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martes, marzo 19

La lucha por el poder: una mirada interseccional a un problema político y social

Si hacemos un trazo histórico de las distintas sociedades podemos afirmar que desde los albores de la civilización ha existido una preocupación punzante por la existencia de otras personas. Definir un individuo, un grupo o una comunidad parte de la otredad, para entender a las personas es necesario entenderlas desde sus contrastes con otras gentes. Un pensamiento recurrente que tengo respecto a esto está ligado a la idea de poder. El poder por el que luchamos como negritudes o personas realizadas. Entiéndase entonces que el concepto de poder aquí enunciado no corresponde a una acción coercitiva o un deseo de prevalencia sobre otras personas. Al contrario, es el poder que busca, de manera permanente, la facultad de determinar, de ser y de enunciar. En últimas la sed de poder que se levanta en los movimientos de resistencia o detrás de los manifestos contestatarios son llamados a la libertad, el poder humano más elevado. 

No obstante, aún cuando enmarcamos el poder como el verbo que nos da la opción de acción, de expresión y de palabra sigue siendo innegable que la primera aproximación que manejamos respecto a su definición e implicaciones está enraizada en prácticas colonialistas e imperialistas. Por eso, cuando encaramos que existen en los movimientos feministas y antirracistas contradicciones significativas, las hallamos ahí en la raíz de la lucha que puede tergiversar el cómo y los por qués. Entonces, se dan casos donde grupos que han sido históricamente oprimidos y discriminados terminan actuando como sus opresores, terminan también discriminando e invisibilizando a otras personas o comunidades con la excusa del poder; del poder como acción que legitima mi enunciación y como el poder que se me otorga cuando tengo ciertas libertades garantizadas. Esto me parece alarmante, porque perpetúa una idea divisoria de la humanidad y no cuestiona los objetivos en los que decidimos embarcarnos. 

Una mirada interseccional permite que estudiemos y pensemos el poder desde diversas ramas, no necesariamente desde un lugar subjetivo; sino desde una raíz múltiple y caleidoscópica. El poder de Occidente es fácil de describir: dinero, posición social, reconocimiento, privilegios. El poder entre las negritudes, las comunidades rurales, las comunidades indígenas puede ser diametralmente distinto. Reconocer que el poder es, también, un espacio con numerosas aproximaciones sería de provecho para evitar caer en discursos como el del salvador blanco, el dinero como último medio y meta o el uso de los territorios como muestras de producción y progreso. Si en cambio nos retamos a migrar de pensamiento, a hacer cimarronaje ontológico podríamos ver que el poder es en últimas la libertad de ser, bajo condiciones propias. Lo que también implicaría una revisión interna de los movimientos antirracistas y feministas que excluyen, dividen y aíslan otras formas de enunciación. La interseccionalidad nos permite no vernos como centro, sino entendernos como parte de un sistema lo que implica no solo coexistencia, implica además colaboración. 

Si encaramos que el poder es en últimas una manifestación de la libertad: poder decidir, poder hablar, poder definir, poder adquirir; también sería más fácil encarar que necesitamos de otras personas. El tejido social y político está hilado por numerosísimas manos y mantener falsas pretensiones sobre construcciones aisladas o apáticas a otras experiencias es no buscar un cambio real y de base; sino perpetuar mecanismos occidentales de poder, opresión y discriminación. Cuando legitimamos otras luchas y otros ángulos estamos haciendo un esfuerzo por descolonizar el armamento que nos han vendido de bienestar, de crecimiento y hasta de éxito. Estamos procurando relaciones más horizontales y asertivas. Un movimiento social o político que se jacte en sus exclusiones y que se afirme en una posición epistemológica elevada, está repitiendo prácticas que ha tenido que padecer.. ¿Por qué es que si todas las personas buscamos ser libres, atentamos contra las libertades de otras personas? Aquí la contradicción irreconciliable de aquellos grupos que se denominan así mismos más radicales. 

La colaboración y la interseccionalidad no son caminos fáciles. Implican un trabajo titánico de empatía, descentralización y trabajo contra el ego. Ver el mundo desde las orillas, desde otros ojos requiere de esfuerzos. No obstante, estos esfuerzos podrían determinar el objetivo último de cada persona que se cuestiona sus derechos, sus privilegios, sus deseos y sus dificultades: un mundo mejor. 


Carolina Rodríguez Mayo

Egresada de Literatura con opción en Filosófia de la Universidad de los Andes. Especialista en Comunicación Multimedia de la Universidad Sergio Arboleda. Colombiana de Bogotá.  Feminista interseccional y defensora de las preguntas como primer paso al conocimiento. Escribir poesía es lo único que me reconforta. Todo lo demás que escribo es una invitación al diálogo. Viajera, fashionista, cinéfila y amante de la buena comida. 


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