Voy a hablarles de un concepto al cual llegué a escribir después de muchos años, investigando en Brasil, en las Casas de Santo, en los Candombles de Brasil, que han sido señalados y son de hecho uno de los lugares donde tenemos las mujeres afrodescendientes mucho que mirar. El barracón fue la solución habitacional impuesta en este continente para millones de seres humanos, después de ser secuestrados y trasladados forzosamente desde sus diferentes lugares de origen en África. En ese espacio oprobioso, pequeño, insalubre, millones de hombres, mujeres, niños y niñas fueron privados de todos los derechos que todas las sociedades humanas reconocen a sus miembros. Uno de ellos, sagrado, el derecho de convivir con los parientes biológicos, con lo que entendemos como familia o grupo de parentesco. Sin intimidad, sin derechos reproductivos, sin la tribu, sin el grupo familiar, con una alta mortalidad y canceladas todas las prerrogativas que cada sociedad otorga a sus integrantes. El barracón, ese espacio que va a constituirse en pieza fundamental del sistema esclavista, se construye como un espacio que consolidaría el proceso de deshumanización al que fueron sometidos los y las esclavizadas, que también eran niños y niñas.
Que generaciones de hombres, mujeres, niños y niñas agotados por el trabajo extenuante, aterrorizados por los castigos más extremos, físicamente quebrantados por la insuficiencia de los alimentos y además privados de muchos de los afectos familiares que nos introducen en la dimensión afectiva de la vida humana, vivieran en estas condiciones, acabaría por transformarles en meras herramientas de trabajo. Es en este espacio donde quedaron suprimidas las jerarquías de género. Los hombres y las mujeres son iguales en su infortunio como esclavizados. Los hombres esclavizados no pueden ofrecer ningún tipo de protección a las mujeres ni a sus hijos, que ahora son un subproducto de la esclavitud. El amo determina caprichosa y psicopáticamente qué ocurrirá con todos los cuerpos. Algunos hombres esclavizados serán castrados. Otros se verán privados para siempre de la posibilidad de tener una compañera sexual, dado que las mujeres son durante mucho tiempo un bien muy escaso, no superando en ocasiones el 10% de las dotaciones y en otros se utilizará algunos hombres para reproducir biológicamente al grupo. De esas mujeres escasas, el amo se reserva el derecho de uso sexual de las que estime oportuno, ya que les pertenecen por contrato de compraventa y por lo tanto son parte de su propiedad.
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Las mujeres no pueden ejercer la sexualidad de manera autónoma, tampoco pueden ejercitar la maternidad segura, ya que en cualquier momento el bebé puede ser vendido o puede morir porque la leche materna, que también es un subproducto de la esclavitud, está contratada para alimentar a los hijos del amo o alquilada a otras familias que necesitan leche materna para sus hijos. Es muy importante explicar todo este contexto para que adquiera la dimensión, la potencia y la extraordinaria relevancia que merece el hecho de que en estas condiciones se hayan generado las bases de lo que serán en el futuro las culturas afrodescendientes. Aprendizajes extraordinarios generados en un contexto donde la vida humana se vio reducida a su mínima expresión, donde todo tuvo que ser negociado, creado e inventado, incluso lo que llamamos familia y la maternidad. Un legado que alimenta hasta el presente lo que llamamos culturas afrodiaspóricas, sin las cuales no se puede comprender lo que es hoy este continente y cada una de las sociedades que tuvo esa matriz esclavista.
El papel que jugaron las mujeres negras en ese contexto ha sido minimizado por la presentación histórica de la esclavitud en los términos masculinos, como una cuestión de hombres negros esclavizados. Esta es la narrativa del poder colonial sobre lo que fue la esclavitud. En todos los libros de textos que he tenido la oportunidad de analizar, y son muchos, créanme, la esclavitud se representa con una imagen, un hombre negro encadenado o siendo castigado. Las mujeres y los niños y las niñas esclavizados de repente desaparecen del espacio esclavista. No puedo, en honor al tiempo, profundizar ahora en este asunto, pero es de gran relevancia.
