La gente que me conoce sabe que soy una apasionada de la Historia y de la comida. Una amiga dice que soy croquetas, Guerra Civil, frutas del bosque, Haití, pollo al curry, Sudáfrica, ensalada de salmón y II Guerra Mundial.
Una noche de vigilia, allá por 2008 o 2009, me pregunté si los que eran como yo, lxs negrxs, también habían formado parte de los acontecimientos que tuvieron lugar en Europa. Me dediqué a buscar por Internet y encontré el documental «Noirs aux camps nazis» (Negros en los campos nazis) de Serge Bilé. Descubrí a José Carlos Greykey ( cuyo nombre real, supe después y gracias a mi investigación, era José Carlos Grey Molay) y a partir de ahí, sentí la necesidad de contar su historia. Así fue como me embarqué en la producción de un documental que jamás pude concluir, pero que me sirvió para dar con fotos y documentos valiosísimos (como su ficha de ingreso en Mauthausen), para conocer a su familia, a algunas de sus amistades y, en definitiva, para saber más acerca de esta figura tan interesante que hoy quiero que conozcáis.
Aún recuerdo cuando entrevisté a José Alcubierre en Angouleme, Francia. Tenía 80 y pico años y nadie podría imaginar al verle, con su pinta de abuelo del montón, que era un superviviente de uno de los regímenes execrables que nos “regaló” el convulso s. XX, que su estómago, siendo todavía un niño, había soportado un hambre inenarrable, que sus pies habían padecido calambres y que sus brazos sabían qué era el agotamiento extremo. Alcubierre había compartido confinamiento con José Carlos en Mauthausen y le llamaba Carlitos.
Me contó que lxs españolxs tenían bastante peso allí porque eran muchos y que, a pesar de ser reclusos, tenían cierta influencia. Un buen día les llamó otro compañero de encierro para avisarles del maltrato que estaba padeciendo uno de los suyos. Acudieron unos cuantos corriendo a una placita para defenderle y encontraron a varios nazis que, con un frío del que duele, le echaban agua constantemente “para ver si se volvía blanco”. Tardaron en caer en la cuenta que aquel hombre, también era español, un negro español y republicano, de los del triángulo azul, de los que se quedaron sin patria por no apoyar el alzamiento franquista. No tenían patria pero sí lugar de nacimiento y de vida y de recuerdos, hasta que todo se truncó. José Carlos nació en 1913 en Fernando Poo (hoy, Isla de Bioko, Guinea Ecuatorial) , por aquel entonces, colonia española (aunque en el documento de ingreso en el campo pusiera Barcelona).
Oímos la historia de buena parte de las víctimas y de los verdugos, de los que ganaron y de los vencidos. Oímos testimonios de judíos, republicanos, y comunistas. Nos estremecimos, sufrimos por ellos.
Pero faltó algo.
En la primera mitad del s.XX, Europa era un gigante artificial, abarcaba toda su superficie actual y, además, los territorios que tenía en África, Caribe y Asia. Por aquel entonces, el viejo continente se retorcía de dolor en luchas intestinas generadas por el auge del imperialismo del que el colonialismo no era sino otro síntoma (y consecuencia).
Durante la Gran Guerra, la mitad del mundo se partió la cara con la otra mitad. Se perdieron dinero, ciudades, monumentos, vidas… Se calcula que, entre 55 y 70 millones de personas, murieron en la primera contienda global. Entre ellas, había convencidos, reclutados por la fuerza, y africanos. Dentro de los africanos los había dispuestos y también obligados. La mayoría combatió en una guerra que no era la suya, en un lugar que no era el suyo (y que podía estar pisando por primera vez), en un clima que no era el suyo, por una causa que desconocía y por una patria que, aunque afirmara lo contrario, tampoco era la suya salvo porque así lo había estipulado la Conferencia de Berlín.
Me temo que ningún o casi ningún africano asistió a esa conferencia.
Cesó la guerra y nació el fascismo, bautizado con mil nombres (nacionalsocialismo, fascio, franquismo…) y con una sola cara: la del terror. Encontró una fervorosa acogida en una tierra lastimada, sembrada de desheredados y resentidos. Creció alimentado de la pasividad de la Sociedad de Naciones y alcanzó su mayoría de edad en España un 18 de Julio de 1936.
