sábado, diciembre 21

El mito de la latina caliente

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En los bailes tradicionales de mi país (Brasil),  aquí en Barcelona, es normal encontrar una pareja de gringos* en vacaciones besándose fervorosamente en la pared como si estuviesen en la isla de la tentación. Están embriagados por un aura de sensualidad, reflejada por toda esta gente de sonrisa larga que se mueve como si estuviera haciendo el amor. Viven así, su pequeña aventura tropical, en un universo paralelo de exotismo donde todo está permitido.

Lo admito: estos gringos me enfadaban hasta hace poco tiempo. Porque los demás que podrían estar en el baile por primera vez no sabían que aquella gente no solía estar allí. Pensarían que eran uno de nosotros, los latinos de sensualidad libre, mientras la verdad es que éramos una pequeña comunidad donde todos nos conocíamos, y que éramos discretos en público justo porque nos conocíamos, y sabíamos de la capacidad para cotillear de nuestra gente.

Aprendí, antes de bailar propiamente, a hacer olitas con la cadera, esas olitas se encajan a casi  todos los ritmos brasileños, moviéndose del cuadril abajo y manteniendo la espalda y la cabeza erguida, entretanto, cuando un gringo se mete a bailar y se sacude entero, nos enteramos de como nuestra imagen puede ser proyectada en parte hacia fuera. “Solo camina” solía decir siempre a un nuevo entusiasta en nuestro baile. “Mantén la cabeza erguida y cuenta los pasos. 1, 2, 3, 1, 2, 3”.

Supongo yo que la película americana “Lambada, el baile prohibido” de la década de los 90 tiene mucho que ver. Así como nuestro famoso carnaval, donde mujeres espectaculares semi (o completamente) desnudas van bailando por la calle.

Tardé algo para entender como esta imagen de republica tropical podría afectar a mi vida personal fuera del país. Mientras vivía en Brasil, veía de forma más natural toda el erotismo vinculado a nuestras mujeres porque no había conocido nada distinto. Allí, en la tele, cuando un gringo es entrevistado, lo normal es que se haga la pregunta “¿que le parece nuestras mujeres?” esperándose un “¡maravillosas!”, ya que así como el futbol y la samba, las mujeres guapas y tan únicas son entendidas como parte del patrimonio nacional. En la tele también es normal que veamos desfiles de lencería todas las noches en programas de variedades (¿) reporteras y atrices siempre escandalosamente guapas y presentadoras en faldas sumarias haga el clima que haga.

En mi primera visita a España, en pleno verano, abusaba de los colores, tejidos leves y escotes como jamás volví hacerlo. De esta época, pequeños recuerdos hoy asumen colores distintos. Chicos que intrépidamente venían a preguntar de donde era, las miradas, como si fuera una especie de pavo real de cola abierta, la mística de que las brasileñas, así como las colombianas y otras primas latinas somos mujeres calientes, pasionales y celosas.

En mi primera relación con un europeo quedaba claro el puesto de trofeo que me atribuía, aun que como nunca había sido un trofeo antes, no podía reconocerlo.

Más tarde, ya podía ver más fácilmente el mismo tono en otros chicos: el brazo orgulloso sobre mi espalda frente a los amigos mientras aun éramos semi-desconocidos, las propuestas desubicadas frente a la mínima señal de interés, las miradas de arriba a abajo cuando decía que era de Brasil, siempre acompañadas de un “Ahhh”, como una exclamación de un niño frente a un postre.

Entretanto, si con los chicos aparentaba tener una aura mágica donde todo estaba a mi alcance, la recepción en el trabajo fue bien distinta, visto que ambos ambientes compartían el mismo mito de la latina caliente. Rápidamente pude entender que mejor si llevaba gafas y no lentillas, colores sobrios y el pelo alisado.

Otro punto cultural interesante es que aprendemos a hablar sonriendo. Cualquier persona que aprenda portugués brasileño va a ser incentivada a pronunciar las palabras mientras sonríe, porque así se alcanzan algunos tonos y acentos típicos de nuestra pronuncia. Más que una sonrisa tonta, es una expresión simpática. Y aún que estemos enfadados, muchos seguimos con la cadencia melodiosa inalterada, lo que puede provocar inumerables desaciertos desde en un bar donde creen que estás tonteando con todos, pasando por el jefe donde el tono le suena a ironía y acabando en la compañera de piso, que cree que te estás burlando de ella.

Por todo eso y mucho más, admito que el mito de la latina caliente acabó por moldear mi comportamiento, y al cabo de un tiempo, me veía moderando mi sonrisa, escotes, colores y abrazos para encajarme en Europa, y principalmente, para ser tomada en serio.

No obstante, habían los bailes, estos bailes tradicionales que mencioné al principio y que me conectaban con mi tierra. Las canciones que hablaban de amor y de saudades, esta palabra tan mágica, que es una nostalgia pícara, que ahora duele en el pecho y ahora sabe a un bocado de manzana fresca. Ahí bailaba descalza y vestida de todos mis colores sin miedo de malas interpretaciones. Ahí era donde abrazaba mis amigos hasta sacarles el aire, reía altísimo y usaba trajes que, fuera del baile, en la “vida real” aquí en Europa, me harían sentir como una caricatura, pero que a la vez, eran parte de mi identidad, de mi familia, cultura y esencia.

Tardé mucho en comprender (y aún no lo tengo como tema cerrado) cuál sería el equilibro entre mantener mi brasileridade y la adaptación natural a una nueva cultura. ¿Estaría abandonando mis raíces? ¿Dejando de ser yo misma? Todos estos cambios, que no siempre son sencillos, ¿realmente me aportarían algo?

La tenue línea entre adaptarse a la nueva cultura y la pérdida de identidad es una discusión delicada y personal, ya que cada uno desarrolla su propio plan de adaptación a la nueva morada. De mi parte, estoy en ello, supongo que siempre lo estaré.

*Gringo: “El mundo, para muchos brasileños, es simple: existe Brasil y el resto del mundo. En consecuencia, uno es brasileño o gringo. Un ruso, un chino, un alemán y un colombiano son todos gringos a ojos de un brasileño (para pesar de más de uno: un amigo colombiano me contó indignado que cuando estuvo en Brasil lo trataron de gringo).No se puede culpar a los brasileños por ser tan simplistas, sufren el síndrome del país-mundo. Cuando se vive en un país que abarca un territorio mayor que toda la Unión Europea, que por un lado tiene 11.000 kilómetros de costa atlántica, y por el otro lado tiene 14.000 kilómetros de fronteras, de las cuales la gran mayoría transcurren dentro de la selva más grande del mundo, allí donde el jaguar y el carpincho se dan las buenas noches, es comprensible que se viva aislado del resto de América y del mundo.” – perfecta definición de “gringo” para brasileños, del amigo Christian Linder Pons

marianaOlisaFoto_Afroféminas_ColaboradoraAutora: Mariana Olisa

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7 comentarios

  • Faustino Esono Nguema

    Hola Mariana. Enhorabuena por el artículo. Me ha gustado mucho. Soy de Guinea Ecuatorial (África) y todos pasamos por esta situación. Aquí tienes que aprender a ser hipócrita, a no mostrar tus sentimientos para que te tomen en serio. Yo también te digo que no renuncies a tus raíces, porque es lo que eres. Sólo que tengas en cuenta que estás en otro mundo, en otra sociedad. Es lo que yo intento hacer. El equilibrio no es fácil, pero creo que es la meta: adaptarte a la nueva sociedad sin perder tus raíces, tus origines, porque es lo mejor de ti.
    Muchos ánimos y adelante.

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