Muchas personas negras sufrimos a diario microagresiones raciales, microrracismos. La mayoría de las veces no lo comentamos con nadie por el miedo a ser consideradas unas exageradas, unas plastas o ser acusados de victimistas. Quien no es una persona racializada es reacio a entender este término y suele quitar importancia a este tipo de agresiones, que incluso pueden ser involuntarias. Pero para algunas de nosotras, sentirnos así es la norma y, sin darnos cuenta, ponemos un muro para protegernos del daño que sufrimos.
Las microagresiones son «micro» porque casi siempre ocurren en situaciones comunes y privadas, pero sus efectos a menudo nos impactan de forma severa y peligrosa.
Con el tiempo, ser el receptor de estos ataques cotidianos (pero casi siempre invisibles) puede llevar a la depresión, el aislamiento social y la baja autoestima. Debido a que hemos sido condicionados a cuestionarnos a nosotros mismos y no a los perpetradores de estas situaciones, empezamos a preguntarnos si nuestros propios sentimientos y experiencias son legítimos.
En la mayoría de las ocasiones la víctima está demasiado conmocionada para decir algo en el momento de recibir la microagresión. Pero tenemos que tener en cuenta que si permitimos que estos pequeños incidentes sigan sucediendo, estamos permitiendo que el racismo, en general, permanezca como parte de nuestra cultura. Tenemos que hacer un esfuerzo para enfrentarlo.
Como he comentado antes, a veces los autores de las microagresiones no son conscientes de cómo pueden ofender a otros. Es importante que recordemos que el hecho de que un autor de una microagresión racista no tenga ni idea sobre el daño de sus palabras no significa que sus acciones sean menos violentas. En estos casos, la intención no es importante.
Voy a poner algunos ejemplos comunes de microagresiones raciales para que podáis reconocerlos, tanto si actuáis como perpetradores o receptores.
Los ejemplos más comunes y quizás más burdos son el uso de epítetos raciales como insultos, lenguaje despectivo, motes, mostrar esvásticas o símbolos fascistas, burlarse de otro idioma, contar chistes racistas, o tratar de no atender a un cliente de otra raza en un bar o restaurante.
Todas estas microagresiones son muy directas y ocupan el lugar más evidente en el ranking de microagresiones, aunque en algún caso pueden ser agresiones en toda regla, sin el micro.
Bajando de nivel de agresividad está por ejemplo algo que les sucede a las mujeres racializadas en general y las negras en particular. Es muy común la expresión «eres muy guapa para ser negra». Un insulto camuflado en un elogio que alude a la negación histórica de la belleza de la negritud.
En el mismo nivel de microagresión están «te expresas muy bien» y «ah ¿estás en la universidad?» Estas afirmaciones asumen que la inteligencia o el comportamiento educado no están en consonancia con mi identidad, ya que revelan sorpresa por lo que hago o como lo digo.
También están las microagresiones que se deben a la asociación de la delincuencia a la inmigración y por tanto, a la negritud. El miedo irracional al diferente, cuando por ejemplo una mujer blanca, al pasar al lado de un hombre negro, agarra con más fuerza su bolso.
Otro microrracismo muy común es preguntar a una persona negra de donde es. Asumir la pertenencia a otro mundo de una persona por su color, en este país, ya hace tiempo que es racista.
La negación de que vivimos en una sociedad racista es otra microagresión. En el fondo cuando alguien alude que no ve las diferencias está negando nuestro sufrimiento. Es como cuando un hombre dice que no hay machismo. En el fondo te están diciendo: no seas tan pesada, ves en todo racismo.
Hay microagresiones que no se llevan a cabo entre individuos. En cambio, existen lo que llamamos las microagresiones ambientales que se sienten en nuestro entorno cotidiano o a través de nuestro «clima» social.
Son las presiones en los trabajos, las normas no hechas para nosotros o los lugares que sentimos inalcanzables. Uno sabe donde no es bien recibido, a que puestos de trabajo no puede optar y los lugares donde no debe acudir.
Pero como nos enfrentamos a estos microrracismos. Casi siempre acabamos silenciados y aturdidos por las microagresiones. Hay formas positivas de empoderarse frente a ellas.
No os puedo decir una sola manera, la respuesta es diferente en cada caso. Pero el primer paso es siempre el mismo, y es reconocer y mostrar que te molesta, te duele o te enfada. El silencio solo juega en nuestra contra.
Compartirlo con lxs amigxs o confidentes puede ser una magnífica manera de validar nuestros sentimientos. A veces cuando sucede algo que hace que nos sintamos mal, todo lo que necesitamos es alguien que lo sienta con nosotros.
Otra forma puede ser enfrentarse al agresor. Ahora bien, esto solo si nuestra integridad física no corre peligro. Hay niveles de agresión, y sobre todos si son involuntarias una conversación con el perpetrador puede hacer que abramos la mente de un ciego ante estos temas.
Al final, vivir en constante expectativa de maltrato es muy estresante. Pero debemos aprender a enfrentarnos a este ambiente sin cerrarnos a los demás. No perdamos la perspectiva y utilicemos nuestro saber para, a la vez que luchamos contra este sistema opresivo, no dejarnos la oportunidad de relacionarnos con otras personas.
Es duro, es difícil, pero no es imposible. Nos lo merecemos.
Elvira Swartch Lorenzo
Colaboradora habitual en Afroféminas. He trabajado de todo. Hija de migrantes afrocolombianos.
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