Escribir sobre prácticas escolares racistas no es un tema fácil. Se pueden herir susceptibilidades, si entendemos que las escuelas son un espejo de la sociedad y están diseñadas para perpetuar las condiciones de clase y privilegio. Es por ello que quizás las personas que se sientan aludidas puedan molestarse y defenderse diciendo que “siempre se ha hecho así”, entre otras negaciones. Es por ello que, además de describir una problemática social en específico, intentaré desenredar el alcance extendido de ese mismo nudo y proponer, además, algunas alternativas.
Me refiero a las actividades con disfraces que convocan las escuelas con el fin de representar diversidad de poblaciones, culturas, hechos históricos, efemérides o fechas patrias. Los eventos más repetidos que encontré en mi búsqueda son: el “descubrimiento” de América, el día de las razas, los días de la independencia y las celebraciones de los reyes magos. Sin embargo, fue un evento muy particular el que me hizo llevar al papel reflexiones que he madurado durante años.
Una amiga me llama para saber si tenía ropa afro que le prestara porque su hija representaría en su escuela a una mujer negra africana que había sido esclavizada en una isla de las Antillas, convirtiéndose luego en una gran líder cimarrona que a su vez liberó a muchos esclavos. Primero le contesté que no me visto así, ni como esclava ni con ropa identitaria de países africanos, y me comenta que de igual manera le había pedido ayuda a otra amiga afro que sí le confirmó tener. Y seguí pensando: no hace falta ser negra para tener ropa que pueda vestir un personaje de la historia que haya sido negra. Me ofrecí en ayudarla de todas maneras, y le pedí por escrito que, por favor, no le pintara la piel de negro, que no hacía falta, replicándome que al menos le aplicaría un bronceado. No obstante, me envió una foto de su hija pintada con la cara de negro.
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Si googlean alguno de los eventos que mencioné arriba verán, como yo, que a la mayoría de los niños y las niñas efectivamente les pintan la piel de negro si se disfrazan de esclavos, negros, o mestizos; muy por el contrario cuando se trata de otro tipo de representación cuyos personajes son no negros, es decir, no los pintan de blanco, ni de rojo, ni de amarillo, ni de ningún color. Entonces, ¿por qué la tozuda insistencia de pintar la piel de negro si se va a representar una persona negra?
La respuesta más inmediata la encontramos en el Blackface, nacido en Estados Unidos y que cobra más fuerza aún en Cuba a través del teatro vernáculo o bufón, a finales del siglo XIX y principios del XX. Con el Blackface se intentaba establecer una imagen “amigable” hacia el negro, introduciéndolo al mundo de las tablas, sin embargo, era una representación racista y despersonalizada como resultado de la visión opresora de lo blanco sobre lo negro. Los personajes del negrito o la negrita eran pobres, brutos, tontos, delincuentes, borrachos, salpiconas o fiesteros, muy risueños siempre, y con sus estupideces siempre hacían reír y divertirse al público blanco. Constituía una cosificación de lo negro lleno de violencia simbólica, construido para divertir a un público blanco. Lo anterior terminó reforzando los estereotipos de las poblaciones negras mediante un racismo simbólico muy difícil de romper. Tal es así que hasta hoy día pintamos a nuestros hijes de negro.
Es por ello que el llamado está orientado para que las escuelas, y también en casa, se tome conciencia de las diferencias entre un disfraz y una representación. Los disfraces suelen ser violentos, irrespetuosos, maniqueístas, folclorizados, más que a una persona se acercan a una caricatura racial, responden más a un imaginario racista que traemos instaurado de nuestra educación eurocéntrica, que a la historia real sobre un personaje determinado o sobre un evento en específico.
