jueves, diciembre 12

Wafaa Sebbah: Ni justicia ni memoria para las víctimas racializadas de crímenes machistas


El proceso judicial contra David S.O., conocido como El Tuvi, no solo muestra la violencia extrema sufrida por una mujer de 19 años, sino también revela las carencias de nuestro sistema legal, nuestra incapacidad colectiva para combatir la violencia de género y el racismo presente en este tipo de tragedias.

Cinco años después del homicidio de Wafaa Sebbah, una joven nacida de padres migrantes marroquíes, el juicio revela no solo los terribles hechos de su sufrimiento -abuso, tormento y asesinato- sino una defensa que busca transformar lo evidente en dudoso. Los argumentos grotescos del abogado para minimizar la brutalidad incluyen comparar el fútbol con las pruebas del caso, mientras que el acusado balbucea palabras de «perdón» en las que ni siquiera él parece creer.


David S.O. conocido como El Tuvi, asesino confeso de Wafaa Sebbah

El asesinato de Wafaa no se limitó a ser un simple acto violento. Se trata de una demostración de sadismo, utilizando diversos métodos mortales para hacer durar el dolor de la jóven indefensa. Los crimen revela la presencia de una fantasía de poder: un individuo que determina que su vida, sus ansias y su dominio eran lo más importante. No obstante, la defensa intenta deshumanizar más a la víctima y restar importancia al horror con teorías sin sentido.

Este delito no sucede de forma aislada. Wafaa, una joven de origen magrebí, era hija de una familia migrante y su valía parecía no ser reconocida más allá de ser otro caso de violencia de género en las estadísticas. A pesar de estar presente, la respuesta mediática no ha sido tan enérgica como en situaciones similares con víctimas blancas. Si Wafaa hubiero sido una joven blanca de ojos azules los medios no hablarían de otra cosa.

Las palabras de Soraya Taibi, madre de Wafaa, resuenan en el juicio: «¡Ojalá la hubiera violado y dejado con vida! ¡Este monstruo la torturó, la violó y la mató!». El dolor desgarrador de una madre enfrentada a la pérdida de su hija es irrebatible, pero incluso este sufrimiento es puesto en un segundo plano cuando la defensa apela al «sufrimiento» del acusado ante la posibilidad de pasar su vida en prisión.



La manipulación emocional para suavizar el castigo de un crimen tan brutal no solo es indignante, sino una falta de respeto hacia la víctima y su familia. Equiparar el asesinato a sangre fría con las «dificultades» de una vida en prisión perpetua es un insulto que pone en evidencia la deshumanización inherente al sistema judicial hacia las víctimas racializadas. El Tuvi es, al fin y al cabo, un ho,mbre blanco.

Wafaa falleció porque no fue protegida a tiempo por nuestro sistema, y ​​ahora su memoria está siendo atacada nuevamente: minimizando la gravedad de su asesinato. La defensa afirma que «fue un homicidio involuntario», intentando cambiar los hechos para evitar la pena de prisión permanente revisable. Sin embargo, el dolor experimentado por Wafaa no fue algo fortuito, sino que fue una decisión consciente, intencionada y duradera.

Este caso también nos hace cuestionar la repercusión que tienen estos crímenes en esta sociedad racista. No se puede pasar por alto la intersección de género, raza y clase en la figura de Wafaa. ¿Se habría provocado una mayor reacción de la sociedad si la persona agredida no fuera una joven hija de migrantes? ¿Por qué continuamos tolerando que las historias de mujeres racializadas sean ignoradas por la atención de los medios y la política?

El Tuvi nos ha arrojado a la cara no solo el asesinato de Wafaa, sino también la incapacidad de esta sociedad de valorar todas las vidas de forma equitativa. este terrible caso es un recordatorio de que la justicia debe ser contundente ante crímenes tan graves, sin ningún tipo de matices o excusas. Wafaa merece algo mejor que eso. Debe ser recordada, debe haber justicia y nunca debemos olvidar que lo que experimentó no fue simplemente una tragedia, sino un fracaso de toda la sociedad.

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