El 7 de julio, un cayuco con 152 personas llegó a El Hierro durante la madrugada, alcanzando el muelle de La Restinga sin ayuda a la 1:20. Trágicamente, entre los sobrevivientes se encontraba el cuerpo sin vida de una mujer. Siete migrantes, incluida la hija de la mujer fallecida, fueron trasladados urgentemente al hospital debido a su precario estado de salud. Pero el dolor se iba a unir a la sesidia inhumana e iba a ser mucho mayor.
Al día siguiente, los servicios de limpieza rutinarios del puerto descubrieron más en el cayuco semihundido: el cuerpo sin vida de un hombre. Las autoridades se excusan con que estos cayucos son grandes y profundos, y el cuerpo estaba en el fondo, enredado en una red, casi invisible bajo el agua contaminada con combustible y enseres.
El lunes siguiente, el hombre fue enterrado en el cementerio de El Pinar con un simple código en su lápida: Z-147. Ese mismo día, también se enterró a la mujer fallecida en el cayuco, mientras que otro hombre fallecido el día anterior descansa en el mismo cementerio. A diferencia de muchos otros, estos migrantes fueron identificados antes de ser enterrados, una práctica que sigue siendo común en El Hierro.
Desde el movimiento Noviolentas Acción, se denuncia este evento como una atrocidad que subraya el racismo institucional y estructural. La espera de 48 horas para descubrir el cadáver es visto como un ejemplo más de la deshumanización estructural que percibe la migración como una amenaza en lugar de un derecho humano fundamental.
En lo que va del año, El Hierro ha enterrado a 17 migrantes que llegaron sin vida a la isla, aunque los que perecen en la travesía del Atlántico ya suman miles. AGENCIAS
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