
En un mundo donde el escrutinio público es feroz y las redes sociales han amplificado el alcance de cualquier declaración desafortunada, es crucial preguntarnos cómo y a quién se le permite equivocarse. Como mujeres negras, vemos con preocupación la reacción desmedida contra Karla Sofía Gascón tras sus comentarios en Twitter de hace años que eran claramente racistas, islamófobos y homófobos. No se trata de excusar lo que ha dicho, sino de reflexionar sobre cómo las minorías son castigadas de manera desproporcionada por sus errores, mientras que otros disfrutan de inmunidad social a pesar de sus reiterados discursos racistas y homófobos.
Las personas que luchamos por los derechos sociales no deberíamos caer en las mismas dinámicas de acoso y linchamiento que criticamos en los sectores más reaccionarios de la sociedad. No podemos permitirnos el lujo de disfrutar con la caída de alguien, por muy equivocado que esté. Es fundamental condenar el racismo y la transfobia, pero también debemos preguntarnos hasta qué punto es justo que los errores de una persona se conviertan en un castigo colectivo para una comunidad entera.
Probablemente Karla Sofía siga pensando lo mismo que expresó en redes, pero en este momento, más que cebarnos con ella, deberíamos enfocarnos en la estructura que permite que estos discursos sigan proliferando. No podemos caer en la trampa de la violencia simbólica contra una sola persona cuando el problema es sistémico. Al final, se corre el riesgo de perder de vista el objetivo: la erradicación del odio y la discriminación, no la destrucción de individuos.

Si miramos a la esfera pública española, encontramos numerosos ejemplos de figuras masculinas que han hecho comentarios racistas y homófobos sin que haya habido consecuencias reales para ellos. Ahí están los casos de Salvador Sostres, un periodista conocido por sus comentarios misóginos y xenófobos, o Alfonso Ussía, quien ha usado su tribuna para denigrar a inmigrantes y personas racializadas. ¿Han sido marginados de los medios o han perdido contratos por sus palabras? En absoluto.
Más grave aún es el caso de personajes como Bertín Osborne, quien ha hecho declaraciones machistas y clasistas sin que su carrera se resienta en lo más mínimo. O de Federico Jiménez Losantos, cuyas diatribas en la radio incluyen ataques racistas, xenófobos y misóginos con total impunidad. Estos hombres, blancos y privilegiados, pueden permitirse decir lo que quieran sin temor a un linchamiento mediático ni a la condena generalizada en redes sociales. Al ver esos casos es cuando se demuestra claramente que el debate en torno a Karla Sofía ahora ya es un debate sesgado y transfobo.
El castigo brutal a las minorías
Lo que ocurre con Karla Sofía Gascón es lo que muchas mujeres negras conocemos de primera mano: se nos exige perfección. No podemos cometer errores, porque cualquier tropiezo es utilizado como una excusa para invalidarnos por completo. Cuando una persona trans o una persona racializada se equivoca, el juicio es inmediato y despiadado. Sin embargo, cuando hombres blancos cisgénero son abiertamente racistas u homófobos, su discurso se normaliza, se justifica como «opiniones personales» o simplemente se olvida con el paso del tiempo.
El caso de Karla Sofía es solo otro recordatorio de que las minorías no reciben la misma indulgencia que otros sectores de la sociedad. Mientras Woody Allen y Roman Polanski siguen siendo celebrados en ciertos círculos a pesar de las graves acusaciones en su contra, las mujeres negras y las personas trans son sometidas a una vigilancia constante. Se nos castiga no solo por nuestros errores, sino por los de cualquiera que comparta nuestras características. Es la ley no escrita de la opresión: si eres parte de una minoría, debes ser impecable, porque cualquier fallo será usado para desacreditar a toda tu comunidad.
Esto no significa que Karla Sofía Gascón no deba ser cuestionada por sus palabras. Pero la respuesta a su error no puede ser el linchamiento público ni la humillación sin sentido. Si realmente creemos en la justicia social, debemos recordar que la lucha por un mundo mejor no se basa en reproducir las mismas dinámicas de odio y exclusión que combatimos. Si buscamos un cambio real, tenemos que ser capaces de criticar sin destruir, de corregir sin arrasar, y de educar sin deshumanizar.
La lucha contra la discriminación no puede ser un simple juego de revancha. Se trata de construir un mundo más justo, no de perpetuar los mecanismos de violencia simbólica que históricamente han servido para oprimirnos. Karla Sofía tiene que rectificar, sin duda. Pero la manera en que respondamos a su pensamiento racista, dirá mucho sobre qué tipo de justicia queremos realmente para las minorías.
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