jueves, diciembre 12

Interseccionalidad: acusaciones y apropiaciones


No es de hoy que observo los ingentes esfuerzos que se hacen, sobre todo, por parte de feministas blancas, de retirar la autoría del concepto de interseccionalidad a las feministas negras. Otras veces se deslegitima a la propia teoría interseccional, imputándole un carácter limitado a la metáfora que usó Kimberlé Crenshaw cuando propuso nombrar como interseccionalidad a la articulación entre raza, género y clase en tanto ejes de subordinación que impactaban las experiencias de mujeres negras estadounidenses.

Una de las formas de desacreditar el pionerismo de las feministas negras al acuñar la interseccionalidad en los años 90 en Estados Unidos,  – (concepto este que las feministas negras no recogieron en un árbol, sino que fue fruto de la lucha ininterrumpida de mujeres negras en movimientos sociales como el Combahee River Collective)- ha sido aludiendo que sus premisas ya estaban presentes en una supuesta “teoría de la consustancialidad” propuesta en Francia. Específicamente la conocida socióloga Helena Hirata, publicó un artículo en 2014 apoyando este argumento.

En el mencionado texto, que cuenta con al menos 118 citaciones registradas por Scielo, Hirata afirma que: “La idea de articular las relaciones sociales de sexo y clase fue propuesta en Francia desde finales de los años 1970 por Danièle Kergoat (1978), quien quería “comprender de manera no mecánica las prácticas sociales de hombres y mujeres frente a la división social del trabajo en su triple dimensión: clase, género y origen (Norte/Sur)” (Revista Tempo Social, revista de sociología de la USP, v. 26, n. 1, p.65, traducción libre del original)”. 



Le diría a Helena Hirata que su afirmación es además de equivocada, bastante ignorante de la trayectoria del propio concepto de interseccionalidad. Antes de que una francesa se propusiera comprender prácticas sociales considerando dimensiones de género, raza y origen, Sojourner Truth se levantó en la Convención de Ohio en 1851 para proponer una articulación entre género, raza y clase capaz de denunciar la desigualdad de que eran objeto las mujeres negras.

Helena Hirata podrá decirme que el discurso de Sojourner Truth no es propiamente un concepto, no fue enunciado con el “lenguaje de la academia”, a lo que respondería que fue justamente ese discurso, junto con el trabajo posterior del Combahee River Collective que se materializó en un manifiesto, uno de los principales subsidios  para la posterior enunciación de la interseccionalidad en el lenguaje de la academia. Desconocer esa genealogía, intentar borrarla es mal intencionado y anticientífico, para decir lo mínimo. 


Kimberlé Crenshaw
Kimberlé Crenshaw.

Interseccionalidad como metáfora

Hay otra crítica que se le imputa a Kimberlé Crenshaw y es el uso de la palabra intersección, proveniente de la geometría y que, al ser desplazada para el campo de los debates feministas negros, supuestamente tendría como consecuencia, una visión esquematizada, mecánica de los ejes de subordinación “raza, clase y género”. En este sentido invitaría a las apoyadoras de este argumento a recordar que una metáfora es una figura de lenguaje que se propone ilustrar, que carga en sí un sentido figurado y no una verdad en sentido literal. Léase interseccionalidad como una metáfora que no presupone un sentido idéntico al que se establece en la geometría. Ahora, lo que me llama la atención en estas acusaciones y apropiaciones, es que al menos yo nunca vi tantos esfuerzos, por ejemplo, para negar la autoría del concepto de performatividad de género a Judith Butler. Esta última sufre de incontables críticas, algunas bastante ignorantes que atribuyen a la autora una desconsideración de la materialidad del cuerpo en su teoría de género performativo; crítica ésta que cae por tierra cuando se leen tanto “El género en disputa” como “Deshaciendo el género”. 

Jennifer C. Nash, en su libro Black Feminist reimagined after intersectionality”, relata el caso de un texto polémico del periodista Andrew Sullivan, en contra de la interseccionalidad, que fue publicado en el New York Times. Sullivan describe la interseccionalidad como «la última moda académica que arrasa la academia estadounidense» y la compara con una «religión» que produce una peligrosa «ortodoxia a través de la cual se explica toda la experiencia humana y a través de la cual se debe filtrar todo discurso». Concuerdo con la respuesta de Jennifer C. Nash a la crítica de Sullivan, al afirmar que “en cierto modo, no sorprende que un término arraigado en la producción intelectual de las mujeres negras se considere un espacio peligroso de exceso político, porque es así precisamente cómo se representaban las presencias de los cuerpos de las mujeres negras” (Nash, 2019, p. 2, traducción libre del original). 

Reitero, nunca vi de forma tan insistente , tantos esfuerzos por distorsionar una contribución teórico-política como la que observo que se despliega contra feministas negras. ¿Por qué será? Yo tengo mis propias conclusiones, pero prefiero que cada persona llegue a las suyas. 


Yarlenis M. Malfrán

Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.



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