“Malabo y Bata son dos países. En Malabo la gente tiene la mente un poco abierta. Bata, en cambio, es un pueblo grande con carreteras que sabe maltratar, por lo que si eres LGTBIQ+ y estás fuera del armario, vives la exclusión más absoluta: estás enfermo de un virus contagioso que se llama homosexualidad. Es el diagnóstico de los poderes públicos y de la población”.
En el marco de la conmemoración del 28 de junio, Día Internacional del Orgullo LGTBIQ+, entrevistamos a Gonzalo Abaha, escritor y miembro de la ejecutiva del colectivo Somos Parte del Mundo.
Tu madre fue convocada en la comunidad de vecinos hace un par de meses, por “tenencia de un hijo gay”.
No. Las cosas no empezaron así. “Hemos encontrado una fotografía en el teléfono de tu prima y en esta, abrazas a un hombre de manera inusual”. Así comenzó la reunión familiar. En aquellos momentos estábamos de luto por el fallecimiento de una prima. El entierro se produjo en el interior del país y nada más terminar, se dejaron para más adelante los actos posteriores al regreso del cementerio. El motivo, se avecinaba otra muerte inminente: la mía, por homosexualidad contraída en Malabo.
En casa, antes de mi salida del armario, pasaba mucho tiempo con los sobrinos y primos. Las personas mayores decidieron prevenir, cuando todo salió a la luz, cualquier situación de contagio de homosexualidad, así que las relaciones se construyeron en el marco de la segregación: la familia al completo a un lado y yo al otro. Yo tenía veinte años, ahora tengo veinticuatro.
¿La homosexualidad se contrae en Malabo? ¿Así se concibe en la Región Continental?
En la reunión familiar revelaron que sí. Me había ido a Malabo de vacaciones para relajarme después de un ciclo de exámenes muy duro. Así respondí a la pregunta de “a qué te fuiste a Malabo”. Me regañaron para que fuese sincero porque “relajarse” es cosa de blancos. “El estrés es cosa de blancos también”, confirmó otro familiar. En aquella época estaba en primero de universidad, en la rama de cooperación internacional y a la vez, me instruía en el Politécnico cursando el primer año de formación profesional. Y lo más grave, no conocía la tradición fang. Cuando me sentí acorralado, corrí a conversar con mamá. Y es que en la etnia fang antes de hablar con la gente joven las personas mayores ya tienen acordado un discurso. “Mamá, soy gay”, le conté. Y ella fue directa con la respuesta: “Hijo, prepárate porque te vas a morir”.
La respuesta de mi madre fue muy dura para mí. Y añadió que le diera tiempo a que asumiera mi condición sexual y mi muerte inminente. Desde aquella reunión familiar perdí la condición humana. Mamá estaba triste. Yo no le iba a dar nietas ni nietos, me recriminó. Yo es que fui sincero con ella, sabes. No tengo planes de ser padre. Quizás a largo plazo cambie de opinión, pero la paternidad me parece una responsabilidad que no me siento capaz de asumir. Y así de contundente me comporté en la reunión familiar. Les comuniqué a mis familiares que no tenía el sueño de un hombre guineano corriente, consistente en: estudiar, trabajar, casarse, reproducirse, dejar crecer la panza y morirse. La familia tomó una decisión sobre mi vida. A partir de entonces no tendría derecho a hablar porque había perdido la condición humana, ya era fám é mina, un ser que no razona. Mi salida forzada del armario lo cambió todo.
Tu salida forzada del armario lo cambió todo… ¿Qué otras cosas cambiaron además de lo enumerado?
La familia decidió mantenerme incomunicado. Lo primero que se apartó de mí fue el teléfono móvil. Una hermana de mi madre propuso que me llevaran a un curandero residente en Gabón. De residencia creo que me cambiaron en multitud de ocasiones hasta convivir con la sección familiar más dura. La decisión definitiva llegó. Habría que llevarme a un profeta potente, una curandería legendaria, algo que me salvara de la muerte que, para ellos, era inminente. En la primera curandería, ingresado, me hicieron tomar bastante sal y aceite. Apenas podía tragar. En las mañanas, desde la cama, me llegaba el discurso: “estás enfermo, a punto de morirte, solo Dios y los antepasados fang te pueden curar”.
El aceite de unción de enfermos, el que conoces, me mandaban utilizarlo como leche corporal. En las curanderías, el aceite y la sal no solo se utilizan como agua de beber, también como lavativa. En un recipiente mezclan sal, aceite de oliva virgen y otras cosas. Esta mezcla sirve para la lavativa, debilita un montón. Me dijeron que ahuyentaría mis espíritus homosexuales. Hasta hoy, cuatro años después, no puedo tomar ciertos alimentos. Mi estomago no los tolera. A veces me duele el vientre, el estómago, la mente.