Acuñé el término feminismo de Barracón para referirme a las condiciones en que las mujeres negras, nuestras ancestras, comenzaron a trazar sus caminos de liberación. Liberación que pasó por la comprensión profunda de la opresión de la violencia masculina. Mujeres que no fueron protegidas ni por los hombres blancos, sus dueños, ni por los hombres negros esclavizados como ellas. Entendieron que ni las prerrogativas entregadas a los hombres en sus sociedades de origen, ni las que disfrutaban los hombres blancos, podrían ser las bases de un nuevo modelo de comunidad. De modo que una de las primeras lecciones es ésta, la protección y la seguridad de las mujeres no puede estar en manos de los hombres. Mujeres que entendieron probablemente antes que los hombres negros y que los hombres y mujeres blancas también la insuficiencia de los vínculos de sangre, la insuficiencia de los vínculos biológicos en la construcción de esta nueva comunidad.
Es decir, hay que abrirse a los otros, porque con la sangre no es suficiente. Otra lección muy importante y también un concepto de maternidad que no colma la relación biológica madre hijo o hija, porque es también insuficiente para la supervivencia en un espacio, en un contexto donde la única manera de que algunos bebés sobrevivan es esa maternidad asociada, mancomunada, la única alternativa de transitar este mundo de privación y muerte que les tocó vivir. Amamantar, cuidar, criar es una tarea mancomunada para que algunos bebés sobrevivan. Mujeres que se enfrentaron a la circunstancia emocional extrema de alimentar a niños blancos con su leche materna mientras sus hijos biológicos morían por la falta de ese mismo alimento, pasaron por una experiencia que las mujeres blancas no vivieron. Y por eso ni nuestras prioridades, ni nuestra experiencia puede ser la misma. Venimos de otro lugar, venimos de ese barracón donde para sobrevivir tuvimos que incluso trascender a los instintos supuestamente atribuidos a las mujeres. Me he preguntado muchas veces cómo estas mujeres negras amamantaron a esos niños blancos escuchando al salir de los barracones los gritos de sus bebés que no tenían alimento. He buscado esa respuesta mucho tiempo y me ha llegado de otro lugar con la pregunta ¿acaso esto también no es un niño?
Recuperar el cuerpo comprado, volver a tener la autonomía y la soberanía del cuerpo, ser reconocida como humana, esa era la cuestión y no una habitación propia. En este proceso, las mujeres se adelantaron a los hombres en la compra de la libertad propia y también del cuerpo de sus hijos, llegando en mayor número a litigar ante un sistema que había decretado que no eran humanas, tomando la responsabilidad de salir de ese espacio comunitario forzoso a otro espacio también comunitario, pero liberado de todas las opresiones de todas las instituciones patriarcales que nada podrían ofrecerle, incluido el matrimonio, una institución sin ninguna utilidad para ellas. En el caso de Brasil, fueron mujeres negras sacerdotisas del Candomblé, las grandes yalorichas, las primeras propietarias de terrenos que fueron destinados al culto, a los orishas, a los ancestros y en los cuales las comunidades afrodescendientes comenzaron a organizarse y comenzaron a disfrutar de espacios seguros, espacios políticos, donde negociar de otro modo las relaciones.
La familia de Santo reconstruyó espiritualmente esos linajes africanos perdidos y proveyó otro árbol genealógico en el cual la sangre es irrelevante. Por eso, sin la dimensión religiosa, no se puede comprender tampoco este espacio. Estas grandes hiyalorixás no solo serán figuras prominentes de estos espacios comandados por ellas, donde también supieron acoger y respetar a hombres que no tenían nada material que ofrecerles ni ninguna protección que otorgarles.
Fue allí donde los hombres negros, vilipendiados por el poder patriarcal dominante, encontraron acogida madres de infinidad de hijos, una maternidad espiritual, afectiva y política que no está acotada a la intimidad familiar, sino que expresa la posibilidad de vínculos más allá de lo biológico, el poder del ache, de la señoridad, la posibilidad de articular una comunidad sin violencia y sin jerarquías de género.
