Cuando estaba en la Universidad, en medio de una de las primeras clases de Introducción al Derecho, la profesora que dictaba la materia hizo una referencia a los extranjeros que habitan el suelo argentino, e inmediatamente me mira a mí y asiente con la cabeza, buscando que valide su línea argumental. Y yo, que nunca fui -ni seré- complaciente, la miro haciéndole entender con una mueca que no comprendía qué quería y así, forzándola a decir su pensamiento en voz alta: “Contanos tu experiencia. ¿Cómo fue tu proceso cuando llegaste a Argentina?”
La gente asume mi nacionalidad, todo el tiempo. Asumen que yo soy argentina porque tengo un acento marcadamente porteño, pero que seguro “esta chica vino al país cuando era niña” o que uno de mis progenitores es negrx y el otro es “argentinx” y así aparecí yo. Me encantaría que esto fuera producto de mi imaginación en una espiral de confabulación, pero no: esto, literalmente me lo dijo gente que luego se convirtió en amiga o esta profesora -bastante ignorante- de la Universidad.
El relato imperante en mi país natal es “Argentina no puede ser racista, porque en Argentina no hay gente negra”. A mi profesora de Lógica de la escuela secundaria (que era lo totalmente opuesto a esa profesora Universitaria) le explotaría el cerebro al leer (la incongruencia de) esa premisa: como el sujeto a discriminar no está presente (la gente negra), entonces la acción (el racismo), no existe. Convengamos que mucho no sé de Lógica, pero sí se lo suficiente como para saber que eso es una falacia argumentativa.
Me asusta ese enunciado. Y mucho, porque encierra odio, comodidad y falta de pensamiento crítico. ¿Por qué hablo de odio, comodidad y falta de pensamiento crítico? Por lo general cuando me encuentro con alguien que dice “en la Argentina no hay negros” o “Argentina no es racista” o mi preferida: “En Argentina hay poquitos negros, que llegaron hace unos años” (ya partamos de la base que está hablando conmigo que lo único que tengo de blanco es la esclerótica) primero, me está ignorando a mí, su interlocutora; y segundo, cómodamente, está dejando de lado, tapando con el manto de invisibilidad de Harry Potter, a todas las personas afrodescendientes que habitan este territorio y que se ha cruzado en más de una ocasión, segurísimo.
Pero bueno, siguiendo con el pensamiento lógico argumentativo, vamos a darle a todos el beneficio de la duda y decir que desconocen que la Argentina tiene una población negra originaria de la época colonial (que es más antigua que la escarapela y la bandera, pero bueno, apelemos a la ignorancia) porque compraron el relato que les vendieron en el colegio que “toda la población negra que había en Argentina, fue muriendo durante las guerras revolucionarias de Independencia y la Conquista al Desierto”. Entonces, si sacamos a la población negra del tronco colonial de la ecuación, estas personas me quieren convencer que en su tiempo de vida en Argentina, año 2021, ¿no tuvieron contacto con ninguna persona negra? ¿Ni una sola? Porque estas son las mismas personas que hablan de “los senegaleses que venden carteras y relojes”, “las putas dominicanas” o “los venezolanos del delivery” (¿vemos el odio en estas afirmaciones?). Lo que me lleva a pensar que, si tuvieron contactos con estas personas, entonces, sí han visto población negra en Argentina (¿dónde queda el “en Argentina no hay negros?”) Y me van a tener que disculpar, pero esta nueva ola migratoria tiene décadas; estas personas no “bajaron del barco ayer” (como les gusta decir a muchos de los que adhieren a estas falacias)– si no, que hace tiempo que residen en el país, han formado familia y esas familias son afro argentinas (¿vemos ahí la falta de pensamiento crítico?).
Argentina, un país que, como la gran mayoría de América Latina, mira y se compara hacia afuera entiende como “racismo” a lo que, desgraciadamente, vive y vivió la gente negra en los Estados Unidos: la segregación de espacios, la Policía moliendo a golpes a una persona en la vía pública, etc. No concibe que el racismo se adapta a la sociedad en la que se habita. Es muy fácil decir “Eso es racismo. Acá no tenemos eso” y al mismo tiempo caer en la suposición que la persona negra que se cruzan por la calle es necesariamente un inmigrante y ni siquiera le puedan dar forma a la idea que esa suposición que están haciendo constituye un racismo en sí mismo (¿vemos la comodidad de pensamiento?).