En la familia, en el entorno, en las autoridades, ¿no confiaste en nadie que pudiera ayudar? ¿Denunciaste el caso ante los poderes públicos?
Las autoridades policiales encierran a los homosexuales en Bata. Torturan. ¡Eso es Bata! Lo mío era demostrarle a la familia que tenía voluntad de curarme porque en realidad no estaba enfermo, pero no te voy a mentir, era la primera vez que pasaba tanta hambre. Y no solo pasé hambre durante días sino en semanas. Eso que te cuento no es ayuno: es ayuno seco.
Me cambiaron de curandería. El siguiente espacio, una iglesia reformada. Además del ayuno seco, me tenía que pasar los días encerrado, con una Biblia en la mano, de pie. A ratos, un pastor, al que llamaban profeta, pasaba a mi lado y me decía lo enfadado que estaba Dios conmigo. “Eres un insulto para la creación divina del universo. Dios creó a Adán y Eva, no a Adán y Adán. El mandato divino de reproducirse lo has violado. No tienes derecho a vivir”.
En una ocasión, tras el cambio de establecimiento sanitario, una curandera me preguntó si frecuentaba con los blancos. Le dije que sí, que participaba en el Centro Cultural Español de Bata, en las bibliotecas. Confirmó que sí, allí contraje el virus homosexual porque “los mitangan llegaron a Guinea Ecuatorial para desorientar nuestra manera de vivir”. La familia cambiaba de iglesia y curandería frecuentemente. Se buscaba a profetas duros. Curanderos duros. No me iban a dejar libre si no se observaban tres indicios de mejoría: aplicación voluntaria de las lavativas, lectura de la Biblia en todo el día, eliminación de actitudes femeninas en mi físico, etc.
El alta médica en la última iglesia coincidió con el encierro en la casa familiar. Todo el mundo me vigilaba. En la nueva casa de encierro me llevaron a vivir con mi tía. Ella apenas compartía vaso, una cuchara, un tenedor, que haya utilizado yo incluso cuando estuviese limpio.
¿Qué ocurrió con la universidad y el centro de formación profesional? ¿Te ibas a veces? ¿No te ibas?
Ya no me iba a clase. Si por alguna razón tomaba los cuadernos para leer llegaban a mi mente las imágenes de violencia. No podía. La mayor parte de la gente que yo conocía en Bata se apartó de mí. Es difícil ser gay. Es muy complicado ser gay. Ser gay quiere decir exclusión. Dejé de importarle a todo el mundo. Ya nadie confiaba en mí. También me apartaron mis amigos por todo eso. Nadie me buscaba. Nadie me quería. Lo único que no se hizo conmigo fue llevarme a la comisaría de policía más cercana para los porrazos en el culo, los habitual en las personas LGTBIQ+ residentes en Bata. Mamá se pasaba el día llorando mi muerte. El vecindario me prohibió la entrada a sus casas.
Salí de la iglesia. Me despedí. Como hombre gay no me identificaba con la iglesia. A mí me explicaron que Dios es amor, pero cuando conocí a este Dios no me gustó, me pareció vengativo. Un Dios que solo castiga si no eres como quiere él que seas. Nada más entrar a la iglesia la imagen que conocí fue de un Dios criminal, inhumano, que después de hacer algo malo a su juicio, venía a por ti. Los hermanos de la iglesia me abandonaron también.
Estás en el último año de carrera. Te faltan pocos meses para la defensa de tu trabajo fin de carrera. ¿Cómo saliste de esta situación?
Conocí a un compañero, es gay, se llama Ángel, hoy es amigo mío, quien me animó a ser valiente con mi vida porque “es tu vida”, señaló. No había caído en la cuenta de que me estaba muriendo. Tomé el valor. Así, en la última reunión que se hizo en familia para decidir a qué curandería llevarme de nuevo porque no estaba curado, todo el mundo terminó de hablar. Por primera vez, desconozco las razones, me dejaron hablar después de varios meses. Entonces pedí que levantara la mano el o la miembro de la familia que, desde niño, no me hubiera visto con un comportamiento diferente a los otros niños. Se extendió un silencio largo. Nadie levantó la mano. Me vi solo en medio de le gente, introducido en un cuerpo sin vida. Me observé. No era yo sino una figura humana desconocida.
Le advertí a mi familia que a partir de entonces no volvería a irme a ninguna curandería ni iglesia, y que me iría de casa si me volvían a maltratar. Antes se lo tomaron como una broma y al día siguiente, quisieron llevarme. Me opuse. Convocaron a mamá.
