
Estaba contenta. Salía del trabajo tras 12 horas pero había cumplido objetivos. Al día siguiente podría entrar más tarde.
Los relojes marcaban las 22:00 y del asfalto de la Gran Vía madrileña salía fuego. Turistas y locales ocupaban la calle tratando de encontrar el aliento que sus hoteles y viviendas les negaban. La calle estaba en plena ebullición.
Yo iba hablando por teléfono mientras me dirigía a la boca de metro, contando mis andanzas diarias a una amiga cuando, de repente, un tipo pasó por mi lado, muy cerca y me llamó furcia. No lo dijo muy alto pero a mí me sonó a alarido furioso. Quizá porque su ojos y su voz rebosaban asco y lujuria. Después, giró la cabeza de nuevo y continuó su tranquilo paseo como si yo fuera una estatua de piedra con los mismos sentimientos que una ídem…
Tardé en reaccionar, pero lo hice, dejé el teléfono a la altura del pecho y le espeté, “¡furcia tú, cabrón,machista!”.
Yo sí grité pero él, que me oyó, ni siquiera se dio la vuelta.
Mi amiga no cesaba de preguntarme que qué me sucedía y me instaba a parar. Cuando le conté lo que me había pasado me dijo que “sería un loco”.
“¡Qué casualidad que yo haya dado con tres y tú con ninguno!” “Y si es un loco, ¿por qué me duele tanto?”, pensé.
Porque era la tercera vez que alguien se dirigía así a mí en esos términos y en ese lugar. En una de las ocasiones, incluso, uno llegó a preguntarme que cuánto cobraba.
Lo cierto es que Gran Vía, una de las grandes arterias de la capital, es un reflejo de las bondades y miserias de la ciudad. Ahí se concentra el arte, el ocio, la prostitución y la mendicidad. Es un todo y la nada.
Buena parte de las mujeres prostituidas (y digo prostituidas porque considero que son víctimas ya sea de tratantes de vidas, de un sistema patriarcal o de una situación económica) que apoyan sus espaldas cargadas de sueños rotos y presentes duros en las esquinas de esa calles durante horas, son negras. Pero eso, sé que sobra decirlo, no significa que cada negra que pasa por ahí lo sea. Ellas deben aguantar improperios y cosas peores a diario. De hecho, mi enfado y mi pena, no son más que granos de arena en sus desiertos.
Por eso me arrepiento de haber llamado “furcia” a un cobarde, a un infrahombre, a un bobo sin cerebro. Por eso no querría dedicarle ni una más de mis palabras a él ni a los que son como él pero me siento en la obligación de hacerlo, aunque sólo sea un poco y condenar, de nuevo, la versión simplista que tienen ciertos hombres de las mujeres negras. Para algunos, somos “algos”, no somos “alguienes” y unos “algos”, además, cargados de connotaciones sexuales.
Esa hipersexualización viene de antaño y afecta también, aunque de diferente forma, a los varones negros, quienes se cansan de escuchar estupideces relativas al tamaño de su pene como si fuera una verdad absoluta y como si se tratara de su única virtud.
En su origen está la justificación de la esclavitud basándose en las diferencias existentes entre seres humanos con diferentes fenotipos (aunque es práctica, a veces me resisto a utilizar la palabra “raza”, por todas sus implicaciones excluyentes y porque se ha demostrado que solo existe una, la humana). Según los malos, los vendedores europeos de cuerpos y almas de hace unos siglos, unos estaban hechos para pensar, inventar y crear y otros para fornicar, reproducirse y trabajar. Unos eran inteligencia y los otros fuerza bruta. Los primeros eran cabeza y los segundos deseo.
Por suerte, ha pasado un tiempo, sin embargo, hay estigmas que nos acompañan y que me hacen reaccionar de forma virulenta. Quizá yo sea muy susceptible o, quizá, aunque sea un poquito, conozco parte de nuestra historia y eso me hace pensar que, en este caso, la casualidad no existe pero la causalidad sí.
Lucía Asué Mbomío Rubio
Periodista graduada en la Universidad Complutense de Madrid. Máster en Desarrollo y Ayuda Internacional (Instituto Complutense de Estudios Internacionales. Diplomada en Guión y Dirección de Documentales (Instituto de Cine de Madrid). Ha trabajado en varias cadenas de televisión como reportera y, en la actualidad dirige y escribe guiones para documentales sobre proyectos humanitariios por todo el planeta.
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El tipo demostró su ignorancia (no todas las mujeres que anden por esa zona, tengan la cantidad de melanina que tengan, se ven obligadas a ejercer la prostitucion), su mala educación (aunque se cruzase con alguna mujer que si se viese obligada a ejercerla, el hecho de pretender insultarle por como le llame, la palabra y la forma, es repugnante), su cobardía (hablando casi entredientes, flojo para que nadie le interpele por su deespreciable accion), su machismo consecuencia de la ignorancia y la cobardía (se atreve con quien cree poder), su racismo… vamos que no tiene desperdicio el tipo en cuestión.
Dices que ahora la mayoría de prostitutas de la zona son negras, hace unos años eran de países del este, hace más eran latinoamericanas y hace unos cuantos más de cualquier lugar de España, y siempre ha surgido algún cretino como el, o los que has tenido que sufrir al cruzarte con ellos. «Puta» es como nos llaman cuando respetamos nuestro carril y no pueden hacer la pifiada que quieren al volante, o si no aparcamos a la primera y tienen que esperar 5 minutos más de lo que querian.
Quiero decir que no creo que sea una cuestión de racismo o no sólo de ello. Te identificas con los hombres negros y las idioteces que tienen que oír, también te podrás identificar con todas las mujeres del mundo y las injusticias que, en mayor o menor medida, sufren o sufrimos, porque en todas partes cuecen habas, y también entre los hombres negros hay machistas que nos consideran menos por el mero hecho de ser mujre, en todas las partes y de todas las «razas» los hay.
Yo si creo que hay razas , lo que también creo es que deberíamos aprender a que todas las personas, independientemente del sexo, raza, edad, procedencia, recursos económicos, creencias (políticas, religiosas, o del tipo que sean)…, tenemos derechos y obligaciones. Como derechos los humanos, si, los Derechos Humanos, como obligaciones respetarlos, respetar los Derechos Humanos del prójimo, de los demás. Sólo con eso viviríamos muuuucho mejor todos.
Entre esos Derechos esta el de la Educación, y con esa Educación ya no habría impresentables que nos dijesen esas estupideces ofensivas, solo por ser mujeres, por ser viejos, por ser de otra procedencia, raza, etnia o lo que sea (pues anda que no hay madrileños orientales, negros, rubísimos, morenos…).
Se que es por el momento solo un sueño, que estamos muy lejos de que esos Derechos se respeten, porque habría que empezar precisamente por la Educación, y no interesa, cuanto menos formados más manejables y fáciles de dominar. Lo que está en nuestras manos hacer es respetarlos nosotros y procurar que se haga lo propio a nuestro alrededor, enseñarlos a nuestros niños (hijos, sobrinos…). Y no desesperar, porque la desesperación nos puede llevar a la ira y la ira a la falta de respeto (el no desesperar también es difícil y requiere entrenamiento, pero hay queintentarlo).
Siento lo que te paso, lo que le pasa a tantísimas mujeres a diario, a tantísimas personas a cada momento.