Al feminismo blanco, burgués, académico que no ha tenido, al parecer, noticia de todo esto y que plantea como objetivos alcanzar experiencias que ya hemos vivido, les digo afro amorosamente que si está dispuesto a escuchar y aprender, quizá pueda ahorrar bastante tiempo. A las mujeres negras, a las feministas de barracón, les digo que pueden sentirse muy orgullosas de su legado. Mujeres como Inés Joaquín Adacosta, tía Inés, Lydia Alves da Silva, Maile Lydia, María das Dores da Silva, Elizabeth de Francia Fejera, Amalia Rocha, María Lourdes da Silva, Badía, Donna Santa de Maracatu, Donna Chila, Paraíso de Nacimiento, My Chila, María Escolástica da Concepción Nazaré, conocida como Mai Minininha do Gantoá o Mai Estela de Ochosi. Una de las grandes y últimas iyalorishas fallecida en 2018, entre muchas otras, son espejos propios en los que podemos
mirarnos seguras.
Tenemos una herencia extraordinaria de mujeres que supieron entender no solo su mundo, sino el mundo en el que nosotras viviríamos y nos dejaron mapas indicándonos no solo los caminos que transitaron, sino también y todavía más importante, dejándonos señales en caminos que no llevan a ninguna parte. Mujeres como estas están presentes en nuestros caminos de liberación.
Aida Bueno Sarduy
Doctora en Antropología Social y Cultural “Cum Laude” por la Universidad Complutense de Madrid.
Tesis doctoral sobre el liderazgo de las mujeres sacerdotisas en el Xangô de Recife. Ha realizado investigaciones en Cuba y Brasil sobre las religiones de origen africano desde la perspectiva de género y la teoría y la crítica afrofeminista.
Especialización en las culturas de la diáspora africana en América Latina (Centro de Estudios Afroasiáticos, UCAM, Río de Janeiro, Brasil).
Investiga en la actualidad los procesos de compraventa de las mujeres esclavizadas, cartas de libertad y Acciones de libertad (finales del siglo XVII y XIX, en Pernambuco, Brasil).
Ha trabajado como Global Professor en New York University, Boston University, Middlebury College, Stanford y Hamilton College en Madrid (1999-2023).
Es realizadora de cine documental: «1939 Días» (2015), «Guillermina» (
Es teórica del feminismo afrocentrado, al cual aporta conceptos como “feminismo de barracón” o “tara colonial”.
Es creadora del proyecto audiovisual: Referencias biográficas: afrocentrando la mirada de las mujeres negras, al cual pertenecen “Guillermina” (17’ 2019 Cuba-Brasil-España), “Joaquina de Angola” (work in progress) y Anna Borges do Sacramento (producción).
2019), «Rezadeira” (Work in progress) y «Anna Borges do Sacramento» (en desarrollo).
Fundadora de la productora audiovisual Ibirí Filmes, especializada en la realización, producción y distribución de piezas audiovisuales dirigidas por mujeres afrodescendientes y/o cuya temática sea afrocentrada. Desde Ibirí Filmes se elaboran talleres y cursos de creación artística dirigidos a creadoras afro.
Intervenciones recientes como conferenciante.
La lógica evolucionista y colonial en la narrativa audiovisual. ¿Representación o deformación de la alteridad? Insdustry Academy América Latina (Locarno Industry Academy Internacional) 4ta edición, Chile.
Seminario “El Público del futuro”. FICUNAM (México) 11 Edición. Conferencia de apertura: “Acuerparnos, darnos voz fuera del centro”.
Directora del Laboratorio de creación artística para Mujeres Afro (2020-2022) de Mujeres Afro en Escena.
Co-curadora de la muestra de cine cubano de no ficción contemporáneo, para el festival MiradasDoc, Isla de Isora, Tenerife, febrero de 2023.
CumbreAfro. Universidad de Puerto Rico, Rio Piedras (marzo 2023).
Conferencia: “Ataviada para la huida: Joaquina de Angola”.
Especialización en Prácticas Artísticas Textiles (EPATC), UNA, Argentina (14 abril de 2023).
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