Dejé de obedecer. En casa me despedía con la excusa de irme a la iglesia, pero no. Me marchaba al paseo marítimo para pensar en qué hacer con mi vida, hasta que un día recogí mis cosas para irme. Lo tenía claro. Me iba a morir con veinte años y con tanta terapia de conversión. Mi ropa, la guardé en un plástico de basura, este de cien francos y de color rosa. Así me dejaron en paz. Dejaron de pagarme los estudios desde entonces. He hecho la carrera con ayuda de personas anónimas.
Gracias a los resultados de mis estudios algunos familiares empezaron a acercarse un poquito. Empecé a destacar en el mundo de la cultura. Pronuncio conferencias sobre la violencia homofóbica y de género. Todo eso enfadaba más porque el varón fang nacido para hacer cosas importantes en el clan no había cambiado. Era un hombre que daba conferencias sobre temas de mujeres. Por un lado, mis profesores venían a la familia y les felicitaban: tenéis un hijo inteligente. Mi familia quería desaparecer.
La Tienda de Afroféminas
Por favor, me gustaría, si te parece, que regresemos a la primera pregunta. Tu madre fue convocada en la comunidad de vecinos hace un par de meses por “tenencia de un hijo gay” …
El barrio también tiene una historia. Una feligresa, la mujer que me convenció de que Dios era amor y me llevó a su iglesia, después de una discusión con mi madre la llevó ante la comunidad de vecinos. Este día, regresando de la universidad, me encontré de paso a la esposa del presidente de la comunidad de vecinos. Al verme, el saludo fue “me han contado que ya haces cosas inhumanas”. Me dejó con la palabra en la boca y se fue.
La esposa del vicepresidente de la comunidad de vecinos protagonizó el segundo abordaje. Otra vez regresando de la universidad me la encontré de camino a casa. El saludo fue “me han contado una cosa terrible. O sea, tú, a pesar de que frecuentabas en la iglesia y estás bautizado…” No terminó la frase. Me contó que al enterarse de mi historia de “blancos” su cabeza estalló con la palabra que en el barrio me identificaba: maricón.
En casa de mamá, cuando cobro por los trabajos que hago, conferencias, temas de literatura, activismo, etc., pues compro alimentos y doy algo de dinero, es mi madre, la debo cuidar. Sin embargo, cualquier roce de mamá con alguna señora del barrio, ¡dios!, está acompañada de un interrogante sobre mí, de cómo cree que su hijo el maricón consigue dinero. “Los maricones son prostitutos de los ministros”.
La vicepresidenta de la comunidad de vecinos, en nuestro encuentro, aseguró que mi conversión a maricón en Malabo, en el viaje de “relajación y estrés como un blanco”, fue el comienzo de todo porque “estas cosas en Malabo no se esconden. Malabo ha perdido el respeto a la decencia y las buenas costumbres. Bata sigue siendo la salvación de la moral del país”.
No se entiende que las esposas de las autoridades políticas de la comunidad de vecinos intervengan en asuntos de este tipo. ¿Esta situación solo afecta a tu familia?
No sabría contestar a eso. Por ejemplo, la última discusión de mamá en el barrio trajo una citación a casa. El tema principal de la citación, al menos eso vi en el documento: asuntos varios. Mamá cuando se fue al encuentro pedí que no hablara de mí. Había solicitado acompañarla. La familia se cerró en banda con la excusa de que los asuntos de este tipo no afectan a personas de mi edad si no a las mayores. El primer punto del día fue mi salida de la iglesia después del bautizo, un horror. El segundo punto del día, mi homosexualidad, una mala imagen para el barrio. Tercer punto del día, mi madre, por tenencia de un hijo homosexual. El cuarto punto del día, la cuestión tan difícil de cómo arreglarme porque a pesar de todo, sigo haciendo cosas de una persona que no es de este mundo.
La documentación que expide la comunidad de vecinos para los procedimientos administrativos habituales no la puedo solicitar. Tengo un veto para ello. Y es que los asuntos en la comunidad de vecinos no se resuelven en el marco de la ley sino de la Casa de la Palabra de los fang. Por ejemplo, el presidente de la comunidad mandó pegar cincuenta porrazos en el culo a mi tía por un problema elemental que se pudo haber resuelto de otra manera. Te cuento el proceso. Ordenó que los coordinadores de la ASHO agarraran las manos de ella, y los alguaciles las piernas. Hace días encontré otra citación. Se demandaba a otra hermana de mi madre por un problema insignificante.
