Los sujetos racializados/colonizados, es decir, sujetos de ascendencia africana e indígena que fueron esclavizados, no tenían las concepciones de género tal como la tenemos hoy ya que esas categorías de género y sexualidad surgieron a partir del Título VII de la Ley de derechos civiles de EE.UU. de 1964.
Pedro Lebrón Ortiz.
La conversaciones alrededor de la diversidad de identidades sexuales no es un tema que haya sido expuesto solo por nuestra generación; ha sido un tema del feminismo desde sus albores. Pensar en la identidad de género desde concepciones binarias es racista y colonial. No hay discusión al respecto. Así como la raza, el género es una construcción occidental creada para preservar el status quo de ciertos individuos; corresponde, entonces, a una forma represiva de mantener objetivos de crecimiento económico que favoreció a las élites colonas y a sus determinadas condiciones sociales.
Desde la construcción de las comunidades negras pre-coloniales encontraremos numerosos ejemplos en los que la culturalización de género, como la conocemos y socializamos hoy en día, es diametralmente diferente. La idea de mujer que algunas personas se empeñan en defender aún en pleno 2020 está conectado a unas expectativas reproductivas y conductuales, que el feminismo se ha empeñado por discutir y deconstruir; y que el feminismo negro se ha encargado de señalar no solo como una categoría misógina, sino como una herramienta racista que condenó muchas practicas socioculturales de comunidades en África. En las comunidades africanas Yorubas, por ejemplo, el género no era relevante en el desarrollo social o en las prácticas de las familias, en cambio, lo que primaba era la edad, que era el perfecto registro para establecer una jerarquía del conocimiento.
En el actual Benin, país de África occidental, un poderoso ejército que luchó contra los colonos franceses estuvo constituido solo por mujeres o, más específicamente, por personas constituidas como mujeres según la mirada de los franceses. El ejército conformado por cazadoras, gbeto, como se denominaban en la misma comunidad, gozaban de un reconocimiento por sus habilidades, sus estratagemas y la efectividad de su destreza física. Las amazonas de Dahomey son un claro ejemplo de que los roles masculinizados en las batallas o altos rangos bélicos no eran una cuestión de hombres en las comunidades negras pre-coloniales.
Entre los roles y prácticas sociales de comunidades negras en Colombia, para señalar otros ejemplos, la medicina que cuida les cuerpes gestantes es una tarea de todes. Entender de hierbas, frutas, horarios y dietas posparto no es una obligatoriedad femenina. El cuidado, otro papel muy feminizado en las culturas de occidente, desde los pueblos negros hace parte de un rasgo de comunidad, no de individuos y menos de géneros.
Si viajamos al panteón Yoruba también encontraremos dioses de género neutro o intersexuales que fueron reemplazados, por curaciones colonas, por dioses masculinos. Es necesario que entendamos que las categorías que hoy nos atraviesan de fememino/mujer, masculino/hombre están dadas por procesos violentos e impositivos sobre pueblos negros e indígenas que concebían el género desde espectros y que jerarquizaban sus sociabilidad desde otras enunciaciones.
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Más allá del recuento histórico y el recogimiento cuidadoso de la evidencia del género como una construcción que conviene y enaltece el rol de los hombres blancos cisgenero, está la decisión ética de las mujeres negras y racializadas a entender la precarización que existe en la actualidad sobre las vidas de las personas trans binarias y no-binarias. Siendo una comunidad que por años ha soportado la invisibilización, el silenciamiento, la negación, la humillación y la violencia por no ser consideradas humanas o sujetas de derechos es nuestro llamado entender las experiencias de otres. Es nuestro deber como mujeres negras y racializadas usar las plataformas que hemos adquirido para proteger y luchar por los derechos, la dignidad y la felicidad de nuestres hermanes trans. La negación desemboca en hegemonía y las hegemonías son una herramienta superior de violencia, discriminación y exterminio -bien los sabemos nosotras-.
Lo verdaderamente radical se traza en la búsqueda de nuevos conceptos y en la perpetua deconstrucción de lo establecido como natural o lógico. La feminidad es un invento que logró colonizar a las personas a través de la subordinación y la burla. Podemos rastrear que aún en productos cinematográficos del siglo XX y XXI la burla por los hombres cisgénero negros que son cuidadores, afectuosos y leales, ya que se han gestado representaciones travestidas de dichos hombres. Por lo regular, representaciones en comedias o comedias románticas que generan escozor respecto al gesto misógino y una pregunta por el lugar del cuidado y el afecto en las sociedad occidentalizadas.
Volviendo a las amazonas Dahomey se pueden encontrar registros de colonos franceses donde se burlan abiertamente de las guerreras, quienes, desde su pobre categoría binaria, eran mujeres obligadas a transformarse en hombres; mujeres feas, sin emociones, desprovistas de empatía. La realidad, las gbeto resistieron como ninguna otra comunidad a la colonización y la violencia francesa que había borrado a numerosas culturas de la región. Vemos aquí como la etiqueta de “mujeres” funciona sí establece una superioridad desde la otredad, desde el señalamiento.
Las redes sociales son enemigas de la amplitud y, por tendencia, pueden conducirnos a conversaciones apasionadas, pero distorsionadas y erróneas. Desde el feminismo negro y decolonial la urgencia por la mirada contextualizada urge; urge entender que hay procesos históricos que, de no tenerse en cuenta, nos llevan a incurrir en faltas a las que nos hemos tenido que someternos como comunidad. Aboguemos por escuchar al otre como medio principal e infalible de humanidad y de conocimiento.
Carolina Rodríguez Mayo
Egresada de Literatura con opción en Filosófia de la Universidad de los Andes. Especialista en Comunicación Multimedia de la Universidad Sergio Arboleda. Colombiana de Bogotá. Feminista interseccional y defensora de las preguntas como primer paso al conocimiento. Escribir poesía es lo único que me reconforta. Todo lo demás que escribo es una invitación al diálogo. Viajera, fashionista, cinéfila y amante de la buena comida.
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