Estas premisas las he escuchado de muchísima gente. Gente con formación Universitaria y superior. Gente que gusta ostentar de sus títulos y sus logros. Gente que tiene maestrías y doctorados (una prueba más que un título no es garantía de inteligencia, pero eso es para otra conversación) No lo he escuchado de refilón en una fila de supermercado o de pasada por la calle, no es que esto lo haga más aceptable, pero formar una opinión en base a lo escuchado al pasar y sin contexto, constituiría una falacia tan grande como la que está siendo analizada en este escrito. Estas afirmaciones se las escuché a varios profesores universitarios (conmigo sentada en primera fila), a colegas de trabajo en almuerzos informales (de nuevo, yo, ahí, sentada en primera fila), a conocidxs que al presentarnos me interrogan con asombro “yo no sabía que en Argentina había negrxs” (y pienso ¡qué linda cartera! ¿A quién se la habrás comprado?) o el recurrente y clásico: “¡Ay! Qué interesante la historia de tu familia, no puedo creer que Argentina tenga población negra”, seguido por el: “Por lo menos acá no somos tan racistas como en otros lados”. A toda esta gente les digo ¿EN SERIO? ¿Por qué cuesta reconocerlo? Repito: ¿Por qué esta gente sigue pensando y diciendo que Argentina no es racista?
Ya mucho se ha debatido acerca de que el concepto de “raza” es una construcción social; y, como toda construcción social, siempre hay alguien que se beneficia más que el otro. Se construyó una dialéctica donde ser blanco es “lo normal” y desde ahí, se erigió el mundo. En esta dialéctica cotidiana, el concepto de “raza” no aplica nunca para la gente blanca porque las personas que somos racializadas, los “otros”, los que quedamos afuera de la norma, los que somos encasillados por simplemente vernos “distintos” a lo que es considerado lo “estándar”, somos nosotros, los BIPOC (siglas en inglés que significan: Black, Indigenous and People Of Color | negros, indígenas y gente de color). A esto se le suma que el Estado argentino hizo un gran trabajo en borrar a la población negra de los anaqueles de la historia nacional y la población blanca cómodamente usufructúa un privilegio que no saben siquiera que tienen.
Todo el tiempo le doy vuelta a esta pregunta, porque me genera muchísima frustración y siguiendo los pensamientos lógicos argumentativos, la comprensión de este racismo oculto para la gente blanca y tan evidente para la gente negra, a veces, se ve reducido en la diferenciación entre la INTENCIÓN versus el IMPACTO. Por eso, una gran masa de la gente es racista sin la intención de serlo (a ver, hay mucha gente que sí es abiertamente racista, pero esos son más fáciles de detectar y de lidiar). Pero yo estoy tomando como ejemplo a todas esas personas enumeradas anteriormente, los colegas de trabajo, los profesores universitarios, los compañeros de curso o el vecino. Seguramente, si hay alguna leyendo esto insistirá con su postulado: “Yo no soy racista”. Y lamento decirte: Sí, Mabel(1), vos sí estás siendo racista, estás teniendo actitudes racistas y ejecutando acciones racistas, todo el tiempo: cuando asumís que la persona caminando por la calle no es del lugar en el que se encuentra, cuando le decís a una persona racializada, como forma de cumplido, que tiene “rasgos finos” (y por “rasgos finos” te estás refiriendo a rasgos centroeuropeos) o cuando asumís que una persona racializada no es inteligente o tiene menos educación que vos. Podría listar miles de estos ejemplos, pero no es el objetivo. Se llaman micro racismos y una de las mejores definiciones es de la psicóloga Derald Wing Sue quien definió a las micro agresiones raciales como «breves desaires cotidianos, insultos, indignidades y mensajes denigrantes enviados a personas de color por personas blancas, bien intencionadas, que desconocen los mensajes ocultos que estas acciones comunican”.
Entonces, cuando una persona blanca insiste con su “Yo no soy racista” lo que en realidad entiendo que está queriendo manifestar es que no INTENTA ser racista. Y eso, es entendible, (a menos que sea una persona horrible, nadie va a querer proclamarse como racista) Pero, lamentablemente, la intención es irrelevante si el IMPACTO de las acciones lastiman a alguien. La intención siempre será irrelevante si el impacto de las acciones actúa al servicio de un sistema racista, perpetuándolo. El impacto de esa intención es lo que determina cómo es decodificado e interpretado el accionar, por más chiquita que parezca esa acción en el gran esquema de las cosas. Es la multiplicidad de pequeñas acciones individuales las que mantiene en pie al sistema opresor. Si el impacto de tus acciones, o micro acciones, hiere a un “otro”, segrega, discrimina y mantiene el statu quo, adivina: ¿qué? Tu intención no vale nada.