Si queremos representar un hecho histórico o una persona que ha sido un referente para la humanidad, es importante INVESTIGAR ciertamente sobre ese acontecimiento, sobre la vida real del personaje, acercarnos lo más posible a lo que fue y cómo era. Tiene que haber preguntas de rigor para representar a los afrodescendientes: ¿cómo realmente los colonizadores vistieron a las personas esclavizadas? ¿en qué región de África o de la diáspora tuvo lugar el hecho? ¿existen fotos o imágenes de ese personaje histórico? De esta manera en las escuelas y en casa se logrará una personificación más atinada con la realidad del evento alegórico al que se quiere dar relevancia. Así nuestros niñes saldrán de la actividad con una idea más cercana y respetuosa de los personajes o hechos históricos representados.
Cuando cursaba segundo grado de primaria mis maestras organizaron un acto en la escuela donde se le acusaba simbólicamente al imperialismo estadounidense por las invasiones e intervenciones militares en los países latinoamericanos. A mí me tocó por sorteo representar a Granada, un país insular de las Antillas menores en el Mar Caribe, con la mayor parte de su población afrodescendiente. No me vistieron con turbantes, ni con ropa llena de colorines, ni me pintaron los labios de rojo, ni mostraba collares de grandes cuentas ni pulsas llamativas. La maestra investigó sobre el traje nacional de las mujeres granadinas y así fui vestida. Con la ropa típica y una banda diagonal en la que se leía el nombre del país que representaba: GRANADA. (Foto)
Afortunadamente otra amiga me hizo llegar fotos de los eventos en la escuela de su hija y que se relacionan con este tema. Vi un niño negro vestido con los trajes de los indios de Norteamérica, sin necesidad de “despintarlo”. Vi también otras niñas blancas y mestizas vestidas con elementos representativos de los aborígenes de América del Norte, sin necesidad de pintarles la piel de oscuro o de rojo o de ningún color. Esto quiere decir que no hay razón cuando alegan que “siempre se ha hecho así”, ya hay escuelas, madres, padres que lo hacen diferente. (Foto)
Si se trata de una figura relevante en la historia, como alternativas, podemos colgarles del cuello imágenes impresas y que lleven en su pecho la fotografía. Considero excelente la búsqueda de los trajes nacionales o típicos.
Confiemos en la imaginación de los niñes. Investiguemos para representar. Evitemos las caricaturas racistas, folclorizadas, irrespetuosas y maniqueístas. Las escuelas, y también en nuestros hogares, debemos reforzar el aprendizaje sobre la historia como algo serio y también ameno, cercano, agradable, sin que ello se convierta en un acto de burla, diversión o de reforzamiento de los estereotipos.
Desenredando más el nudo del disfraz
Alegar que es lo mismo, y que se haría lo mismo, si se “disfrazan” de afroamericanas, de eslovacas o escandinavas, es totalmente incierto, desde el punto de partida. Las preguntas que valdrían la pena hacerse son ¿basado en qué elementos disfrazas a personas de diferentes orígenes, países, culturas? ¿basado en qué estereotipos? ¿cómo nacen esos estereotipos? ¿de dónde los sacas y cómo los asimilas? Y con más énfasis preguntaría ¿quiénes crean los estereotipos? Los han creado las culturas dominantes en base a sus privilegios e intereses, entonces NO es lo mismo.
Sacamos y asimilamos los estereotipos de acuerdo al lugar que ocupemos en la pirámide de privilegios, en dependencia de cómo te ha tocado recibir tu lugar en la historia y cómo se te cuenta esa historia.
No se trata de colores y nada más. Detrás del color hay personas, detrás de esas personas que se representan hay culturas, y detrás de todo eso hay historia, y depende de los privilegios que te toquen disfrutar, hay historias con dolor o no. Quien ve personas y no colores, niega el racismo, y quien lo niega lo sostiene, y si es así, entonces es racista, y defenderá los disfraces y no las representaciones. No hay más.
Representar no es disfrazar. Yo soy una mujer negra y, por favor, no te disfraces de mí.
Alina Herrera
Investigadora, abogada y activista. Escribe sobre género, feminismo y antirracismo. Afrocubana residente en México.
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