Aunque nos hayan vendido lo global como algo muy positivo (positivo ¿para quién? Me pregunto yo) y aunque durante un tiempo haya pensado que el feminismo podría ser, como tantos otros movimientos sociales, un movimiento global, hoy más que nunca tengo claro que el feminismo no puede ni debe ser global. El primer paso para entender el feminismo es acercarse a la interculturalidad. ¿Cómo puede haber el mismo feminismo en España y en Malí? ¿Cómo puede haber el mismo feminismo en Camerún o en Paquistán? ¿En qué momento nos han hecho creer que todas las mujeres luchamos por lo mismo? Es una forma de control, una forma de poder que el patriarcado ejerce contra nosotras. La única verdad del mundo es que el patriarcado nos quiere quitar la energía, la esencia de nuestro ser y nos quiere asignar una forma de vivir por haber nacido “mujer”. Sin embargo, en cada rincón de tierra, en cada país, en cada ciudad, en cada barrio, este poder nos limita de forma distinta y controla nuestro cuerpo y nuestro vivir en forma distinta.
Yo soy europea y, aunque no haya ido a oprimir a nadie, siempre llevaré en mi ADN esta molécula de opresora y con esto no quiero decir que mi objetivo vital es ir a conquistar tierras cercanas o lejanas, pero sí es cierto que no me doy cuenta de ser privilegiada por el simple hecho de serlo. Como enseña Sara Ahmed, el sentido del privilegio es no reconocerlo porque tenemos el privilegio. Somos privilegiadas. Lo somos porque hemos nacido en una determinada parte del mundo; lo somos porque hemos nacido con un determinado color de piel; lo somos porque no tenemos que pedirle permiso a nadie para conducir un coche; lo somos porque podemos llevar falda o pantalón; lo somos porque podemos pagar a alguien para que limpie nuestro piso; lo somos porque podemos decidir si ser madres o no; lo somos porque no nos cortan el clítoris; lo somos porque no tenemos que casarnos a los 13 años; lo somos porque no estamos huyendo de nada; lo somos porque podemos viajar con un visado; lo somos porque nunca tendremos que coger una patera o saltar una valla.
Y si una persona con estas mismas características no responde plenamente a la normalidad decidida por los cánones de la heterosexualidad blanca e integra (me refiero a la integridad física e intelectual) entonces se dará cuenta de que su acceso a este gran abanico de libertades le será limitado. Y que habrá alguien que la mirará como una persona diferente, que hay que tratar de forma diferente, que incluso incomoda. Justamente como cuando en plena blanquitud alguien “de color” (qué poca gracia me hace esta expresión) entra en una sala. De repente, todo el mundo se da la vuelta, la mira, le observa el pelo, le observa la piel. Entonces la negritud se transforma en incomodidad. Por no hablar de los anuncios de algunas ONGs hablándonos de las niñas y niños que se mueren de hambre en África para así poder perpetuar la idea del blanco salvador (blanco colonizador) y que nazca dentro de ti la sensación de “Ohh, pobrecitos”.
¿Entendéis porque mi feminismo no se parece en nada al feminismo de mi madre, ni al feminismo de mi abuela ni al feminismo de mi amiga negra?
Cada una tiene su lucha y no por ello tenemos que separarnos; al revés, lo que debemos hacer es unirnos y acercarnos siempre más las unas a las otras porque todas luchamos contra el patriarcado, claro está, pero cada una, cada comunidad, cada barrio, cada etnia, cada lengua, cada religión tendrá que batallar contra muros y fronteras que pueden variar desde salir de casa sin pedirle permiso al marido, padre o hermano a optar a ser la primera presidenta de la República Italiana.
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Los feminismos negros tienen muy interiorizada esta teoría y he tenido la suerte de leer tanto (y aún me queda una vida entera por aprender de ellas) y me he dado cuenta de que la peligrosidad de la historia única (como enseña Chimamanda Ngozi Adichie) tiene mucho que ver con la idea de un feminismo global en el que nuestra lucha (de mujeres europeas blancas y heterosexuales) es la misma lucha de todas las otras mujeres. No, amigas “europeasblancasheterosexuales”, no somos las únicas ni debemos ser las portavoces de la lucha de todas las mujeres del mundo. Es más, no debemos dar voz a nadie… en todo caso, lo que tenemos que hacer es escuchar a las millones de fuerzas y voces de mujeres que se mueven en su mundo (a veces un barrio, a veces todos los países de esta tierra) para hablar sin tener que pedirle permiso a nadie.
Buena reflexión a todas nosotras.
Giorgia Formoso
Profesora de Formación y Orientación Laboral. Italian residente en Sevilla.
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