“¡Mira, ahí viene la negra!” escuchaba y me sentaba junto a la fuente de la plaza plagada de blancos, una mirada encarnada, otra vez me azotaba el cuerpo negro, sacaba un librito: literatura africana, me salvaba otra vez. Doce menos cuarto, mi espera ya estaba caducando y la brisa fría o caliente del Nuevo Mundo movía el “pelo churrusco”, “apretado”, “malo” que reafirma en un golpe seco la identidad y el devenir de nuestras luchas contra todo ese invento histórico, político y racista que arbitrariamente ha deseado blanquearnos.
Ese invento que nace en la maldición histórica de cuando a Colón se le dio por buscar especias en tierras ajenas, para sazonar la carne desabrida de sus reyes y sus reinas y de cuando los animales irracionales, cruzaron el filo del horizonte con sus expediciones de castigo, de cuando se mutilaba comúnmente al negro, de cuando la negra era abusada bajo la sombra de las plantaciones en la colonia, de cuando la mujer negra ha tenido que ver a su niña morir y correr desconsolada a amamantar a un niño blanco, de cuando le cortaban el cabello prieto a las mujeres negras, de cuando Celia, la esclavizada negra que mató a su “amo” mientras se resistía a no ser violada, fue desprotegida por la ley bajo el amparo de que ella no era una mujer, sino una propiedad y por eso era posible que su abusador dispusiera caprichosamente de su cuerpo. Ese invento, que viene de cuando los anatomistas franceses concluyeron que Sara era un cruce entre animales y humanos, utilizando su cuerpo para legitimar la idea de que lxs africanxs tenían exceso de sexo y eran racialmente inferiores, de cuando la tía Polly ya libre, veía desde su granja diversos ataques de los antiabolicionistas, y entonces se las ingeniaba para atacar a quienes perseguían y asesinaban a lxs negrxs libertxs, de cuando la niña negra se enfrentó a turbas blancas porque era inaceptable que estudiara en una escuela de blancos. Esa invención, la raza, que aunque su génesis se ancla hace siglos sigue colándose en el ahora, cuando te dicen que el cabello negro es malo, apretado, churrusco y maluco, cuando salen productos para el cabello destinados a “mejorarlo”, cuando a pesar de que ha transcurrido el tiempo, el “pelo bueno” sigue siendo el de la blanquitud y el “pelo malo” sigue siendo el nuestro.
Esa creación, la raza, que en la colonia nos impuso la categoría de no humanxs, que jerarquiza no sólo nuestros cuerpos, sino también nuestras maneras de conocer el mundo, nuestras expresiones religiosas, culturales y todo aquello que concierne a nuestra identidad. La raza es sin duda, el elemento sin el que la colonialidad no habría sido plausible. La raza y sus jerarquizaciones raciales, piezas vitales en la justificación de la trata transatlántica, del genocidio a los pueblos originarios y en la instauración de la supremacía blanca. A ella le debemos entre tantas otras cosas la exotización de la belleza negra, nuestra no representación o nuestra representación estereotipada y cargada de prejuicios, los cánones estéticos vinculados sólo a los cuerpos blancos e incluso, el rechazo a nuestra ascendencia a través de distintas dinámicas de blanqueamiento, produciendo que la blanquitud no sea sólo lo normativo, sino también lo deseado. Reconocerse como mujer negra es un proceso contradictorio, implica dolor y sanación a la vez. Es un ejercicio desgarrador afirmarse mujer, atendiendo a que hace siglos las categorías de género no nos correspondían y que en muchas de las naciones africanas de donde provenimos, estas categorías ni siquiera existen. Del mismo modo afirmarse negra y no zulú, yoruba, tutsi o mambwe representa un duelo, es asimilar cómo se nos intentó borrar la identidad, homogeneizando las comunidades lingüísticas y culturales a las que pertenecíamos. Es una batalla reconocerse en medio de la intención constante de blanquearnos, de alisar nuestros cabellos y de aclararnos la piel. Es una lucha aceptarse negra, en una sociedad que desde niñas nos enseña que no existimos sino del modo en que la blanquitud ha intentado mostrarnos. Es un duelo construir la identidad desde el no saber, desde el no poder recabar nuestro origen particular, pero este proceso también es sanador. Es sanador encontrarnos entre nosotras, entre la diversidad que nos constituye y en las distintas resistencias que tejieron nuestrxs ancestrxs en la diáspora. Es sanador tejer redes comunitarias, vernos reflejadas en las historias de nuestras hermanas y compartir esos saberes que con tanto recelo, se han protegido de la gente blanca, ¡Qué lindo es encontrarnos y resignificarnos mujeres negras, entendiendo cómo nuestra historia y nuestro camino no sólo está cargado de amarguras, sino también de muchísima lucha y resistencia!
Betty Zambrano Zabaleta
Colombiana. Estudiante de Comunicaciòn Social y Periodismo.
Alejandra Pretel
Afrocolombiana radicada en Argentina. Estudiante de filosofía en la Universidad de Buenos Aires y estudiante de la Especialización en Estudios Afrolatinoamericanos y caribeños de CLACSO. Militante afrofeminista, lesbiana y antirracista.
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