Erróneamente, en España, nos han transmitido que las últimas colonias se perdieron en 1898. Olvidan el enclave del IFNI, el norte de Marruecos, el malogrado Sáhara y Guinea Ecuatorial, que necesitaron más de 70 años para desligarse de la metrópolis. Así las cosas, los que, en esa época eran españoles, se alistaron (o no, pero entraron) en un bando u otro.
José Carlos Grey- Molay (1913 – 1982) estaba en Barcelona estudiando medicina cuando le sorprendió el inicio de la contienda. Había llegado a España 9 años antes, procedente de Guinea Ecuatorial para continuar sus estudios de Bachillerato. Se consideraba catalán y hablaba perfectamente la lengua de allí. Desde el principio, se posicionó del lado republicano, luchó con sus afines y, como ya sabemos, perdió. Perdieron.
De igual modo que otros tantos republicanos, fue a parar a Francia, lugar en el que poco después también arribó el fascismo. El mariscal Petain asumió la presidencia durante el Régimen de Vichy y Francia, que se había levantado contra las hordas hitlerianas, terminó por ser un nido de ellas… Algunos franceses formaron un sólido grupo de resistencia al que también se unieron refugiados españoles, Grey- Molay, por ejemplo.
Todo aquel que perteneciera al movimiento disidente y que fuera capturado, terminaba ejecutado o en un campo de concentración. El gobierno francés era fascista, el español, también. Los portadores de ideas diferentes no tenían lugar en ninguno de los dos países, de modo que ningún estado los reclamó.
Vagones repletos de seres humanos caminaban por columnas de hierro que atravesaban impávidas las fronteras que, en plena contienda parecían inexpugnables … y sin embargo, es evidente, no lo eran si de lo que se trataba era de transportar seres humanos a los que se trataría sin ningún tipo de humanidad. El destino final eran campos de esclavitud, de extenuación y hacinamiento, de experimentación, de muerte. De muerte.
– ¿Por qué eres negro? Le preguntaban a Carlos.
– Porque mi madre no me ha lavado bien. Contestaba una y otra vez a sabiendas de que esa respuesta podría costarle la vida.
Regidos por ignorantes salvajes y despiadados, lo mejor al llegar era no llamar la atención de las SS, pero, para un negro, rodeado de blancos, eso era, y es, imposible.
José Carlos fue capturado en el frente del Rhin e internado en Mauthausen en 1941. Era un extraño «ejemplar» para los nazis (pese a que en Alemania había negros procedentes de Namibia, Tanganika, Togo y Camerún) y para los propios españoles, hermanos de ideas, encierro y armas.
Los nazis veían el caso Grey-Molay como algo tan curioso, que terminaron por convertirle en asistente personal de ellos. Él era el que les abría las puertas, el que les servía la comida… Vestido con un uniforme del ejército yugoslavo, José Carlos, era una especie de botones, sin horarios. Eso le provocó que se salvara de trabajar en las duras canteras. Ahora bien, estaba a la merced de los impulsos asesinos de los oficiales para los que servía.
Juan de Diego, otro interno español, decía que para el resto de compatriotas, era uno más. Nunca vieron su color. Según él, la solidaridad entre la comunidad española era muy fuerte, más que en cualquier otra. Eso salvó a José Carlos cuando los nazis se cansaron de ver a un negro cerca de ellos.
En 1945, Grey Molay fue liberado. Como tantxs otrxs republicanxs, decidió no regresar a España sino que se fue a París, lugar en el que, según una de sus hijas, trabajó de bailarín en un cabarette, al principio, y de electricista después, formó una familia y siguió luchando por la libertad. Desde 1977 y hasta su muerte, en 1982, fue un activo miembro del ANRD (Alianza Nacional de Restauración Democrática) que se posicionó en contra del dictador ecuatoguineano Macías Nguema. Grey Molay volvió al origen aunque nunca regresara a la tierra que le vio nacer.
No se sabe cuántos negros perecieron durante la II Guerra Mundial ni en la Guerra Civil Española. Ni siquiera podríamos decir cuántos lucharon en un bando u otro o cuántos tuvieron la mala suerte de entrar en un campo de concentración. Sabemos que José Carlos Grey- Molay fue uno de ellos y, por eso, es importante que sepamos quién fue, merece que le recordemos.
Lucía Mbomío
Periodista
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