Violeta sentía una mezcla de miedo y emoción. Recorría el vagón con los ojos a la búsqueda de aquella o aquel que fuera a compartir sus clases. Las mariposas revoloteaban en su vientre, ¿y sino le gustaba a la gente? Los fantasmas aparecían: la gente prefiere a las personas blancas, normales, creía. Seguramente nadie la votara para delegada de clase y los profesores fueran a mirarla con sorpresa de que una mulata hubiera llegado a la universidad. Dicen que hay mucho racismo en Madrid. Al llegar a una nueva ciudad, y por primera vez, no se frustraría cuando le preguntaran de dónde era. Por primera vez no era de “aquí”.
¿Cuántas veces has tenido miedo de no encajar al llegar a un sitio nuevo? Sabes que todas las miradas se dirigirán hacia ti. Tú, que eres diferente, que tienes el pelo rizado, la nariz chata y que mantienes el bronceado todo el año. ¿Cuántas veces te has frenado a hablar por miedo a lo que pensarán? ¿Cuántas veces has creído que no conseguirías tus metas? Tú, que no eres suficiente.
Violeta entró al edificio, subió dos pisos y topó con un grupo de gente que parecía tan perdida como ella. Miró el número de aula y era el suyo. Les observó, había dos chicas y un chico de ascendencia árabe, un chico coreano y otro latino. ¡Pues no iba a ser la única!
Durante la primera semana de clase les animaron a escoger delegados, ¿y si se presentaba? ¿alguien la votaría? Se reía por dentro pensando que Obama ya le había abierto las puertas a dirigir un país. Quizás sería la primera mujer negra en representar a la sociedad española. ¿Por qué no probarlo con una clase?
Se presentó, y la votaron…
Muchas veces creemos que nuestra condición de racializadas nos va a dificultar todos los caminos. A veces, hablamos con miedo porque creemos no pertenecer al grupo y otras ni lo intentamos porque mantenemos el discurso que interiorizaron nuestros abuelos: los negros o latinos no valemos para organizar, gobernar y decidir sino que estamos hechos para que nos gobiernen. A veces, las más racistas somos nosotras.
Ya se ha hablado de descolonizar la mente. El peso del colonialismo se ha traspasado de generación en generación. Intuimos cosas que a veces no hemos ni oído directamente. Actuamos con miedo, no queremos molestar, nos creemos que este no es nuestro lugar. ¿Qué pasaría si cambiáramos nuestro discurso interno?
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El primer paso para pertenecer es creer que perteneces. Solo tú puedes decidir cuál es tu casa y de dónde eres. Quizás vas a tener que explicárselo a los que desconocen: a los que no han tenido la suerte de nacer de varias culturas.
Una vez te sientas de aquí, lo serás y podrás pasar al siguiente paso: tomar lo que es tuyo. Las calles son tuyas, la universidad es tuya, la política es tuya, la ciencia es tuya, la arquitectura es tuya y la gerencia de una empresa también puede serlo. No te marques metas más bajas por miedo. Puede que el camino sea más complicado pero no imposible.
Es importante que estemos en todas partes. La mejor manera de normalizar nuestra presencia es pertenecer, pisar fuerte al caminar, que la gente nos vea y que nos oiga hablar.
Personalmente, no estoy a favor de los grupos racializados no mixtos en las manifestaciones, pues considero que la gente que grita para mejorar algo debe vernos gritar con ellos, debe saber que estamos aquí, que somos iguales y que esa lucha también es nuestra. Nuestra presencia es importante.
La próxima vez que tengas miedo de hablar recuerda que cada vez que alguien escucha tu voz, cada vez que te presentas a delegada, que entras en una asociación, que te unes a un grupo de voluntariado, que aplicas para una buena universidad o que te presentas a un ascenso es un paso menos hacía la completa igualdad.
Así que pisa fuerte al caminar, ¡qué te oigan todos!
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