Como dice el refrán, “no hay peor ciego que el que no quiere ver” y eso es lo que sucede cada vez que surge la conversación sobre el racismo en Argentina. Porque aun entendiendo la diferencia entre intención e impacto, habrá gente blanca que insistirá con su “Yo no soy racista” ¿Y, por qué? ¿Por qué les cuesta tanto a las personas blancas reconocer que, quizás, tienen y han tenido accionares racistas? Cuesta porque engloba a todos, todas y todes. La experiencia de vida de todas las personas que habitamos este planeta está teñida por el privilegio blanco, los que lo tienen, usufructúan y se benefician y los que no. Ser parte de una minoría, ya sea de clase, LGBTQI+ o ser mujer o discapacitadx, no excluye a alguien de poseer privilegio blanco y, por ende, de tener actitudes racistas. Y para un argentinx, no hay cosa más dura que decirle que es poseedor de un privilegio cuando se vive en un país que siempre está sorteando la curva de una posible crisis. Por eso, cuesta oírlo y procesarlo. Duele reconocerse poseedor de un privilegio, cuando la vida puede estar pateándote por muchos frentes. Pero, por más horrible o generosa que haya sido la vida de cualquier persona blanca, todo hubiera sido aún mucho más difícil de haber nacido con otro color de piel. Salvando las distancias, pero buscando que la gente blanca pueda entender cómo opera silenciosamente este privilegio, se puede hacer un paralelismo con las desventajas que las mujeres padecemos frente a los hombres. Nosotras sabemos que ellos tienen beneficios que nosotras no -y que ellos ignoran por completo- solo porque la partera gritó “macho”. Tener piel blanca conlleva un beneficio igual de pesado. No le estamos quitando peso a tus problemas, son 100% horribles, pero por favor abrite al pensamiento que definitivamente hubieran sido peor si no tuvieras piel blanca.
Y, seguramente, aún haya personas blancas leyendo esto moviendo la cabeza de un lado al otro mientras recuerdan que una vez “sufrieron racismo”. Si alguien alguna vez te insultó por tu color de piel (“¡Sos muy blancx! Mejor que tomes sol antes de ir a playa”) fue prejuicio o discriminación, pero no racismo, Mabel. Una persona blanca no puede comprender qué se siente ser víctima de una agresión racial, pues el racismo no funciona a la inversa; el concepto de raza aplica para los BIPOC, no para vos, que sos la norma.
El privilegio blanco no es fácil de ver como el de clase, el de género o el económico. Hacé el ejercicio de imaginarte a la persona más privilegiada del mundo. ¿Qué imagen se te viene a la mente? Seguro que tiene los siguientes atributos: dinero, poder, estatus, es hombre. Y es blanco. El hombre caucásico de clase media para arriba, de un país desarrollado, es la criatura más privilegiada sobre la faz Tierra. Su punto de partida es otro. Se discute el tema del poder o el dinero, pero ¿blanco? Esa es la parte que no se menciona tanto al hablar de los privilegios, porque es diametralmente imposible que una persona blanca pueda entender lo que es estar en la piel de una persona negra. Se pueden imaginar no tener dinero o pertenecer a otra clase social, quizás vienen de una familia que no tuvo tanto, pero dirán que “con esfuerzo, salió para adelante” (¡Ay! La meritocracia). Pero, la experiencia del racismo no es trasladable. Por eso nos duele (y nos callamos para no gritar) cuando volvés de tus vacaciones y le decís a tu compañerx de trabajo “mirá, tengo tu color” porque tendrás mi color momentáneamente, pero no el peso de todo lo que éste acarrea. Porque, inclusive, una persona de color con igual dinero, posibilidades de acceso, estatus social, es la excepción en ese mar blanco y no la regla y será visto -y tratado- como tal. Y padecerá los mismos micro racismos que operan en la sociedad toda porque así está articulado el mundo.
Inclusive gente que se considera “abierta de mente”, hablar de este tema en Argentina genera resistencia, buscando salir de la charla cuando se sienten acorraladxs en su privilegio. “Yo no veo colores, veo personas” es otra de las grandes máximas escuchadas que opera como el mejor botón antipánico para salir de una conversación que genera incomodidad y que, al mismo tiempo, silencia la voz de la minoría oprimida con una oración insensible que denota la falta de empatía y pensamiento crítico – nuevamente. El conveniente “daltonismo racial” no hace que haya menos racismo, continúa perpetuando el statu quo. De nuevo, impacto versus intención operando a toda máquina. Pero está bien que genere incomodidad, estamos rompiendo estructuras. A mí me genera incomodidad escribir esto mientras pienso en las personas blancas que son parte de mi vida (que conforman el 90% de mi pequeño mundo) y a las cuales jamás tildaría de racistas, pero la excepción no hace a la regla y solo atravesando la incomodidad surgen las reflexiones que buscan hacer del mundo un lugar un poquito menos injusto.
(1) Mabel, es la versión argentina de la expresión norteamericana “Karen”, el estereotipo de señora blanca de mediana edad y de clase media, privilegiada.
Agostina Yannone
Afroargentina, 7ma generación.
Profesional de Relaciones Públicas y Comunicaciones de Marketing. Viajera.
Twitter: agosyannone
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[…] sería el primer mandamiento. Dediqué un artículo completo a entender qué es uno y qué es el otro y por qué el impacto es la unidad métrica de tu racismo. […]