En el barrio, desde que saben que soy homosexual, mi familia sufre injusticias constantes. Nos llueven citaciones todo el rato y me siento responsable. Tengo que mudarme para que mi familia no sufra. Y siempre que surge una pelea le vierten insultos a mi familia: vuestro hijo es maricón, primer insulto. Frecuento con los blancos, segundo insulto. Me prostituyo con los ministros, tercer insulto. Sinvergüenza, cuarto insulto. Este último insulto es el más grave porque no me arrepiento de ser homosexual, dicen, sino que lo visibilizo a pesar de ser fang y conocedor de las costumbres de la decencia.
El ultimo individuo que me abordó de regreso a casa es el presidente de la comunidad de vecinos. Me llamó “chico de Asodegue”. Más tarde, su hijo también intervino para contarme que en su casa tienen un libro y en este soy protagonista. Es una entrevista publicada en el marco del Informe Homofobia de Estado de Somos Parte del Mundo.
Al día siguiente de hablar con el hijo, la esposa del presidente de la comunidad me preguntó si ser homosexual constituye una profesión. Y añadió: “A esto te dedicas ahora, a trabajar sobre la homosexualidad transformando a niños normales en maricones. Tu trabajo de maricón fang y sinvergüenza ya se publica en los libros. Los blancos ya te dieron la herencia. Tú cobras bien de estos blancos”.
¿Cómo te encuentras a nivel de salud en medio de todo eso? ¿Cómo vives el día a día?
Yo fui educado como un varón fang que heredaría de la familia bienes y poder. Asumir la exclusión me costó mucho trabajo. Nunca me imaginé que saldría de residir con la familia. El protocolo que te cuento, el de la cura de la homosexualidad, es el estándar en la Región Continental. No obstante, la gente transgénero lo tiene más crudo. Conozco a un montón sometidos a terapias de conversión. Las viviendas familiares son sus prisiones después de que las curanderías y las iglesias se muestran incapaces de curarlos. Por eso en mi opinión, la mayoría de personas que ha pasado por lo mismo que yo, al salir de esta situación, automáticamente debe someterse a la atención sanitaria de un/una especialista en salud mental. Y en Guinea no confiamos en la psiquiatría y psicología.
Mi vida ha cambiado para bien. Si echo la mirada hacia atrás recuerdo la curandería, la iglesia, el abandono, la miseria. Ahora sé que la homosexualidad no me impide ser quien he decidido ser, un chico con sueños, como el resto de chicos, y que no me voy a morir mañana. Hoy soy un hombre nuevo. Ahora me rodea de gente con la que puedo ser yo, hablar, moverme como quiero, caminar como quiero, etc., sin el control de todos los ojos sobre mí. A nivel educativo me siento realizado. En el Politécnico tengo un título, en la universidad sacaré otro en breve.
Me gustan los estudios feministas. Cuando empecé a leer obras feministas me di cuenta de que estaba rodeado de discriminación. He leído libros como “Todos deberíamos ser feministas”. Me lo leí cinco veces. El feminismo me ayudó a entender todo lo que me había pasado. Cuando tú eres un hombre gay en Guinea Ecuatoria te consideran mujer. Y toda la discriminación que sufren las mujeres recae sobre ti. Me puse en la piel de una mujer cuando me «degradaron» de la condición de hombre a la de mujer.
En Bata no se cree que un hombre puede ser aliado del feminismo. Para muchos hombres soy una vergüenza. Algunos colegas varones se han alejado de mí. Me culpan de dar charlas contra los hombres. Sin embargo, los textos feministas me han ayudado a entender todo lo que pasó. Por ejemplo, una mujer fang casada cuando pierde al marido, en el proceso de Acús, pierde el derecho a la personalidad jurídica. El entorno decide por ella. Los días, semanas o meses que dura el acus son jornadas en las que está expuesta a todo tipo de violencias. Una mujer casada disfruta de la cobertura jurídica del marido en el mundo fang, a la muerte de este, se convierte en un ser vulnerable. El hombre homosexual, cuando sale o te sacan del armario, pierdes la condición humana, deja de ser persona. A la viuda fang le puede caer cualquier acusación, incluso de brujería, al hombre gay le sucede lo mismo. La viuda fang sufre violencias, exclusión de bienes, es justamente lo que pasa con el hombre homosexual al salir del armario: ya no disfruta de la personalidad jurídica. Ha quebrantado toda la estructura patriarcal. Lo ha traicionado todo. Por qué, porque en el acto sexual otros hombres le penetran como se le penetra a una mujer. Este hombre, el que penetra, es la persona, es la persona, el gay no, es fám é mina.
Trifonia Melibea Obono
Periodista y politóloga, escritora, docente e investigadora.
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