o compartiendo?
Ser feminista antirracista implica descentrar el relato blanco como universal. No basta con incluir una voz negra “de vez en cuando”. Hay que preguntarse: ¿quiénes están construyendo mi mirada política?
2. ¿Has ocupado espacios que no te correspondían?
¿Te han invitado a hablar de racismo en nombre del “feminismo interseccional”? ¿Has aceptado becas, visibilidad o puestos pensados para cuerpos racializados? ¿Has participado en proyectos que decían ser “diversos” donde tú eras la más “exótica”?
A veces, el blanqueamiento institucional del feminismo se disfraza de inclusión. La verdadera práctica antirracista pasa por ceder espacios, recursos y visibilidad a quienes históricamente han sido silenciadas.
3. ¿Qué haces cuando una mujer racializada te señala el racismo?
¿Lo tomas como una oportunidad para aprender… o te pones a la defensiva? ¿Te justificas? ¿Te incomoda más “parecer racista” que el racismo en sí? ¿Has dicho alguna vez “pero yo no lo hice con mala intención”?
Practicar el antirracismo implica escuchar con humildad, no con culpa. Si cada señalamiento se convierte en un conflicto personal, quizás el ego está ocupando demasiado espacio en tu feminismo.
4. ¿Asumes que todas las mujeres compartimos la misma lucha?
El “todas somos mujeres” ha servido muchas veces para borrar las experiencias específicas de mujeres negras, gitanas, musulmanas, indígenas, migrantes. ¿Hablas de violencia sin considerar la violencia policial? ¿De maternidad sin hablar de la esterilización forzada? ¿De precariedad sin nombrar el racismo estructural?
El feminismo antirracista no homogeniza. Reconoce que no todas habitamos el mundo de la misma manera. Y que hay jerarquías dentro del género.
5. ¿Estás dispuesta a perder privilegios?
No solo hay que “visibilizar el racismo”. Hay que renunciar a ciertas comodidades: ser siempre la voz escuchada, la más leída, la más contratada, la que marca la agenda.
El feminismo antirracista cuestiona los privilegios, no solo los ajenos. Y eso duele. Porque implica ceder lugar, poder, dinero, protagonismo. Y porque a veces, nos han hecho creer que “como mujeres ya hemos sufrido suficiente”.
6. ¿Te interesa el antirracismo solo cuando está de moda?
¿Solo hablas de racismo cuando hay una polémica en redes? ¿Solo citas a mujeres negras en el 25 de julio (Día de la Mujer Afrolatina y Afrocaribeña)? ¿Has usado discursos afrofeministas para ganar autoridad, sin compromiso político real?
El antirracismo no es una estética ni una moda. Es una ética. Y se practica también cuando no hay aplausos. También cuando incomoda. También cuando te deja sola.
Si de verdad quieres practicar un feminismo antirracista, tienes que preguntarte qué puedes hacer, y a quién estas dispuesta a seguir, a escuchar y a dejar espacio.
No hay feminismo posible si no es con justicia racial.
Y no hay justicia racial sin una revisión honesta de nuestras prácticas, nuestros silencios y nuestros privilegios.
Redacción Afroféminas

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