martes, octubre 15

¿Realmente nos importan las mujeres afganas?

Sajjad Hussain via Getty Images

Ante la creciente islamofobia a raíz de los últimos acontecimientos en Afganistán es obligatorio reflexionar sobre algunas cuestiones.

El cuerpo de la mujer musulmana se ha convertido en las últimas décadas en el campo de batalla donde se enfrentan diferentes ideologías y políticas, donde se enfrentan, por un lado, extremistas en nombre de religión y por otro, feministas blancas eurocéntricas. La mujer musulmana se encuentra en la mitad de dos ideologías; para los extremistas, el hiyab representa toda la identidad islámica y es símbolo de autenticidad religiosa. En cambio, para las feministas mainstream, el hiyab representa la opresión de las mujeres: es un mandato patriarcal que los oprime. De hecho «el velo» de las mujeres musulmanas es ahora considerado como el marcador de la visibilidad de la islamización de la sociedad tanto en los países musulmanes como en Occidente. Esta práctica es interpretada según los neoorientalistas como el símbolo que separa entre el espacio moderno (desvelarse) y el tradicional como un espacio para (velarse).
Es decir, el cuerpo de las mujeres musulmanas encarna el lugar de tensión entre las representaciones de la modernidad y las de la anti-modernidad.

La pregunta aquí es: ¿Dónde queda el hombre en todo esto?¿Por qué son SOLO las mujeres musulmanas quien deben llevar el peso de esta visibilidad múltiple de modernidad/tradición?


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La conclusión a la que llego el feminismo occidentalocéntrico, es la concepción de que el ḥīŷāb es el símbolo fundamental del patriarcado arabo-islámico. Por tanto, aquellas mujeres que lo lleven estarían consolidando su posición de inferioridad respecto al hombre.

El colonizador ha contribuido en gran medida a la instrumentalización de la causa de las mujeres a través de este concepto del velo o hiyab. Las historias sobre la inferioridad de las sociedades musulmanas se han centrado principalmente sobre el tema de las mujeres que estaban consideradas como oprimidas y pasivas. Estas historias eran bastante útiles para el imperialismo europeo, porque en algunas partes legitimaron su conquista colonial como misión civilizadora.

El hombre occidental no solo debía llevar la civilización a estas sociedades, sino también «salvar» a las mujeres de la opresión y la decadencia impuestas por el hombre nativo. Es todavía la lógica que se sigue en nuestra época, donde George W. Bush y su esposa Laura Bush justificaron su presencia en Afganistán por salvar las mujeres del burka, y el presidente François Hollande dijo —también para justificar la intervención militar de su país en Malí— que: «Francia está en Malí para que las mujeres de Malí sean libres».

Dejad de usar el cuerpo de las mujeres para justificar vuestros planes, dejad de silenciarlas y oprimirlas, sois igual de paternalistas y opresores.


Chaimaa Boukharsa

Marroquí. Licenciada en estudios árabes e islámicos por la UGR, especialista en feminismo islámico.



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